Spanish + Canadian = Spanadian

Spanish + Canadian = Spanadian
Los inviernos canadienses son mundialmente conocidos por la nieve que cubre el suelo durante casi medio año

viernes, 1 de julio de 2016

La despedida

No, nunca dije adiós. Hice el gesto con la mano, y me perdí en un mar de abrazos y lágrimas. Pero esa palabra, esa maldita palabra, nunca me atreví a decirla en alto. No es en lo que piensas cuando dejas atrás... una vida. El concepto de decir adiós es impensable cuando llevas un año, ¡un año!, viviendo en un lugar al que puede que nunca volverás, con gente a la que probablemente estés dejando atrás para siempre. Pospones el momento de decir adiós, asumiendo erróneamente que así nunca llegará. Luego vienen los abrazos, seguidos de cerca por las lágrimas. Es curioso cómo quince minutos antes de pasar los controles de seguridad (donde dices adiós a todo el mundo) todos estamos aparentemente bien. Desmoronándonos por dentro o sin creernos que el día de decir adiós haya llegado, pero mirándonos a la cara, sería imposible adivinar el caos de emociones en el que nos estamos hundiendo. Al final, todos acabamos llorando. En la cola para los controles de seguridad, era facilísimo identificar a los estudiantes internacionales. Todos teníamos los ojos rojos y llenos de lágrimas.

Yo no fui un caso distinto. Después de tantas veces en el aeropuerto de Halifax (cuando llegamos a Canadá, al irme y volver de New York, ida de Montréal y vuelta de Ottawa, llevando a Isaure al aeropuerto la semana pasada), era fácil pensar que aquello no era más que una visita. Pero en el momento en el que Sophia vino por detrás, sin previo aviso, y me abrazó diciendo "I will miss you", te echaré de menos, no pude contener las lágrimas. Solía pensar que en momentos así, te pones a llorar hasta que te quedas sin lágrimas y luego todo sigue su curso natural. Me equivocaba. Empiezas a llorar, te recompones, caes de nuevo, te recuperas, vuelves otra vez, lo haces parar... Y así, intermitentemente, el grifo de lágrimas parece no agotarse nunca.

Primero fueron los abrazos. De acompañamiento, lágrimas repartidas en intervalos indefinidos. Después, Tara tuvo la brillante idea de sacarnos fotos. Le dije que para el año que viene, con su siguiente internacional, se acordaran que primero van las fotos, y luego los abrazos. Vía libre para llorar. Unos minutos antes, al llegar al aeropuerto, el host father de Irache le preguntó a Tara, mi host mother, si había traído una caja de pañuelos. Tara dijo que no, y el host father de Irache respondió "Ah, es vuestra primera internacional, ¿verdad?".

Después de las fotos, más abrazos. Empezaba a hacerse tarde, tenía que irme. Pero no podía. De quien más me costó despedirme fue de Sophia. Será cabezota y bastante mandona de vez en cuando, tendrá esa manía de irse a Sophieland, en otras palabras, estar en las nubes, la mitad de las veces que le estoy hablando. Pero ahora, después de todo lo que hemos pasado juntas, ya no diría que es como mi hermana. Diría que es mi hermana.

Cuando Tara consiguió separar a Sophia de mí (o a mí de Sophia, no lo tengo muy claro), entré en la cola de seguridad. Otras tres personas entraron justo detrás, y después Aitana, otra Spanadian de Nova Scotia, llegó llorando. Cuando una niña de no mucho más de metro y medio, abrazando un peluche y llorando, se te cuela diciendo entre sollozos "Necesito un abrazo", lo último que se te ocurre es decirle que respete la fila. Cuando Aitana llegó hasta mí y me abrazó, las dos nos echamos a llorar de nuevo, murmurando cosas como "Esto es una mierda", y otras variantes de la expresión. Antes de la despedida, casi todos los españoles hablábamos en inglés los unos con los otros. Pocos minutos después, el idioma en que llorar más a gusto era español.

Así, con lágrimas intermitentes, llegué a la puerta de embarque. En el vuelo, hablar con otra gente fue el único modo de mantener las lágrimas a raya. Una de las azafatas, en un vuelo entre dos ciudades canadienses, era madrileña. Una vez en Toronto, encontramos a otros Spanadians. A algunos los recordaba de Madrid, de otros me sonaba el nombre o la cara, y unos pocos tenía la seguridad de que no los había visto en mi vida.

¿Cuáles son las posibilidades de encontrarse con una gallega en un avión de Toronto a Madrid? No muchas. ¿Y a una lucense? Menos todavía. Pues la mujer sentada a mi lado en el vuelo era de Palas de Rey, aunque llevaba ya bastantes años viviendo en Canadá. Viajaba a España para visitar a su hijo.

