Spanish + Canadian = Spanadian

Spanish + Canadian = Spanadian
Los inviernos canadienses son mundialmente conocidos por la nieve que cubre el suelo durante casi medio año

martes, 22 de marzo de 2016

Cultural trip: Montréal and Ottawa

Prefiero llamarla "Cultural trip" y no "Excursión cultural" porque ya no significa lo mismo. Igual que decir "Thank you" ya nunca será "Gracias", o jamás diré "Perdón" tanto como aquí digo "Sorry". Las palabras son solo palabras, hasta que les das significado. Pero con tanta distancia, y no me refiero a kilómetros, entre el lugar en el que solía hablar español y en el que hablo ahora inglés, es imposible pensar en lo mismo con dos palabras tan diferentes. Tendrán la misma definición, pero para mí "Homesick" ya nunca será "Morriña".

Morriña. Nostalgia. O "homesick", si nos empeñamos en dejarlo en inglés. No es que haya olvidado lo que implica echar de menos un hogar. El problema es que ahora tengo más de un hogar, más de un lugar al que llamar casa, más de una familia, amigos de más de una (en realidad, de unas cuantas) nacionalidades. Me gusta vivir aquí, me gusta el colegio, mis amigos, el idioma, mi familia... No significa necesariamente que no eche de menos España. Pero... solo a veces. Y cuando pienso en volver y dejar mi vida en Canadá, olvidada para siempre... me entran ganas de llorar. Ya sé que me quedan más de tres meses, que tengo que disfrutar y no llorar ni el último día. Pero en esto consiste ser un estudiante internacional, ¿no? Divides tu corazón en mil pedazos y sueñas con que algún día vuelvan a juntarse. Como bien decía Stephen Chbosky, el tiempo pasa, los amigos se van, y la vida no para por nadie.

March break, el equivalente canadiense a la Semana Santa española, fue del 12 al 20 de marzo. El viernes 11 de marzo tuvimos snow day, así que técnicamente duró un día más. Del 15 al 20, cultural trip. Por mucho que me esforzara en intentarlo, jamás podría mencionar todo lo que pasó en cinco días. Montréal y Ottawa son fascinantes, y las actividades que hicimos divertidas, pero no quiero darle tanta importancia a un simple itinerario como a las pequeñas cosas que surgieron. Como Gabriella, el fantasma que nuestra habitación, pues aparecía en la lista y debería haber estado conmigo y Luca pero no aparecía, y acabamos por descubrir que no existía. O, más bien, que no había venido a la excursión. Un nombre sobre el papel. O nuestro "cookie boy", Ivo, un chico alemán que pese al cumplir los estereotipos de alto, rubio y ojos azules, me parece italiano. He conocido a varios alemanes y me han caído bien, Ivo era el único que cumplía los estereotipos físicos y todos con los que hablé eran majos y tenían sentido del humor. Otro estereotipo en el que ya no creo.
Nunca olvidaré "dog sledding", que no sé cómo llamarlo en español. ¿Ir en un trineo tirado por perros? Aquello sí que fue divertido, incluso cuando nuestros huskies perdieron el norte y atravesaron un montón de troncos, y Luca y yo casi volcamos el trineo. O la basílica de Notre Dame en Montréal (no es un plagio de la parisina, muchas ciudades francófonas tienen una), lo impresionante que era y las increíbles fotos que sacó Luca. En una de ellas, parezco un fantasma translúcido. Y las conversaciones con Paula Spanadian (que desde algún lugar perdido en el norte de la provincia, espero que lea esto), que empezaban en inglés por estar con más gente, cambiaban a español cuando los demás se iban, volvían al inglés cuando nos costaba encontrar una palabra en español, y seguían cambiando. En el avión de vuelta, me llevó varios minutos recordar que "take off" en español se dice despegar. 
El día que hicimos snowshoeing (como caminar con una especie de raquetas de nieve) y dog sledding, no nos dejaron tiempo para cambiarnos el calzado y subimos al autobús para una hora de viaje. Después de cenar, volvimos a las habitaciones, y no es difícil imaginar cómo olerían nuestros pies mojados y sudados por aquel entonces. El olor siguió allí hasta el último día. Sin embargo, Luca dijo: "Estoy segura de que nuestra habitación no es de las peores. Me refiero, hay habitaciones de chicos. Y los chicos huelen mal". Aquella se convirtió en la frase del día.
Visitamos un museo en el que aprendí que los vikingos no eran tan bárbaros como los pintan las películas, apreciaban el arte, y exploraban territorios para encontrar un lugar mejor en el que vivir. En uno de esos viajes, encontraron Norteamérica, y el primer niño europeo nació en América siglos antes de que Cristóbal Colón la "descubriera". 
Vimos un partido de hockey de la NHL (National Hockey League), Ottawa Senators contra Montréal Canadiens. El estadio en Ottawa era inmenso, me impresionó más que el Bernabéu, supongo que porque estoy acostumbrada a ver estadios de fútbol pero no de hockey sobre hielo. Estaba lleno, no había asientos vacíos, incluso había gente de pie. Y nosotros, en antepenúltima, penúltima y última fila. A mí me tocó última. Al final, Ottawa ganó 5-0.
Visitamos un edificio antiguo con aspecto de castillo, Royal Canadian Mint, donde se fabrican las monedas de dólares y centavos canadienses. Aprendí un montón de cosas interesantes, como que el borde de las monedas está en relieve porque cuando eran planas la gente solía quitar el borde y venderlo, y con el borde en relieve puedes saber si están enteras; que en la última versión de las monedas canadienses, vigente durante los últimos 15 años o así, la reina de Inglaterra aparece sin corona para que los canadienses la sintieran más cercana, pues muchos no están de acuerdo con que siga siendo representante de Canadá; cada vez que cambian de monarca, el rostro en las monedas mira hacia el lado contrario para que la gente se de cuenta de que ya no es el mismo; las monedas de coleccionista bajan a la mitad de su valor cuando las sacas del plástico...
Hicimos muchas otras cosas, como ir de compras, a un zoológico, al Parlamento... No tengo ni el tiempo ni la paciencia para contarlo todo.

