Spanish + Canadian = Spanadian

Spanish + Canadian = Spanadian
Los inviernos canadienses son mundialmente conocidos por la nieve que cubre el suelo durante casi medio año

lunes, 30 de mayo de 2016

Peggy'S Cove

Sentada en el autobús de vuelta a Bridgewater, escuchando música compartiendo un par de auriculares con Isaure, me acuerdo del proyecto final de derecho que aún tengo que terminar, del libro de inglés que tengo que leer, del test de francés para el que tengo que estudiar... Recuerdo que quedan dos semanas para los exámenes, que llevo tres días seguidos saliendo de casa antes de las ocho de la mañana y volviendo más tarde de la hora de la cena, pasando bastante frío y sentándome solamente en el bus que nos llevaba de un sitio a otro. Me duelen los pies e Isaure se queda dormida, usando mi hombro de almohada. Le acabo de decir adiós a un amigo al que probablemente no vuelva a ver. Y sin embargo, no puedo evitar pensar en lo feliz que soy. 

El viernes tuvimos el campeonato regional de atletismo. Quedé séptima en disco, mejorando mi marca unos tres metros. Luca quedó sexta, pero con 10 centímetros más hubiera quedado cuarta y habría avanzado a provinciales. En realidad, la cuarta y la quinta estaban separadas por un centímetro. Compitiendo, éramos tres Marías, a una de las otras dos la había conocido en el tour de las universidades, en noviembre. El juez se liaba con los nombres, e incluso pronunciaba Luca "Lusha". Hacía tanto frío que podíamos ver nuestro propio aliento, no solo por la mañana, sino durante todo el día. El jueves Luca y yo habíamos comprado chocolate alemán y yo ya sabía decir "mi" y "alemán" en alemán, por canciones. Le pregunté cómo se dice chocolate, y cuando me lo dijo, cojí la tableta de chocolate y eché a correr gritando "Meine Deutsche Schokolade", pronunciado según la fonética española algo así como "maine doiche shocolare". El viernes, después de competir teníamos frío, por lo que fuimos a comprar un chocolate caliente. Creo que nunca he contado la historia de cómo hace cosa de un mes intenté pedir un helado de chocolate pero la camarera no me entendía porque lo pronunciaba "cho-co-let" en vez de "cho-clet". El viernes, intenté pedir un hot chocolate, que me salió "shocklet", y el dependiente tampoco me entendía. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, mezclando inglés y alemán, un idioma que ni siquiera hablo, no pude evitar echarme a reír. Luca estaba conmigo, y también se dio cuenta de lo que había pasado. Ante la confusión del dependiente, las dos nos echamos a reír, sin poder siquiera repetir Hot chocolate. Cuando conseguimos el dichoso chocolate caliente, una niña de nuestra edad o un poco más pequeña se acercó al preguntarnos "Where are your accents from?", que se traduce en algo así como "¿De dónde son vuestros acentos?". Al principio no sabía qué contestar, y estuve por preguntarle si se refería a de dónde somos nosotras. Di por hecho que era así, y respondí que España y Alemania. Volvimos a las gradas, y como era nuestro último día de atletismo (ninguna de las dos se había clasificado para provinciales), habíamos traído nuestras banderas para que nuestros compañeros de equipo las firmaran. Creo que tampoco he mencionado que hace un mes compré una bandera de Canadá para que todos mis amigos la firmen o escriban algo antes de irme. La compré demasiado tarde para tener las firmas de los internacionales que se fueron en noviembre y en febrero, pero al menos tengo las de la gente de esgrima y atletismo. Como iba diciendo, habíamos llevado nuestras banderas, y cuando Michaela la firmó, en una parte decía "I'm so happy I met you" (Estoy tan contenta de haberte conocido) y tenía una letra tan pequeña que lo que leí fue "I'm so happy I'm not you" (Estoy tan contenta de no ser tú). Nos pasamos unos buenos 10 minutos riendo de tal tontería.