En el avión, esas infinitas horas, hice mil y un cosas, menos dormir. Tras ver una película o documental basada en la vida de Malala, me puse a escuchar música. De entre todas las canciones tristes que tengo, la que me hizo llorar no fue otra que Deutsche Bahn, una canción que intenta ser divertida, burlándose de los trenes alemanes. Fue Luca quien me la enseñó, y creo que fue más su recuerdo que la canción lo que me hizo llorar. O quizá fue un Spanadian bilbaíno sentado al otro lado del pasillo que se echó a llorar antes de mí. La Spanadian canaria y una niña madrileña intentaron consolarlo. En cuanto él paró de llorar, empecé yo. Puede que no fuera culpa de la canción, al fin y al cabo.

Durante el vuelo, todas las canciones me hacen llorar. Es deprimente. O me recuerdan a Canadá y todo lo que dejé atrás, o me recuerdan a España y todo lo que echo de menos. No hay punto intermedio, porque el viaje de vuelta es un lapsus temporal. Pierdes todo lo que has conseguido este año, pero aún no recuperas lo que dejaste atrás el año pasado. Necesitas aferrarte a algo, y el único apoyo que tenemos es los unos a los otros. Nunca había agradecido tanto viajar en un grupo, pero la ayuda de los Spanadians fue vital en el viaje de vuelta. Nos ayudamos y nos entendemos unos a otros. España parece mucho más pequeña cuando hay alguien en cualquier provincia que te entiende. Cuando aterrice en Madrid, la gente me dirá que entienden mi dolor, pero se equivocan. Pueden imaginarse lo que significa dejar una vida atrás, pero no pueden entenderlo sin vivirlo. Yo no lo entendía antes de venir. Antes de volver.

miércoles, 29 de junio de 2016

Último día

Ignorad la experiencia, el aprendizaje de un idioma, las incontables anécdotas y cuánto se madura en un año. Si hay algo que se aprende siendo un estudiante internacional, es a hacer maletas. Haciendo las maletas en España, hace diez meses, era duro porque había que decidir qué llevar y qué no. Pero hacerlas ahora, es imposible. Las cosas que no cabían en la maleta de ida quedaban en España, pero las que no caben ahora quedan olvidadas. Libros leídos y por leer, ropa que no aprecio tanto, ficheros del colegio... quedan atrás. 

El otro día hablamos por Skype con el estudiante alemán que vivirá con mi host family el año que viene, durante el primer semestre. Su hermana mayor estudió aquí, en Bridgewater, hace 8 años. Los tres (el niño, la madre y la hermana) hablaban buen inglés, aunque con bastante acento. El niño cumple 15 años este verano, y al parecer comparte varias aficiones con Max, como los libros de fantasía y pasión por los reptiles. El niño es el hermano pequeño, y por la forma en que su madre hablaba de él, me recordaba a mi madre y mi hermano. Cuando colgamos, Mike (mi host father, quien nació en Canadá pero cuyos padres son alemanes, por lo que tiene bastante familia en Alemania) dijo "Vaya, este chaval es una anormalidad. ¡Un adolescente alemán con personalidad!". Estoy en contra de las generalizaciones y los estereotipos, pero aun así, me reí. El único chico alemán de nuestro instituto nunca me ha caído demasiado bien. Sin embargo, la única chica alemana es mi mejor amiga. Fifty fifty.

Sigo sin creerme que mañana será mi último día aquí. Iré a recoger las notas y pasaré el día con mi host family y con Luca. Dormir con las maletas al lado de la cama, las paredes desnudas, sin mis dibujos y pinturas... es la cosa más rara del mundo. Debe de notarse que no me lo creo, pues mi host mother me recuerda que me queda un solo día, me pregunta si necesito ayuda haciendo las maletas. Yo digo que soy consciente de que no hay tiempo, que lo tengo todo preparado, que estoy organizada... pero no. Ni de lejos. 

En PowerSchool, la plataforma digital del colegio, algunos profesores subieron las notas de los exámenes finales. En inglés saqué un 90%, una clara mejoría comparado con el 78% del primer semestre, pero aun así, esperaba lograr una nota algo más alta. En francés, al contrario, pues saqué un 92,5%, y no me esperaba más de un 80%. Al fin y al cabo, se me da bastante mejor el inglés que el francés, ¿no?

Esta tarde me pasé horas jugando al badminton y al fútbol con Max y Sophia. Entre tanto correr, el calor, la humedad y los mosquitos, deseé que ojalá tuviéramos una piscina. La piscina pública no la abren hasta este sábado. Me pregunto por qué, pues llevamos tres semanas con temperaturas de más de 25 grados casi todos los días.