Luca solo ha estudiado un año español, sin embargo, me sorprende cada vez que dice cualquier cosa. El alemán y el español no tienen una estructura tan similar, pero por alguna razón, comete pocos errores. Dice que se le ha olvidado mucho, pero si hablo despacio casi siempre me entiende, y sabe responder a casi todo si le dejas tiempo para pensar. En la excursión, de vez en cuando hablaba en español con Paula, y aunque ella parecía no estar escuchando, cada vez que decía "Madre mía", se reía. Parece ser que me he acostumbrado a decirlo cada vez que algo me sorprende, indigna, asombra... No tenía ni idea de que lo decía con tanta frecuencia hasta que se empezó a burlar y a repetirlo cada vez que lo digo.

Como es bien sabido, en las excursiones y en las competiciones no se duerme mucho. Y el último día nos tuvimos que levantar a las 4:45, pues el avión salía por la mañana. Así que ayer decidí irme a dormir temprano, y a las diez o diez y media ya había apagado la luz. Sin embargo, olvidé poner el despertador. No recuerdo qué soñé, pero sí que era algo largo y tedioso, y volvía a España. En mi sueño, lloraba y lloraba, me negaba a aceptar que la aventura se había terminado. No sería más que un sueño, pero sé que voy a llorar, y mucho, cuando vuelva. 
Por la mañana, no sonó el despertador. De hecho, no lo puse la noche anterior. Abrí los ojos y miré el reloj. Las 12:15. Cogí el teléfono y confirmé mis sospechas: snow day. El sexto en lo que va de invierno.

Deshaciendo la maleta, me hace ilusión ver un par de souvenirs que compré y colocarlos en la estantería. Sin embargo, sé que los recuerdos más importantes no están en la maleta.

viernes, 11 de marzo de 2016

March break

Hace no mucho tiempo, solía pensar que la vida es una cuestión de prioridades. Tienes 24 horas al día para hacer lo que quieras, como todo el mundo, y tú decides en qué convertirlas. Si tu prioridad son los deportes, no te pierdes un entrenamiento ni por el cumpleaños de un amigo ni por estudiar para un examen. Si tu prioridad es estudiar, el colegio es lo primero. Por supuesto que la mayoría de la gente tiene más de una prioridad, pero siempre habrá algo en primera posición y lo demás en segunda, tercera... Sin embargo, me equivocaba.