Hoy visitamos Peggy's Cove, uno de los lugares más emblemáticos de Nova Scotia. El paisaje lleno de rocas y hierba amarillenta me recordaba inevitablemente al pueblo de mis abuelos, en Ávila. Sin embargo, Peggy's Cove está en la costa. De hecho, lo "emblemático" es el faro. Las rocas ennegrecidas son golpeadas por olas constantemente. Muchos turistas van a las rocas negras, inconscientes del peligro, y al menos un turista al año muere ahí. La semana pasada murió una mujer. Antes de bajar del autobús, nos dieron una charla sobre lo peligroso que era, aunque en todas partes había carteles. Ahora ya sé cuánto tardaría en morir (menos de 5 minutos) y cómo sería mi muerte si fuera a las rocas negras (probablemente una ola vendría y me caería al mar y entonces, o bien a) me golpearía contra las rocas y muerte inminente, b) me ahogaría por las olas o c) el agua helada me paralizaría y también moriría ahogada. La tercera opción sería la más probable). Cuando acabaron de darnos la charla sobre mil y una maneras de morir en Peggy's Cove, repitieron el slogan de "Id a las rocas blancas. No os acerquéis a las rocas negras." Algún chaval desde el fondo del bus gritó "¡Eso es racista!".

Pese a lo racista que sonaba, nadie se acercó a las rocas negras y todos sobrevivimos a Peggy's Cove. Sin embargo, Martín tuvo la brillante idea de saltar desde una roca de dos metros a un grupo de rocas desiguales. Creo que nunca he hablado de Martín. Es un chico de Colombia que vino a nuestro instituto durante un mes. Llegó al principio de mayo y se va mañana, ya no vendrá a clase. Los primeros días, no hablaba con casi nadie, pero no parecía tímido. Tampoco parecía ir de esnob, se pasaba casi todo el tiempo escuchando música. Como vivía cerca de Juan (el catalán de mi instituto) y ambos compartían primer idioma, Mitch (director del programa y host father de Martín) le pidió a Juan que fuera con él y tal, al menos mientras no conocía a nadie. Fue idea de Luca decirle a Martín que viniera a comer con nosotros un día que estaba solo. Me pasé la dos primeras semanas hablándole siempre en inglés, hasta que un día Juan y él estaban jugando al ajedrez, Martín hizo un movimiento estúpido y yo comenté lo ridículo que era en español. El chaval se me quedó mirando como si el español no fuera el segundo idioma más hablado del mundo, y me preguntó de dónde era. Dije que España, y me preguntó por la zona. Por alguna razón, Martín sabía que Galicia está en el norte de España. Al parecer, tiene familia en España. 
Martín también se apuntó a atletismo, allí fue donde lo conocí. Tras una semana sin hablarle, la segunda semana Luca y yo le empezamos a explicar la teoría básica de cómo lanzar jabalina y disco. En teoría tenemos un entrenador, pero en la práctica solo aparece en la mitad de los entremamientos, y se pasa todo el rato con el móvil o hablando con gente. La tercera semana, cuando Martín ya sabía que soy española, me preguntaba directamente en español, pues su inglés no era precisamente perfecto y le costaba entender nuestras explicaciones en inglés. 

Como iba diciendo, el inteligente de Martín saltó de una gran roca y cayó en una superficie desigual, apoyando mal el pie. Juan, que estaba con él, le preguntó si estaba bien. Con el orgullo por delante, como siempre, Martín dijo que sí e intentó caminar, pero casi se cae en el intento. Juan y yo le ayudamos a caminar hasta un banco. Mitch le preguntó si quería ir al hospital, pero Martín seguía insistiendo en que ya se le pasaría, que no era gran cosa. Bromeamos diciendo que mañana no podría coger el vuelo y tendría que quedarse una semana más. Después tuvimos un paseo en barco por la costa de Halifax, donde aunque hacía bastante frío, lo pasamos bien. Además, yo tenía sudadera y cazadora. No me quiero imaginar el frío que Juan y Shuji (Japón) pasaron en manga corta. Martín firmó mi bandera y la de Luca. En la mía escribió, cómo no, en español. Al final de las típicas dedicatorias de que lo había pasado bien siendo mi amigo, que me iba a echar de menos y todo eso, puso que le recordaba a su hermana. Al bajar del barco, teníamos tiempo libre. El pie de Martín no mejoraba, y Mitch le dijo que había que ir al hospital. En el puerto, Martín esperaba sentado en un banco, mientras Pauline (Francia), Shuji, Isaure, Luca y yo esperábamos de pie, a su lado. Él seguía insistiendo en que nos podíamos marchar, pero nosotros no queríamos. Independientemente de quién de nosotros se hubiera hecho daño, no lo habríamos dejado tirado, y menos en su último día en Canadá. Quiero pensar que él hubiera hecho lo mismo por nosotros. Mitch y los otros coordinadores discutían a unos metros de nosotros a qué hospital llevarle y ese tipo de cosas. Juan vino a despedirse de Martín. Se abrazaron y se despidieron en español, Martín le dio las gracias por haber estado ahí desde el principio, por haber sido tan buen amigo, y Juan dijo que lo había pasado bien aquel mes. Sonaban sinceros, y no pude evitar pensar que en verdad se iban a echar de menos. Cuando Mitch dijo que era hora de llevarlo al hospital, el momento de decir adiós llegó, un abrazo y un "Suerte en el hospital y cargando con las maletas mañana" fue mi despedida. Creo que lo dije en inglés, no estoy segura. Al fin y al cabo, ¿acaso importa?