Hace una semana planeaba las comidas para mi primer día de vuelta en España. Que sí, que echo de menos a mi familia y a mis amigos y todo eso, pero la comida española no tiene comparación. Soñaba con chocolate con churros para desayunar, pues llegamos temprano por la mañana al aeropuerto, y tortilla, paella, jamón serrano, croquetas, empanadillas, empanada... cualquiera de esas cosas de comida y cena. Pero creo que todo será tan extraño que no me daré cuenta de lo que estoy comiendo. Escuchar español en todas partes, ver a toda esa gente que dejé hace un año de nuevo, los euros a los que ya no estoy acostumbrada... En la excursión de Montréal y Ottawa, Hiro, un chico japonés de mi instituto, nos enseñó algunas monedas japonesas. Después, Luca sacó un puñado de monedas, y Paula y yo nos quedamos mirándolas, sin reconocerlas. Me parecían tan diferentes a lo que recordaba... Hasta que presté atención a los dibujos y palabras en relieve, no me di cuenta de que eran euros. 

Intento llevarlo todo con normalidad, manteniendo como mi mayor preocupación el peso de las maletas. Como si importara. Pienso en cosas prácticas, como qué llevar y qué dejar aquí. Como si importara. A veces pienso en el futuro, en la de cosas que tengo que hacer en España, en cuando me encuentre con mis dos mejores amigas en Francia y la de planes que queremos hacer para otras vacaciones. También pienso en el pasado, en todo lo que he hecho este año y dónde dejé mi vida el verano pasado. Pero nunca pienso en el presente. Entiendo que dejo Canadá atrás y vuelvo a España. Pero el trámite, el viaje, el momento de decir adiós... me parecen lejanos, como de un sueño, algo que nunca ocurrirá. Algo que no ocurrirá mañana. Una vez más, me pregunto si me acordaré de decir adiós.

domingo, 26 de junio de 2016

Mil veces más

Al salir del colegio tras acabar mi último examen, no pude evitar recordar el mismo momento, hace un año, cuando salí del colegio el último día de curso pensando que pasaría un año hasta que volviera a entrar allí. Esta vez me entristeció un poco más saber que no volvería. Van a convenirlo en un par de años en Junior high school, en vez de Junior/Senior high school, lo que venía siendo hasta ahora. La diferencia es que Junior abarca desde 1 hasta 3 de la ESO, mientras que Senior es desde 4 hasta 2 de bachillerato. En un par de años, el equipo de hockey femenino que fundamos desaparecerá, nadie se graduará en Bridgewaer High School, tendrán que irse a Parkview para terminar su educación. Es bastante triste pensar en ello... 

En fin, el momento pasa pero la memoria dura, ¿verdad? El recuerdo queda. Y lo que toca ahora, en esta semana antes de marcharme, es celebrar. Pasarlo bien con mis amigos, sacar montones de fotos, asegurarme de que tengo el Skype, correo electrónico, número de teléfono, Facebook... de todos, y cuantas cosas hagan falta para nunca perder el contacto. Me darán las notas el día 29, el día antes de marcharme, pero ya me imagino cómo serán. Vuelvo a España con buena media, buen inglés, y mogollón de anécdotas que contar. El año que viene me dará la risa con todo lo que tendré que estudiar, pero ahora, que me quiten lo bailao. 

Isaure vuelve a Francia este sábado, y Luca y yo vamos a la ciudad con ella, primero de compras y luego al aeropuerto. El domingo hay un festival multicultural en Lunenburg, al que iré con mi host family y con Luca, y el lunes y el martes se pasarán volando. Me pregunto si recordaré estos últimos días más que el resto del año, o este último mes por encima de los demás. Me pregunto si me acordaré de decir adiós.

Ayer celebramos mi cumpleaños con una barbacoa y tarta. Al soplar las velas, Sophia me recordó "Make a wish!", "¡Pide un deseo!". Ahora que lo pienso, nunca antes había pedido mi deseo de cumpleaños en inglés. Por la noche, creía haber visto una estrella fugaz, pero era una luciérnaga. Luca la atrapó, y me di cuenta de que nunca había visto una tan de cerca. Era mucho más pequeña de lo que pensaba, pese a que su luz se ve desde tan lejos.

Dos días más tarde:

Volviendo de Halifax después de llevar a Isaure al aeropuerto, me di cuenta de que la próxima vez que hiciera esa ruta en coche, no habría viaje de vuelta. He ido un montón de veces de Bridgewater a Halifax, y de Halifax a Bridgewater, pero la próxima vez, no solo será la última. Será un viaje solo de ida.

Apenas me dio pena decirle adiós a Isaure. No me podía creer que aquello estuviera pasando, y que sería yo quien se marcharía cinco días más tarde. Es difícil hacerse a la idea, pues llevo tanto tiempo aquí que la idea de marcharme se me hace inconcebible. Afortunadamente, en un mes volveré a encontrarme con Isaure y Luca, en el sur de Francia. Por eso mi intento de despedida se limitó a un abrazo y un "Bon voyage".