Ahora sé que la vida es una cuestión de prioridades y oportunidades. Y en oportunidades incluyo amenazas y posibilidades, el lado positivo y el lado negativo de todo el entorno exterior. Prioridades son las oportunidades que aprovechas y las que ignoras. Pero no puedes aprovechar una oportunidad que no tienes, y las oportunidades no las pides, solo las recibes y las aceptas. Llámalo azar, suerte, dios o destino, pero tú no lo controlas.

Esta mañana, al despertarme y leer un mensaje en el móvil de que hoy no había clase, volví a apagar la luz y dormí otras tres horas. Sobre las diez y media subí a desayunar, y comprobé que, en efecto, estaba cayendo una buena nevada. De pronto caí en la cuenta de que era viernes 11 de marzo, y hoy empezaba March break. Por lo tanto... ¡no tengo clase hasta el 21 de marzo! Desde el día 15 hasta el día 20 estaré, además, de excursión con otros internacionales de la provincia (entre ellos mis dos mejores amigas) en Montréal y Ottawa. Hay montones de actividades planificadas, en lo que será sin duda un March break para recordar.

Desde que los deportes de primavera empezaron, debo reconocer que me he pasado y me he apuntado a demasiadas cosas. Esgrima sigue hasta mayo, hockey se ha acabado (pero por fin tengo mi sudadera, que es lo que cuenta, ¿no?), y me he apuntado a badminton intramural (no competitivo), softball (parecido al béisbol pero con una pelota ligeramente más grande y blanda, pero que aun así duele bastante si te golpea), y track and field (atletismo). Sin embargo, districts (campeonato del distrito escolar), regionals (regionales) y provincials (provinciales) coinciden exactamente las mismas fechas en softball y en atletismo. Por tanto, tendré que dejar uno. 

El miércoles tuvimos otra excursión a esquiar. Como en la de enero, volví a escoger snowboard, y no me arrepiento de ello. Pese a algún que otro contratiempo, acabé en la pista más alta con Luca, también en snowboard, e Isaure, esquiando. Al ser una pista bastante larga, de vez en cuando alguna se caía o simplemente parábamos a sacarnos una foto. En snowboard, para levantarte tienes que atar ambos pies a la tabla e impulsarte para incorporarte. Pero yo no doy. Cada vez que lo intento, me caigo de culo. Luca no tiene más experiencia que yo, pero sí que se da incorporado. Y cada vez que yo no me daba levantado, dejaba su tabla de lado para venir a ayudarme.
En las películas, los alemanes siempre son los malos. Luca es alemana, de un pueblo a las afueras de Múnich, y es una de las mejores personas que he conocido nunca. Y es increíblemente inteligente. No es rubia ni tiene ojos azules, apenas es un par de centímetros más alta que yo. De hecho, un profesor solía pensar que ella era española y yo alemana. Isaure es francesa, parisina, y la moda le da exactamente igual. Nunca había visto a nadie que vista tan extravagante como ella (y aquí hay mucha gente que si la temperatura es positiva vienen a clase en chanclas con calcetines); no tiene vergüenza, y aunque es la que peor inglés tiene de las tres, la mayoría de las veces acaba hablando por nosotras. Y yo... pues eso, todos conocemos el estereotipo de español: vago y fiestero. No creo que ninguno de los dos se me puedan aplicar en ningún contexto. 
Es una amistad interesante, la nuestra. Históricamente, los franceses y los españoles no nos llevamos bien, y los alemanes y los franceses son enemigos. Me encanta romper estereotipos, cambiar las expectativas. Desafiar las leyes de lo que debe o no debe ser. No nacemos condicionados por nuestros genes para ser fiesteros, serios, tímidos, presumidos, trabajadores, vagos... La sociedad nos enseña a actuar de acuerdo con lo que se espera de nosotros, las expectativas que otros tienen. Para no ser "raros". Pues que viva la rareza y la insatisfacción con los estereotipos, porque si algo he aprendido en Canadá, es que nunca se cumplen.