Después de cenar, le envié un mensaje a Martín preguntando por su pie. Al parecer, no rompió ningún hueso, pero dañó ligamentos. Le dije que si algún día le daba por visitar el noroeste de España, me enviara un mensaje. Su respuesta fue "Seguro que sí". Como si Galicia fuera el sitio perfecto para ir de vacaciones, como si no hubiera un océano entre Colombia y España.  

viernes, 27 de mayo de 2016

Paper planes

Hoy hace cuatro años, tuve mi primer campeonato gallego de atletismo, en el que además conseguí medalla. Me acuerdo de cuando pasar de provinciales me parecía imposible, y de cómo tres años después un segundo puesto en el campeonato gallego no me parecía suficiente. Supongo que será porque ya lo había conseguido a los 12 años, y lo había mejorado a los 13, consiguiendo representar a Galicia en el campeonato de España. Por alguna razón, pensé que tendría que seguir mejorando al mismo ritmo, o si no sería la peor atleta del mundo o algo así. Mañana tengo el campeonato regional de atletismo, en el que solo me he clasificado para lanzamiento de disco. Es muy poco probable, más bien imposible, que me llegue a clasificar para el provincial, que equivaldría a un campeonato autonómico en España. Es curioso cuánto han cambiado mis estándares.

El día que me enteré de que mi relato iba a ser publicado, probablemente en un libro de relatos cortos junto a otros cuentos ganadores, no pude evitar ir a contárselo a Luca, mi mejor amiga. Me preguntó de qué iba mi relato, y no sabía cómo explicarlo sin hacer spoiler, así que me limité a decir que era complicado. Es interesante, si no irónico, que escribiera un relato ambientado en Alemania sin haber estado nunca allí ni conocer a ningún alemán, y cuando se publicó fui corriendo a contárselo a mi mejor amiga, alemana, sin caer en la cuenta de que mi historia ocurría en su país.
Luca no insistió en querer saber de qué iba mi relato, pero la conozco lo bastante bien para saber que se quedó con curiosidad.

El cumpleaños de Luca se acercaba, e Isaure y yo queríamos organizar algo. Sin embargo, las semanas pasaban, el 20 de mayo de acercaba, y ninguna idea venía a nuestra cabeza. Fue entonces cuando tuve la idea. 

Traducir algo del inglés al español no me resulta tan difícil. Al fin y al cabo, tengo un vocabulario bastante más amplio en mi lengua materna, y mi inglés es, por lo general, bastante informal. Traducir del español (o peor aún, del gallego) al inglés no es nada fácil, pero aun así, sentí que tenía que hacerlo. Traducir mi relato. Luca tenía derecho a leerlo y yo quería que lo leyera. De "Os saltadores do Muro" (en español, Los saltadores del Muro) pasó a llamarse "Paper planes" (Aviones de papel). Lo imprimí y... voilà! Un regalo de cumpleaños.

En ningún momento de la historia menciono que sea Berlín, pero todos los indicios llevan a darlo por hecho. Al fin y al cabo, un muro que separa una ciudad en mitad este y mitad oeste recuerda inevitablemente al Berlín de hace no tantas décadas. Luca será del sur, de Múnich, y solo habrá estado en Berlín un par de veces, pero no hace falta ser alemán para saber del Muro de Berlín. En la última página del relato, menciono a dos soldados de la Unión Soviética. Cualquier duda desaparece con esa aclaración; el relato está ambientado en el Berlín de los años 60.