Mañana vamos a un festival multicultural en Lunenburg. El lunes o el martes puede que vaya con Luca y su host family a recoger fresas. En un campo de fresas. Obviamente. 
El miércoles voy por última vez al colegio, a recoger las notas. Y el jueves... Parece imposible, como si esto no me estuviera pasando a mí. La simple idea de marcharse suena surrealista. Hace unos meses, mi host mother me preguntó si, de tener la oportunidad, otra beca o algo así, estudiaría segundo de bachillerato aquí. No supe qué decir, y me limité a explicar que aún no sabía. Ahora mismo sé que sí, lo haría. Quiero pasar el verano en España, eso sí, pero ¿volver el año que viene? ¿Ahora que sé de todas las asignaturas que hay, de todos los clubes, deportes y oportunidades de las que no sabía el pasado septiembre? ¿Ahora que, aunque mis dos mejores amigas vuelven a Alemania y Francia, conozco a mogollón de gente maravillosa y se me da mucho mejor conocer a gente nueva y hacer amigos? ¿Ahora que mi host family y yo nos entendemos mejor que nunca? Si pudiera acceder a la universidad en España sin hacer la Selectividad (o revalida), si tuviera la misma oportunidad que este año para el año que viene, no lo dudaría. Diría que sí. Lo volvería a hacer mil veces más.

jueves, 16 de junio de 2016

Cómo no enseñar historia y otras historias divertidas

En invierno, había días en que hacía tanto frío que no se aguantaba fuera. Si no tenía esgrima o hockey o algo así, del colegio a casa, de casa al colegio. En esos días solía hacer planes para la primavera. Recuerdo mirar al 30 de junio como un futuro lejano, improbable, casi imposible. Como si en vez de pensar en "cuando me vaya", la cuestión fuera "si me voy". En dos semanas me voy. En dos semanas estaré de vuelta en España. Es la sensación más controvertida que he tenido nunca. Nunca lo menciono, pero en cierto modo echo de menos a mis amigos, a mi familia, a mi tierra en general. A mi manera, no lo reconozco, pero no me deprime lo más mínimo volver a Galicia. No, lo que me entristece es dejar Canadá. Es imposible tener ambas cosas, lo sé, por eso duele.

Mañana es el último día de clase. Después, tengo exámenes el viernes, el lunes y el miércoles. Tengo organizados o estoy organizando montones de actividades para la última semana. No sé si lo hago porque es la última oportunidad para hacerlo o porque quiero mantener la mente ocupada y no pensar en el 30 de junio. También hago planes para el verano, asegurándome de que no pierdo el tiempo en mi último verano en edad escolar, mi último verano antes de cumplir 18. Pero bueno, antes de cumplir 18 tengo que cumplir 17, el día después de aterrizar en España.

Luca, Isaure y yo tenemos un nuevo pasatiempos. A veces, cuando vamos caminando a algún sitio y no surge ningún otro tema de conversación, hacemos planes, el tipo de planes que probablemente nunca se cumplan. "Planeamos" reencontrarnos en Italia en tres o cuatro años. Isaure y yo llegaríamos en avión, y Luca iría en coche (el coche que su abuela le prometió para su decimoctavo cumpleaños) y así tendríamos medio de transporte por el país. Después de las dos semanas juntas en Francia que ya son una realidad para este verano, planeamos hacer el Camino de Santiago (Luca quería hacerlo desde Múnich hasta que se dio cuenta de que le llevaría medio año y se conformó con la frontera entre España y Francia), una visita a Lugo, Múnich y París, esquiar en Andorra... Probablemente llevemos al cabo la mayor parte de ellos, pero en un futuro algo lejano. De eso se trata, de seguir en contacto año tras año, tanto tiempo como podamos. 

Hace casi diez años, por el día del árbol planté un pequeño abolito en nuestra finca. Parecía tan frágil... Durante meses, comparé su altura con la mía, hasta que me superó. Y siguió creciendo, metros y metros hacia el cielo. Siempre me olvidaba del nombre de la especie de árbol, no me parecía importante. El verano pasado descubrí que se trataba de un arce. El arce es el símbolo de Canadá. La bandera de Canadá tiene una hoja de arce roja en el medio. Aquí, la mayoría de los árboles son o arces o pinos. Vaya coincidencia...

Cuando estuve en Londres, hace dos años, esos mismos días mi host mother estaba allí. Puede que me la haya cruzado por la calle, sin caer en la cuenta de que la próxima vez que la viera, sería en Canadá. Mis host parents se conocieron en España, en un curso de español, el mismo año que yo nací. Les encanta la historia, sobre todo los romanos, y ya han planeado una visita para Arde Lucus el año que viene. Una de mis mejores amigas vive en el centro de París, probablemente pasara en frente de su casa cuando estuve en la ciudad, sin pensar en las grandes experiencias que viviría a su lado. Mis padres llevaban algún tiempo queriendo visitar Alemania, y a mí nunca me convencía. Puede que estuviera esperando a conocer a mi otra mejor amiga y tener a alguien a quien visitar en Múnich. También gané un concurso de relatos cortos con una historia basada en Alemania, un país en el que nunca había tenido ningún interés. El país del que vendrían mi host father y mi mejor amiga. Lo que cambian las cosas en un año...