jueves, 3 de marzo de 2016

Fin del hockey Parte 2: Play offs

El martes salimos de clase una hora y media antes para ir a Lunenburg. Como cada vez que anunciaban por megafonía "All the senior girls hockey players please come to the lobby now", y yo me levantaba, toda la clase se me quedaba mirando preguntándose lo mismo pero sin atreverse a decirlo en alto. ¿Qué hacía yo, una estudiante internacional, jugando al hockey sobre hielo? El deporte más famoso de Canadá, el orgullo e identidad del norte... ¿y que una española formara parte de ello? No tenía sentido, pero ya nada lo tenía. Ni siquiera el hecho de que hubiera "sobrevivido al invierno". La de gente que no se creía que los que venimos de climas "cálidos" (todos los internacionales menos los del norte de Europa, vaya) podríamos convivir, e incluso disfrutar, con la nieve.
A lo que iba, el martes teníamos el partido de playoff para clasificarnos para el campeonato regional. Ni siquiera recuerdo el nombre del equipo; en cierto modo me alegra haberlo olvidado. El entrenador de los chicos seguía usando en cada ocasión la nueva palabra que había aprendido, y las últimas palabras que le oí decir antes del partido y desde entonces, fueron "Kick their culo". Nuestro entrenador nos recordó que ya estábamos haciendo historia para el instituto presentándonos a un partido de playoff... que ya habíamos hecho historia creando el primer equipo femenino de hockey sobre hielo que Bridgewater High School ha tenido jamás, en sus más de 100 años de historia.
Desde el momento en que encontramos el edificio donde estaba el rink de hockey, no pude evitar pensar que por fuera parecía abandonado. Y por dentro, mucho peor. Hasta los locales decían que debía de haber fantasmas. Hacía frío, de hecho más frío que fuera, los vestuarios olían mal, las duchas daban miedo, las gradas estaban a medio destruir... Y para entrar en el hielo había un escalón de un metro de alto. Al principio no lo vi, y no fue hasta que estaba de segunda para bajar cuando me di cuenta de lo alto que era. Por si fuera poco, la parte de arriba también era resbaladiza y no había de dónde agarrarse. Sin tiempo para pensar, me vi resbalando y cayendo de culo en el hielo sobre mi botella de agua, que explotó. No pude evitar reír, pero no porque hubiera sido gracioso (que lo había sido) sino porque estaba terriblemente nerviosa. Aquel podía ser mi último partido de hockey sobre hielo durante el resto de mi vida y había empezado de culo. Emma me había visto caer y aterrizar sobre mi botella, y le pidió a su madre (que también me había visto caer, creo que todo el mundo lo vio), que la fuera a rellenar. Les di las gracias a las dos, pero Emma no me miraba como miras a una amiga a la que se ha caído de culo y ayudas a levantarse (aunque es mi amiga, me caí de culo y me ayudó a levantarme). Me miraba con una mezcla de pena, decepción, impaciencia y algo que no lograba identificar. No sé por qué, pero Emma, pese a ser un año más pequeña que yo, siempre me ha hecho sentirme pequeña a su lado. Físicamente es mucho más alta que yo, algo a lo que no estoy acostumbrada, pero aparte de eso... es como si llevara veinte años en el instituto y lo conociera todo, como si nada pudiera sorprenderla. Nunca la he visto asustada por nada, ni siquiera por la derrota. Lo acepta, frunce el ceño brevemente, y se guarda cualquier comentario para sí misma. Y es una de las mejores del equipo (es una de las mejores en todo lo que le he visto intentar), así que podría decirse que no perdemos por su culpa.
Por alguna extraña razón, mi nombre estaba en la alineación inicial. Lo entiendo cuando tenemos un banquillo de tres personas, pero ese día nos las habíamos arreglado para reunir a todo el equipo. 