Tras leerlo, Luca no me dijo que si le había gustado o no. Simplemente, no dijo nada. Pero al día siguiente llegó al colegio y me enseñó una fotografía en su tablet. Estaba en blanco y negro, y lo primero que vi fue a la niña. Una niña de unos doce o trece años de edad, pelo castaño y ropa oscura, da la espalda a la cámara. Parece que mira a lo alto. Unos árboles en frente es lo único que parece haber en esa dirección. Tardo en darme cuenta de un detalle importante: el muro. Un muro de unos tres metros de altura se alza a su izquierda. Lo que más tiempo me lleva reconocer es el avión de papel. Un avión de papel volando por encima del muro, hacia la niña. Luca me explicó que era un montaje hecho con diferentes fotografías, basado en mi relato. Si no me lo hubiera dicho, yo me habría creído que era una fotografía real. Entonces fue cuando me dijo que le había gustado mi relato. 

jueves, 26 de mayo de 2016

Hoy hace tres años

Hoy hace tres años estaba compitiendo en Málaga, con la Selección Gallega de atletismo. Uno de los mejores días de mi vida. Quedé sexta, con una marca que me llevó dos años superar. Solía recordar esa fecha, 25 de mayo, con orgullo y esperanza de algún día hacer algo parecido. Este año olvidé la fecha, y si no fuera por una foto en Facebook que colgó una amiga de atletismo que también estuvo allí, no me habría acordado. Me pregunto en qué momento memorias más importantes sustituyeron el recuerdo de aquel fin de semana. 

De vez en cuando me sorprendo a mí misma aceptando que me quedan menos de dos meses en Canadá, de hecho poco más de un mes. Comprando un lápiz de memoria para pasar las fotos del iPad prestado del colegio que tengo que devolver cuando acabe el curso, organizando los planes de verano, recolectando documentos de voluntariado... Hace un par de meses, me agobiaba la idea de irme, porque me quedaban tantas cosas por hacer... No es que desde que empezó la primavera haya hecho todas esas cosas, es difícil de explicar. Supongo que he aceptado que no lo voy a hacer todo, que ante una disyuntiva, más de una opción puede ser la respuesta correcta. Cuando escogí atletismo en vez de softball, dejé una experiencia positiva para vivir otra experiencia positiva. Cualquiera de las dos opciones hubiera sido un acierto. Y hablando de atletismo, tuve el campeonato de mi distrito escolar el lunes y el martes de la semana pasada. Lancé jabalina, disco y peso, y me clasifiqué en disco para los regionales.

5 semanas, eso es todo. Podría quejarme de que todo haya pasado tan deprisa. O recordar las buenas (y malas, aunque no tantas) experiencias de las que he aprendido. O proponerme darlo todo para hacer de esta primavera la mejor de mi vida. Sin embargo, lo que quiero hacer ahora es dar las gracias. A todos. A Amancio Ortega por organizar becas para estudiar en Canadá. A Red Leaf por organizarlo todo tan bien y guiarme durante todo el año. A mis padres por dejarme venir y apoyarme incondicionalmente en todo momento. A mis host parents por tratarme como a una hija más. A mis host brother y host sister por hacer que quiera matarlos y abrazarlos varias veces al día. A Brenda, la coordinadora de host families e internacionales en mi zona, por apoyarme y creer en mí desde el primer día. A todos mis amigos, canadienses e internacionales, sobre todo a Isaure y a Luca, por enseñarme que no importa de dónde seamos o qué idioma hablemos, todos compartimos los mismos problemas. A mis amigos españoles, por soportar los días cuando no contesto a ningún mensaje porque estoy viviendo alguna aventura, o peor, cuando soy yo la que les llena el WhatsApp de audios contando mis problemas. A mis profesores, compañeros de clase, equipo de hockey, esgrima y atletismo, por hacer esta experiencia más enriquecedora. Y a todos los que me he dejado por el camino, cuya aportación pasa desapercibida para mí hasta que me falta.