Hoy, 16 de junio, es un día un tanto especial. Cierto enano que ya debe de ser de mi misma altura cumple 14 años. No estoy ahí para tirarte de las orejas, pero ya tendré la oportunidad en dos semanas. Feliz cumpleaños, David.

Tras esta breve interrupción de mi deber como hermana mayor, vuelvo a mi deber como estudiante internacional. Envié a mi casa, la de España, una caja con la ropa de invierno y los patines. No me he atrevido a meterlo todo en la maleta y luego pesarla para ver si voy bien de espacio, porque me deprime el simple hecho de ver una maleta. Lo que no quepa en la maleta quedará atrás. A veces me gustaría poder llevarme mi habitación entera. Otras veces querría volver con las manos vacías, para que nada me recordara a Canadá. Sé de sobra que ninguna de las dos opciones es viable.

Durante el semestre, Luca, Isaure y yo hemos recolectado frases graciosas del profesor de historia. Las juntamos en un documento y acabamos con un libro de 13 páginas, llamado How not to teach history and other funny stories (Cómo no enseñar historia y otras historias divertidas). Mr Stewart es el profesor más gracioso que he tenido nunca. A veces dice cosas que no tienen nada que ver con el tema, otras veces la forma en que explica hechos históricos es simplemente desternillante. No sabría explicarlo, así que me voy a limitar a mencionar un ejemplo, uno de mis favoritos. Hace un par de semanas, explicando la situación de Europa antes de la Segunda Guerra mundial:

"So Hitler being Hitler sits on the table and says 'Hey yo, I'm taking Czechoslovakia' and everybody else was like 'Oh, no, you Hitler with your brown uniform and your fancy moustache... yeah, sure, take Czechoslovakia'." Andrew Stewart

"Así que Hitler siendo Hitler se sienta a la mesa y dice 'Hey, voy a invadir Checoslovakia' y el resto del mundo estaba en plan 'Oh, no, Hitler, tú con tu uniforme marrón y tu bigote extravagante... sí, sin problema, quédate Checoslovaquia'." Andrew Stewart

lunes, 30 de mayo de 2016

Peggy'S Cove

Sentada en el autobús de vuelta a Bridgewater, escuchando música compartiendo un par de auriculares con Isaure, me acuerdo del proyecto final de derecho que aún tengo que terminar, del libro de inglés que tengo que leer, del test de francés para el que tengo que estudiar... Recuerdo que quedan dos semanas para los exámenes, que llevo tres días seguidos saliendo de casa antes de las ocho de la mañana y volviendo más tarde de la hora de la cena, pasando bastante frío y sentándome solamente en el bus que nos llevaba de un sitio a otro. Me duelen los pies e Isaure se queda dormida, usando mi hombro de almohada. Le acabo de decir adiós a un amigo al que probablemente no vuelva a ver. Y sin embargo, no puedo evitar pensar en lo feliz que soy. 

El viernes tuvimos el campeonato regional de atletismo. Quedé séptima en disco, mejorando mi marca unos tres metros. Luca quedó sexta, pero con 10 centímetros más hubiera quedado cuarta y habría avanzado a provinciales. En realidad, la cuarta y la quinta estaban separadas por un centímetro. Compitiendo, éramos tres Marías, a una de las otras dos la había conocido en el tour de las universidades, en noviembre. El juez se liaba con los nombres, e incluso pronunciaba Luca "Lusha". Hacía tanto frío que podíamos ver nuestro propio aliento, no solo por la mañana, sino durante todo el día. El jueves Luca y yo habíamos comprado chocolate alemán y yo ya sabía decir "mi" y "alemán" en alemán, por canciones. Le pregunté cómo se dice chocolate, y cuando me lo dijo, cojí la tableta de chocolate y eché a correr gritando "Meine Deutsche Schokolade", pronunciado según la fonética española algo así como "maine doiche shocolare". El viernes, después de competir teníamos frío, por lo que fuimos a comprar un chocolate caliente. Creo que nunca he contado la historia de cómo hace cosa de un mes intenté pedir un helado de chocolate pero la camarera no me entendía porque lo pronunciaba "cho-co-let" en vez de "cho-clet". El viernes, intenté pedir un hot chocolate, que me salió "shocklet", y el dependiente tampoco me entendía. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, mezclando inglés y alemán, un idioma que ni siquiera hablo, no pude evitar echarme a reír. Luca estaba conmigo, y también se dio cuenta de lo que había pasado. Ante la confusión del dependiente, las dos nos echamos a reír, sin poder siquiera repetir Hot chocolate. Cuando conseguimos el dichoso chocolate caliente, una niña de nuestra edad o un poco más pequeña se acercó al preguntarnos "Where are your accents from?", que se traduce en algo así como "¿De dónde son vuestros acentos?". Al principio no sabía qué contestar, y estuve por preguntarle si se refería a de dónde somos nosotras. Di por hecho que era así, y respondí que España y Alemania. Volvimos a las gradas, y como era nuestro último día de atletismo (ninguna de las dos se había clasificado para provinciales), habíamos traído nuestras banderas para que nuestros compañeros de equipo las firmaran. Creo que tampoco he mencionado que hace un mes compré una bandera de Canadá para que todos mis amigos la firmen o escriban algo antes de irme. La compré demasiado tarde para tener las firmas de los internacionales que se fueron en noviembre y en febrero, pero al menos tengo las de la gente de esgrima y atletismo. Como iba diciendo, habíamos llevado nuestras banderas, y cuando Michaela la firmó, en una parte decía "I'm so happy I met you" (Estoy tan contenta de haberte conocido) y tenía una letra tan pequeña que lo que leí fue "I'm so happy I'm not you" (Estoy tan contenta de no ser tú). Nos pasamos unos buenos 10 minutos riendo de tal tontería.