Lo noté desde el primer momento, pero traté de convencerme de que no estaba pasando. Las heridas de los pies del fin de semana habían empeorado. Una de ellas se había infectado. Me costaba patinar, y aunque lo daba todo por mantener el ritmo, estaba siendo lenta. Sin embargo, nadie me dijo nada, nunca me dijeron las cosas que no hacía, sino las que hacía bien, y modos de mejorar. Supongo que no había tiempo para crear un equipo decente y querían que me llevara una buena sensación. O me vieron en el primer entrenamiento y se dieron cuenta de que había mejorado tanto que no había ninguna razón para quejarse en aquel último partido.
No gracias a mí, marcamos el primer gol. Creo que fue Emma, o Maddie, puede que Rachel. Las chicas del otro equipo eran buenas. He de decir que posiblemente mejores que nosotras. En el segundo tiempo empataron, y en el tercero nos volvimos a poner por delante. Creo hablar en nombre de todo el equipo cuando digo que ya estábamos soñando con los regionales. Íbamos ganando 2-1 y apenas quedaban un par de minutos, ¿qué podía pasar? ¿Que nos empataran? Imposible. Pero lo hicieron.
Al acabar 2-2, los árbitros acordaron con nuestro entrenador y el del otro equipo jugar una prórroga de cinco minutos con cinco jugadoras, contando la portera, por equipo. Muerte súbita. Las primeras en marcar se llevaría la victoria. Aquello iba en serio, y lo sabíamos, por eso no protestamos cuando el entrenador escogió a las mejores jugadoras. Por alguna razón, me acordé de aquella serie policíaca que solía ver en España, Castle, y cómo la madre de una de las protagonistas había sido asesinada en un callejón, tras una vida llena de gloria. O de los héroes de las series que veía de pequeña, cuánto querían morir por todo lo alto. No podía evitar pensar que un estadio así es al que un equipo solo va a una cosa... a morir. 
Por mucho que intenté quitarme la idea de la cabeza, no pude. Y acabó por hacerse realidad. Ni siquiera llegué a jugar en aquella prórroga, en aquel "ganar o morir", ni pude ver el gol que supuso nuestro fin como equipo. Supongo que no fue culpa de Katie por no parar ese tiro a tiempo, ni de Emma por no llegar a defender, ni mía por no haber jugado mejor antes, ni siquiera de la jugadora del equipo contrario que marcó ese último y decisivo gol. No era culpa del otro equipo celebrar aquella victoria. Había sido para ellas una remontada, no tenían por qué compartir nuestra perspectiva, habían aprovechado su oportunidad y habían ganado. Pero sigo buscando un culpable. Lo hace más fácil, más llevadero. Y más cobarde. Por eso me alegro de no recordar el nombre del equipo, y de no haberle visto la cara a la la chica que marcó el gol decisivo. 
En el vestuario, el entrenador nos intentó animar diciendo que ahí fuera habíamos sido un equipo. Dijo que era difícil de creer que el grupo de chicas que se había presentado en el primer entrenamiento fuéramos nosotras. Dijo que deberíamos sentirnos orgullosas de haber llegado tan lejos. Y no creo que se lo estuviera inventando ni lo dijera para hacernos sentir mejor. Creo que hablaba en serio.
No sólo a mí me costaba creer que aquello fuera todo, que se hubiera terminado. Cuando el entrenador mencionó devolver las camisetas, nos pilló por sorpresa. 
-Pero... ¿no podemos jugar un último partido? ¡Quiero volver a jugar contra Park View! -dijo Kelsey.
-¡Sí, sí! La hermana mayor de una niña que me cae mal juega en el equipo de Park View, ¡quiero que sienta la derrota! -exclamó Rachel. A sus doce años, es la más joven del equipo, y una de las mejores jugadoras.
-Además -añadió Kelsey-, tenemos que estrenar las sudaderas.
Las sudaderas, lo único que nos mantendría como parte del equipo una vez devolviéramos las camisetas. Las sudaderas, que deberían haber llegado antes del torneo de Barrington, pero no llegaron a tiempo para ningún partido.
El entrenador nos miraba, sin contestar.
-Lo intentaré, pero no prometo nada -dijo por fin. A día de hoy sigo sin saber nada de las sudaderas ni del posible partido contra Park View.