Tuve el campeonato de mi distrito de atletismo y me clasifiqué para regionales en lanzamiento de disco, este fin de semana. Se acabó la temporada de esgrima y recibí el diploma de nivel amarillo. El tiempo mejoró tanto que paso más tiempo fuera que en casa, ya tengo la marca de la manga corta y los pantalones cortos (bendito sea mi "bronceado" desigual del que me avergüenzo cuando empiezo a ir a la piscina y a la playa), y los mosquitos me han acribillado varias veces. 

Hace un mes que no publico nada en el blog. La razón principal probablemente sea que no paso mucho tiempo en casa, y cuando estoy, o leo o estudio, sobre todo historia. Quién me iba a decir a mí, que siempre he odiado las ciencias sociales, que mi punto de vista cambiaría tanto. ¿Será Canadá, la distinta perspectiva, lo que me ha hecho cambiar de opinión? ¿Será conocer a personas reales de esos países de los que me he hartado de estudiar? ¿O simplemente habré madurado o cambiado o algo por estilo, algún tipo de fenómeno que iba a pasarme a los 16 años, independientemente de dónde estuviera? No lo sé, probablemente nunca lo sepa. Quizá fue estudiar sociología en el primer semestre lo que me abrió los ojos, e historia canadiense este semestre lo que me hizo entenderlo todo. A veces me paso horas viendo vídeos sobre la historia de algún país del que nunca he oído hablar, vocabulario básico de idiomas que no hablo, o las razones por las que empezó la Primera Guerra Mundial. Mis amigas probablemente estén hartas de mis "fun facts" con los que llego cada día a clase. Hoy descubrí que Andorra le declaró la guerra a Alemania en la Primera Guerra Mundial, pero nunca enviaron ningún soldado. Por eso y porque son un país tan pequeño, nadie se acordó de pedir su firma en el Tratado de Versalles. Técnicamente, Andorra ha estado en guerra con Alemania desde 1914 hasta 1957, cuando algún espabilado se debió de dar cuenta de que estaría bien firmar la paz, por si acaso. Ayer descubrí que Liechtenstein envió 80 soldados en su última acción militar, en el siglo 19, y volvieron 81. Aparentemente, hicieron un amigo en Italia.

Quiero contar una pequeña anécdota que me ocurrió el otro día. En mi distrito escolar hay dos coordinadoras que se ocupan de que no haya problemas con la familia y todo eso. Mi coordinadora se llama Brenda, es con la que estuve los dos primeros días cuando llegué, pero la coordinadora de mis dos mejores amigas es la otra, Carolyn. Brenda organizó una cena para todos sus estudiantes hace dos semanas, y como ninguna de mis mejores amigas iba, pensé que sería un aburrimiento. Para después de la cena, Brenda tenía pensado poner un micrófono para que quien tuviera algún talento lo mostrara, o por si alguien quería decir algo. Antes de cenar me preguntó si quería contar algo sobre mi experiencia, y yo me puse nerviosa. No quería decir que no, pero tampoco quería decir que sí. Brenda dijo que no pasaba nada, que no tenía que hacerlo, y no contesté. Pensé sobre ello toda la cena, y cuando llegó es postre, le dije que sí lo iba a hacer. 

En el momento en el que Brenda me llamó, con el micrófono en la mano, tras decir algunas palabras de agradecimiento, el miedo me paralizó. Me di cuenta entonces de que me había condenado a lo que más temía, hablar frente a un grupo considerablemente grande de personas (entre 50 y 100), y lo peor de todo, ¡lo había hecho voluntariamente! Voy caminando hacia Brenda, que me sonríe. La gente espera pacientemente a mi llegada. Los veinte metros más largos que he caminado en mi vida. Sin embargo, tras el miedo, nerviosismo y desesperación, hay algo más... Una variante extraña de la alegría convencional. Algo así como "Sí puedo, es mi momento, aquí y ahora". Al coger el micrófono y girarme hacia la multitud, tuve la extraña sensación de que llevaba esperando aquel momento toda mi vida. Había pensado en lo que iba a decir durante la cena, y las palabras no me jugaron malos tragos, ni lo olvidé todo con los nervios. Por primera vez, estaba delante de un público nurmeroso, y lo tenía todo bajo control. Entonces, empecé a hablar.