Hoy visitamos Peggy's Cove, uno de los lugares más emblemáticos de Nova Scotia. El paisaje lleno de rocas y hierba amarillenta me recordaba inevitablemente al pueblo de mis abuelos, en Ávila. Sin embargo, Peggy's Cove está en la costa. De hecho, lo "emblemático" es el faro. Las rocas ennegrecidas son golpeadas por olas constantemente. Muchos turistas van a las rocas negras, inconscientes del peligro, y al menos un turista al año muere ahí. La semana pasada murió una mujer. Antes de bajar del autobús, nos dieron una charla sobre lo peligroso que era, aunque en todas partes había carteles. Ahora ya sé cuánto tardaría en morir (menos de 5 minutos) y cómo sería mi muerte si fuera a las rocas negras (probablemente una ola vendría y me caería al mar y entonces, o bien a) me golpearía contra las rocas y muerte inminente, b) me ahogaría por las olas o c) el agua helada me paralizaría y también moriría ahogada. La tercera opción sería la más probable). Cuando acabaron de darnos la charla sobre mil y una maneras de morir en Peggy's Cove, repitieron el slogan de "Id a las rocas blancas. No os acerquéis a las rocas negras." Algún chaval desde el fondo del bus gritó "¡Eso es racista!".

Pese a lo racista que sonaba, nadie se acercó a las rocas negras y todos sobrevivimos a Peggy's Cove. Sin embargo, Martín tuvo la brillante idea de saltar desde una roca de dos metros a un grupo de rocas desiguales. Creo que nunca he hablado de Martín. Es un chico de Colombia que vino a nuestro instituto durante un mes. Llegó al principio de mayo y se va mañana, ya no vendrá a clase. Los primeros días, no hablaba con casi nadie, pero no parecía tímido. Tampoco parecía ir de esnob, se pasaba casi todo el tiempo escuchando música. Como vivía cerca de Juan (el catalán de mi instituto) y ambos compartían primer idioma, Mitch (director del programa y host father de Martín) le pidió a Juan que fuera con él y tal, al menos mientras no conocía a nadie. Fue idea de Luca decirle a Martín que viniera a comer con nosotros un día que estaba solo. Me pasé la dos primeras semanas hablándole siempre en inglés, hasta que un día Juan y él estaban jugando al ajedrez, Martín hizo un movimiento estúpido y yo comenté lo ridículo que era en español. El chaval se me quedó mirando como si el español no fuera el segundo idioma más hablado del mundo, y me preguntó de dónde era. Dije que España, y me preguntó por la zona. Por alguna razón, Martín sabía que Galicia está en el norte de España. Al parecer, tiene familia en España. 
Martín también se apuntó a atletismo, allí fue donde lo conocí. Tras una semana sin hablarle, la segunda semana Luca y yo le empezamos a explicar la teoría básica de cómo lanzar jabalina y disco. En teoría tenemos un entrenador, pero en la práctica solo aparece en la mitad de los entremamientos, y se pasa todo el rato con el móvil o hablando con gente. La tercera semana, cuando Martín ya sabía que soy española, me preguntaba directamente en español, pues su inglés no era precisamente perfecto y le costaba entender nuestras explicaciones en inglés. 