El miércoles, en clase, todo se había  acabado. Era tan obvio... Veía a las chicas de mi equipo por los pasillos, pero ninguna me saludaba, o sonreía, o hacía cualquier mínimo movimiento para mostrar que me había visto. No. Seguían mirando al móvil o al suelo. En clase de francés, estábamos jugando a "El pueblo duerme", o como quiera que se llame el juego, y acusé a Maddy de ser el lobo solo para que me mirara de una vez. Lo conseguí, me miró, pero parecía que no me conociera. No como si se hubiera acabado la temporada de hockey, sino como si nunca hubiera tenido lugar. A medida que pasaron los días, la cosa mejoró ligeramente, pero no volvimos a compartir esa camaradería que teníamos antes. Supongo que es como los amigos del colegio con los que te dejas de hablar cuando se cambian de instituto. Básicamente porque todo lo que teníais en común era el edificio en el que estudiábais.

Afortunadamente, no tuve tiempo para echar de menos los deportes. Lo único que no va por temporadas es esgrima, pero porque no es una actividad del colegio. Además, es solo un día a la semana. Así que aunque cada martes desde octubre hasta mayo vaya a esgrima, eso no me llega. El jueves empezó bádminton "intramurals", solo por diversión, no competitivo. Tuvimos un par de entrenamientos y me gusta el ambiente. No tenemos un entrenador propiamente dicho, es solo un profesor supervisando, no sé ni si sabe de bádminton. Tampoco me preocupa. Voy con mis amigas, las deportistas y las que se cansan con subir las escaleras, las que se lo toman en serio y las que solo van a pasarlo bien. El lunes, en nuestro segundo entrenamiento, el profesor (que parece ser, sabe de bádminton), nos preguntó si nos gustaría competir. Yo no dudé en decir que sí, no porque me encante el bádminton ni porque crea que juego muy bien, sino porque sentí que necesitaba rodearme de otros deportes lo antes posible. Las competiciones durarían el mes de abril, y si hay más chicas de nuestra edad que quieran ir, tendríamos que jugar contra ellas y las mejores irían a competir, pues hay límite de participantes por colegio.
Ayer, durante los "anouncements"... No sé cómo traducirlo. ¿Anuncios? ¿Noticias? Es algo que no tenemos en España. A primera hora, suena el timbre y ponen el himno, y después alguien lee los anouncements por megafonía, cosas como cuándo son las pruebas para cierto deporte, qué venden ese día en cafetería a la hora de la comida, victorias de el equipo del colegio de cierto deporte... Pues eso, que en los anouncements dijeron que este domingo sería el primer entrenamiento de atletismo. No me lo podía creer. Me habían dicho que siempre empezaban después de March Break (vacaciones de primavera, como en España Semana Santa pero coincide un par de semanas antes) o más tarde si todavía quedaba nieve. Pero resulta que estamos teniendo un invierno inusualmente "cálido". No sé si "cálido" comparado con el año pasado, ese invierno tan duro del que todo el mundo habla, o comparado con el promedio de invierno que suelen tener. La verdad, si no tenemos más tormentas de nieve, he de decir que mi "Canadian winter" ha sido decepcionante.
En nuestra hora libre, Luca y yo fuimos a preguntarle al profesor de educación física y entrenador de atletismo, si tenían todas las pruebas. Las nombró, y creo que salvo lanzamiento de martillo, salto de pértiga y marcha, las dijo todas. 
¡Ah, y softball! Había olvidado que me he apuntado a las pruebas de softball. Ahora que tengo bádminton y atletismo, no creo que softball sea lo mío. Softball, por cierto, probablemente tenga una traducción al español que ignoro. Viene siendo béisbol con una pelota más grande y blanda, básicamente. Supongo que probaré al principio, por si se da un hipotético caso en el que me gusta, pero las competiciones de atletismo y softball coinciden casi siempre, así que llegados a cierto punto tendría que escoger.

martes, 1 de marzo de 2016

Fin del hockey Parte 1: Torneo de Barrington

Mi vida como jugadora de hockey duró mucho menos de lo que me hubiera gustado. No sería la mejor del equipo, ni siquiera habré marcado un solo gol, pero disfrutaba con cada entrenamiento, con cada partido. Y sentía que mejoraba. Que al luchar por el pock lo conseguía más y más veces. Que entendía las jugadas y tácticas que empleábamos. Que sabía lo que tenía que hacer. No puedo ni explicar cuánto voy a echarlo de menos.