Creo que mis primeras palabras fueron una especie de disculpa por los errores de pronunciación y gramática que probablemente iba a cometer. Después, una pequeña confesión: mi timidez y miedo à hablar delante de gente, la de esfuerzo que me estaba costando hacer aquello, pero que aun así, quería hacerlo. Entonces empezó la verdadera historia. Empecé hablando de cómo mi tía me habló de la posibilidad de estudiar un año en el extranjero el día de mi decimoquinto cumpleaños. De cómo mis padres no apoyaban la idea, de cómo todo parecía tan lejano. De cómo aún me quedaba un año, aún me quedaban cien días, aún me quedaba una semana... aún me quedaba esperar a que llegará el tren. Conté cómo fue en aquel momento, en el andén de la estación, donde me di cuenta de que estaba diciendo adiós, de que al subir a aquel tren, no volvería a ver a nadie conocido durante un año. *Pausa melodramática*. Luego hablé sobre la confusión de las primeras semanas, cómo todo era tan nuevo y raro. Hablé de las constantes amenazas sobre el invierno, la de veces que la gente me hablaba del invierno pasado y se preocupaban por la supervivencia de una niña española en clima canadiense. "Y al final, aquí estoy, sobreviví al invierno y no fue para tanto. ¡Si hasta jugué al hockey!", dije, tras lo que Tara, mi host mother, se levantó y empezó a aplaudir, haciendo que todo el comedor estallara en aplausos. Cuando pararon, Tara añadió: "No solo jugó al hockey, sino que además jugó en el primer equipo de hockey femenino de la historia de Bridgewater High School." Más aplausos. Seguí contando mi historia, hasta que llegué al presente. Exliqué cómo no sabía si quería volver a España o no, cómo al volver con mi familia y amigos, dejaba atrás a mi familia y a mis amigos. Me pregunté si decir adiós a Canadá se parecería en algo a decir adiós a España. Y acabé con una pequeña reflexión, diciendo que después de tanto tiempo, tantas experiencias, tantas cosas que quedarán para siempre en la memoria, haber aprendido inglés (que sí, había aprendido bastante) me parecía una de las cosas menos importantes. 

Acabé de hablar, y volví a sentir el suelo y el aire a mi alrededor. No me había puesto colorada, al menos no demasiado. Esperé un par de segundos, pero nadie se movía. Todos miraban en mi dirección, ¡me miraban a mí! Nadie estaba hablando o con el móvil, tenía la atención de todo el mundo. "Eso es todo", añadí, caminando hacia Brenda para que cogiera el micrófono. El comedor estalló en aplausos. Mientras volvía a mi sitio, muchos me miraban, sorprendidos, como si nunca me hubieran oído hablar en inglés o algo así. Me sentí como en una nube. Max se me acercó y me dio un abrazo. Es curioso cómo a Max y a Sophia quiero matarlos o abrazarlos dependiendo del día, a veces dependiendo del momento del día. Max se levantó explicando que quería decir algo, y sus padres le miraron con cara de querer matarlo, y una mirada que claramente decía "No sé lo que pretendes, pero más te vale ser breve." Y lo fue. Contó cómo cuando llegué le pareció interesante tener a alguien en su casa del otro lado del mundo, y cómo debía de odiarlo por todas esas veces que él se ponía a hablar de cosas que no me importan, sobre todo reptiles. Me entraron ganas de levantarme y decirle que cuando le odio, o es precisamente por el tema de conversación, que ya me he acostumbrado. Mencionó un par de cosas más, y que al final iba a echarme de menos. Se quedó ahí parado, sonriendo, como esperando algo. "Venga, ve a abrazale", dice Camille a mi lado. Me levanto y abrazo a Max. Luego vuelvo a mi sitio con él. 

Al acabar la cena, cuando nos estábamos despidiendo, Martina me dijo que le había hecho llorar dos veces. La primera, cuando hablé. La segunda, cuando me levanté a abrazar a Max. Brenda me miraba con satisfacción, como si supiera de adelanto que lo iba a hacer tan bien. Quizá sí lo sabía, y me había pedido que hablara prediciendo que no haría el ridículo. No solo no hice el ridículo, Brenda. He aprendido algo nuevo sobre mí. Me gusta compartir mis pensamientos, mi opinión, mi punto se vista... sea en forma escrita, o si es necesario, oral.