Como iba diciendo, el inteligente de Martín saltó de una gran roca y cayó en una superficie desigual, apoyando mal el pie. Juan, que estaba con él, le preguntó si estaba bien. Con el orgullo por delante, como siempre, Martín dijo que sí e intentó caminar, pero casi se cae en el intento. Juan y yo le ayudamos a caminar hasta un banco. Mitch le preguntó si quería ir al hospital, pero Martín seguía insistiendo en que ya se le pasaría, que no era gran cosa. Bromeamos diciendo que mañana no podría coger el vuelo y tendría que quedarse una semana más. Después tuvimos un paseo en barco por la costa de Halifax, donde aunque hacía bastante frío, lo pasamos bien. Además, yo tenía sudadera y cazadora. No me quiero imaginar el frío que Juan y Shuji (Japón) pasaron en manga corta. Martín firmó mi bandera y la de Luca. En la mía escribió, cómo no, en español. Al final de las típicas dedicatorias de que lo había pasado bien siendo mi amigo, que me iba a echar de menos y todo eso, puso que le recordaba a su hermana. Al bajar del barco, teníamos tiempo libre. El pie de Martín no mejoraba, y Mitch le dijo que había que ir al hospital. En el puerto, Martín esperaba sentado en un banco, mientras Pauline (Francia), Shuji, Isaure, Luca y yo esperábamos de pie, a su lado. Él seguía insistiendo en que nos podíamos marchar, pero nosotros no queríamos. Independientemente de quién de nosotros se hubiera hecho daño, no lo habríamos dejado tirado, y menos en su último día en Canadá. Quiero pensar que él hubiera hecho lo mismo por nosotros. Mitch y los otros coordinadores discutían a unos metros de nosotros a qué hospital llevarle y ese tipo de cosas. Juan vino a despedirse de Martín. Se abrazaron y se despidieron en español, Martín le dio las gracias por haber estado ahí desde el principio, por haber sido tan buen amigo, y Juan dijo que lo había pasado bien aquel mes. Sonaban sinceros, y no pude evitar pensar que en verdad se iban a echar de menos. Cuando Mitch dijo que era hora de llevarlo al hospital, el momento de decir adiós llegó, un abrazo y un "Suerte en el hospital y cargando con las maletas mañana" fue mi despedida. Creo que lo dije en inglés, no estoy segura. Al fin y al cabo, ¿acaso importa?

Después de cenar, le envié un mensaje a Martín preguntando por su pie. Al parecer, no rompió ningún hueso, pero dañó ligamentos. Le dije que si algún día le daba por visitar el noroeste de España, me enviara un mensaje. Su respuesta fue "Seguro que sí". Como si Galicia fuera el sitio perfecto para ir de vacaciones, como si no hubiera un océano entre Colombia y España.  

viernes, 27 de mayo de 2016

Paper planes

Hoy hace cuatro años, tuve mi primer campeonato gallego de atletismo, en el que además conseguí medalla. Me acuerdo de cuando pasar de provinciales me parecía imposible, y de cómo tres años después un segundo puesto en el campeonato gallego no me parecía suficiente. Supongo que será porque ya lo había conseguido a los 12 años, y lo había mejorado a los 13, consiguiendo representar a Galicia en el campeonato de España. Por alguna razón, pensé que tendría que seguir mejorando al mismo ritmo, o si no sería la peor atleta del mundo o algo así. Mañana tengo el campeonato regional de atletismo, en el que solo me he clasificado para lanzamiento de disco. Es muy poco probable, más bien imposible, que me llegue a clasificar para el provincial, que equivaldría a un campeonato autonómico en España. Es curioso cuánto han cambiado mis estándares.

El día que me enteré de que mi relato iba a ser publicado, probablemente en un libro de relatos cortos junto a otros cuentos ganadores, no pude evitar ir a contárselo a Luca, mi mejor amiga. Me preguntó de qué iba mi relato, y no sabía cómo explicarlo sin hacer spoiler, así que me limité a decir que era complicado. Es interesante, si no irónico, que escribiera un relato ambientado en Alemania sin haber estado nunca allí ni conocer a ningún alemán, y cuando se publicó fui corriendo a contárselo a mi mejor amiga, alemana, sin caer en la cuenta de que mi historia ocurría en su país.
Luca no insistió en querer saber de qué iba mi relato, pero la conozco lo bastante bien para saber que se quedó con curiosidad.

El cumpleaños de Luca se acercaba, e Isaure y yo queríamos organizar algo. Sin embargo, las semanas pasaban, el 20 de mayo de acercaba, y ninguna idea venía a nuestra cabeza. Fue entonces cuando tuve la idea. 

Traducir algo del inglés al español no me resulta tan difícil. Al fin y al cabo, tengo un vocabulario bastante más amplio en mi lengua materna, y mi inglés es, por lo general, bastante informal. Traducir del español (o peor aún, del gallego) al inglés no es nada fácil, pero aun así, sentí que tenía que hacerlo. Traducir mi relato. Luca tenía derecho a leerlo y yo quería que lo leyera. De "Os saltadores do Muro" (en español, Los saltadores del Muro) pasó a llamarse "Paper planes" (Aviones de papel). Lo imprimí y... voilà! Un regalo de cumpleaños.