El fin de semana pasado tuvimos un torneo en Barrington. Somos un equipo pequeño, muy pequeño, y ni siquiera todas las jugadoras vinieron al torneo. Estábamos bajo mínimos, literalmente, no sé por qué nos dejaron jugar. Deberíamos ser más de 10; éramos 9. El resto de lo equipos rondaban 15 jugadoras, pues aunque solo una portera y cinco jugadoras están en el hielo, en el hockey se hacen cambios constantemente. Es un deporte muy intenso y casi sin pausas. Cada 2-5 minutos, cambiamos de jugadoras. Pero siendo tan pocas, los cambios son más largos y los descansos más cortos. Y por si fuera poco, tuvimos tres partidos en el mismo día.

El primer partido no era una amenaza. Contra Barrington, el equipo anfitrión, ya habíamos jugado antes, y ganado por goleada. No nos costó demasiado volver a hacer lo mismo. El resultado: 0-5. Como anécdota, Darla consiguió una penalización. Otra vez, al igual que la última vez que jugamos contra ellas. Lo irónico es que juega más o menos como yo, pero sus habilidades como patinadora... diría que le queda por mejorar. Pues allí iba Darla, cogiendo velocidad hacia la portería contraria, esperando un pase que nunca llegó... y al ir tan rápido, no le dio tiempo a frenar y se llevó por delante a una defensa. Creo que le cayeron tres minutos de penalización.

Después del primer partido fuimos a comer a una pizzeria. Quién nos iba a decir que en un pueblo en medio de ninguna parte podría haber restaurantes. Mientras esperábamos por la comida, Emma y alguien más estaban hablando de atletismo. Emma decía que ella se negaba a correr, que lo que le gustaban eran los lanzamientos. No creía haber oído bien, por lo que le pedí que se explicase. 
-El atletismo se divide en carreras, saltos y lanzamientos.
-No me digas -respondí, riéndome. Probablemente supiera bastante más de atletismo que ella, pero Emma solo me había visto en un deporte, hockey, y en el primer entrenamiento no sabía ni cómo coger el stick. Probablemente se diera cuenta entonces de que yo sabía de lo que hablaba, pues fue directa al grano.
-¿Qué prefieres?
-Lanzamientos -dije sin dudar. Ella sonrió.
-A mí me gusta el lanzamiento de disco. Peso es aburrido, no se mueve nada... Y jabalina me da miedo darme en la espalda o algo...
-Yo prefiero el lanzamiento de martillo. Pero sobre los demás, igual que tú.
-No tenemos lanzamiento de martillo -dijo Emma-. Al menos no que yo sepa...
Sonreí y dije que no pasaba nada, aunque aquello me entristeció bastante. Días después pregunté a alguien más y recibí la misma respuesta: no al lanzamiento de martillo.

Por la tarde jugábamos nuestro segundo partido. Al igual que yo, el resto de mis compañeras de equipo estaban cansadas. "Y aún nos quedan otros dos partidos...", pensábamos todas. Al salir al hielo, me di cuenta de que los patines empezaban a hacerme daño. Aquello me costaría una ampolla en poco tiempo. Empezó el primer periodo y nos despertamos de golpe. Nunca habíamos jugado contra un equipo tan bueno, y de algún modo, pese a ser un periodo jugado entero en nuestro campo y con infinitos disparos a nuestra portería, conseguimos mantener el marcador a ceros. Fue gracias a Katie, nuestra portera, hermana de Emma. Katie tendrá tan solo catorce años, pero es bastante más alta que yo. Y Emma tendrá quince, pero puede que sean más de quince los centímetros los que me saca. Emma juega de defensa, y a veces las jugadoras del otro equipo se acercan a nuestra portería y empujan o intentan tirar a Katie. Es una estrategia para dejar nuestra portería desprotegida, pero nunca les funciona. Porque en ese momento veo a Emma llegar y plantarse en medio, amenazadora, protegiendo a su hermana pequeña, protegiendo a nuestra portera. Nunca sé por qué razón se la ve tan segura plantando cara, aunque ella insiste en que sea quien sea la persona que cubre nuestra portería, una de las labores de ser defensa es proteger a la portera.

En el descanso tras el primer tiempo, el entrenador de los chicos (que es bastante mejor entrenador que el nuestro) intentaba ser optimista.
-Son un gran equipo, ¡y todavía no nos han marcado! Están perdiendo la paciencia, ¡ahora es nuestra oportunidad!
Pero se equivocaba. No es que se equivocara, tan solo nos contaba una mentira piadosa. Sabía perfectamente que las chicas del otro equipo controlaban el partido. También era consciente de que ellas lo sabían. Y de qe en cualquier momento lo inevitable iba a pasar.

Estábamos cansadas. Nos faltaban fuerzas para impedir lo inevitable. Pero ni Katie es invencible ni Emma llegaba siempre a tiempo para ayudarla. En el segundo tiempo, el verdadero partido empezó. Uno tras otro, las chicas de Middleton empezaron a marcar goles. Nunca había tenido que defender tanto siendo ala, no defensa, y por fin entendí la razón por la que llevamos tantas protecciones. Un codazo me dejó un moratón que aún no se me ha pasado y cuando una delantera lanzó el pock y me golpeó en el cuádriceps, pese a llevar pantalones acolchados con los que no sientes nada al caer, ese pock me dolió bastante más que cuando Sara accidentalmente lanzó un disco de metal contra mi pierna el año pasado.

El partido acabó en un desmotivador 7-0. El tercer tiempo no estuvo tan mal, y varias veces estuvimos cerca de marcar un gol. El entrenador de los chicos empezó a animarnos para que jugáramos de forma ofensiva y no defensiva. Logré escuchar cómo nuestro entrenador le preguntaba en privado que para qué, si el partido ya estaba perdido. Él dijo que era bueno para nuestra autoestima estrenar el marcador. Nunca lo conseguimos.

Entre el segundo y el tercer partido no había mucho tiempo, por no decir casi nada. Intentamos animarnos un poco, pero estábamos bajo presión. Ganar significaría pasar a la final. Perder, final de consolación. En los primeros minutos de partido, quedó claro que Hans East no era Middleton. Tenían un par de buenas jugadoras, pero eso era todo. La mayoría eran de nuestro nivel, o incluso algo peores. A los pocos minutos, marcamos el primer gol. Desde ese momento supe que íbamos a lograrlo. Nos empataron e incluso llegaron a superarnos 2-1, pero pronto remontamos. En el descanso, el entrenador de los chicos propuso la idea de que les insultara en español. Yo me negué, y él pareció olvidarlo, pero al rato me preguntó cómo se dice "butt", y me pregunté si sería más apropiado algo como trasero o culo. Llegué a la conclusión de que nunca conseguiría que pronunciaran trasero, así que me limité a decir culo. Se pasó el resto del partido diciendo "Take your culo out there and beat them" (Sacar vuestro culo ahí fuera y a ganar), "Kick their culo!" (Patearles el culo), "Move your culo" (Moved el culo)... Según Jessica, su hija, que también juega en el equipo, se pasó todo el fin de semana repitiendo la dichosa palabra. Desde mi corta experiencia jugando al hocket, fue el mejor partido que he jugado jamás. El resultado, 2-5, pasamos a la final.

Llegué a casa cansada y emocionada por partes iguales. Me fui a dormir con una sonrisa de satisfacción. Había sido un día muy largo, y al día siguiente tendríamos que enfrentarnos otra vez a Middleton. Sabíamos que íbamos a perder, pero salir ahí y perder con dignidad nos dejaría en segundo puesto, no parecía mal trato. Por la mañana, cuando sonó el despertador, creía no haber dormido nada, pese a que habían sido al menos nueve horas seguidas. Intenté levantarme y me dolía todo, desde ampollas en los pies hasta dolor de cabeza. Cogí el móvil para ver si tenía mensajes y vi un email del entrenador. El partido había sido suspendido. No teníamos gente suficiente para jugar, y debo admitir que me alegré. Era una victoria fácil para Middleton, tendríamos que habérselo puesto más difícil, pensé. Pero por otro lado, éramos muy pocas y no conseguiríamos de ningún modo un resultado mejor que el del sábado. De haber jugado, hubiéramos tenido suerte si nos caían menos de diez goles a cero. El lunes, en el instituto, me enteré de que al retirarnos la victoria era para Middleton, obviamente, pero el "resultado" había sido 5-0. Bromeamos entre nosotras diciendo que lo habíamos hecho mejor que el sábado, que solo nos habían marcado cinco goles. En teoría, habíamos ganado la plata. Aún hoy estamos esperando esas medallas.