En ningún momento de la historia menciono que sea Berlín, pero todos los indicios llevan a darlo por hecho. Al fin y al cabo, un muro que separa una ciudad en mitad este y mitad oeste recuerda inevitablemente al Berlín de hace no tantas décadas. Luca será del sur, de Múnich, y solo habrá estado en Berlín un par de veces, pero no hace falta ser alemán para saber del Muro de Berlín. En la última página del relato, menciono a dos soldados de la Unión Soviética. Cualquier duda desaparece con esa aclaración; el relato está ambientado en el Berlín de los años 60.

Tras leerlo, Luca no me dijo que si le había gustado o no. Simplemente, no dijo nada. Pero al día siguiente llegó al colegio y me enseñó una fotografía en su tablet. Estaba en blanco y negro, y lo primero que vi fue a la niña. Una niña de unos doce o trece años de edad, pelo castaño y ropa oscura, da la espalda a la cámara. Parece que mira a lo alto. Unos árboles en frente es lo único que parece haber en esa dirección. Tardo en darme cuenta de un detalle importante: el muro. Un muro de unos tres metros de altura se alza a su izquierda. Lo que más tiempo me lleva reconocer es el avión de papel. Un avión de papel volando por encima del muro, hacia la niña. Luca me explicó que era un montaje hecho con diferentes fotografías, basado en mi relato. Si no me lo hubiera dicho, yo me habría creído que era una fotografía real. Entonces fue cuando me dijo que le había gustado mi relato. 

jueves, 26 de mayo de 2016

Hoy hace tres años

Hoy hace tres años estaba compitiendo en Málaga, con la Selección Gallega de atletismo. Uno de los mejores días de mi vida. Quedé sexta, con una marca que me llevó dos años superar. Solía recordar esa fecha, 25 de mayo, con orgullo y esperanza de algún día hacer algo parecido. Este año olvidé la fecha, y si no fuera por una foto en Facebook que colgó una amiga de atletismo que también estuvo allí, no me habría acordado. Me pregunto en qué momento memorias más importantes sustituyeron el recuerdo de aquel fin de semana. 

De vez en cuando me sorprendo a mí misma aceptando que me quedan menos de dos meses en Canadá, de hecho poco más de un mes. Comprando un lápiz de memoria para pasar las fotos del iPad prestado del colegio que tengo que devolver cuando acabe el curso, organizando los planes de verano, recolectando documentos de voluntariado... Hace un par de meses, me agobiaba la idea de irme, porque me quedaban tantas cosas por hacer... No es que desde que empezó la primavera haya hecho todas esas cosas, es difícil de explicar. Supongo que he aceptado que no lo voy a hacer todo, que ante una disyuntiva, más de una opción puede ser la respuesta correcta. Cuando escogí atletismo en vez de softball, dejé una experiencia positiva para vivir otra experiencia positiva. Cualquiera de las dos opciones hubiera sido un acierto. Y hablando de atletismo, tuve el campeonato de mi distrito escolar el lunes y el martes de la semana pasada. Lancé jabalina, disco y peso, y me clasifiqué en disco para los regionales.

5 semanas, eso es todo. Podría quejarme de que todo haya pasado tan deprisa. O recordar las buenas (y malas, aunque no tantas) experiencias de las que he aprendido. O proponerme darlo todo para hacer de esta primavera la mejor de mi vida. Sin embargo, lo que quiero hacer ahora es dar las gracias. A todos. A Amancio Ortega por organizar becas para estudiar en Canadá. A Red Leaf por organizarlo todo tan bien y guiarme durante todo el año. A mis padres por dejarme venir y apoyarme incondicionalmente en todo momento. A mis host parents por tratarme como a una hija más. A mis host brother y host sister por hacer que quiera matarlos y abrazarlos varias veces al día. A Brenda, la coordinadora de host families e internacionales en mi zona, por apoyarme y creer en mí desde el primer día. A todos mis amigos, canadienses e internacionales, sobre todo a Isaure y a Luca, por enseñarme que no importa de dónde seamos o qué idioma hablemos, todos compartimos los mismos problemas. A mis amigos españoles, por soportar los días cuando no contesto a ningún mensaje porque estoy viviendo alguna aventura, o peor, cuando soy yo la que les llena el WhatsApp de audios contando mis problemas. A mis profesores, compañeros de clase, equipo de hockey, esgrima y atletismo, por hacer esta experiencia más enriquecedora. Y a todos los que me he dejado por el camino, cuya aportación pasa desapercibida para mí hasta que me falta.

Tuve el campeonato de mi distrito de atletismo y me clasifiqué para regionales en lanzamiento de disco, este fin de semana. Se acabó la temporada de esgrima y recibí el diploma de nivel amarillo. El tiempo mejoró tanto que paso más tiempo fuera que en casa, ya tengo la marca de la manga corta y los pantalones cortos (bendito sea mi "bronceado" desigual del que me avergüenzo cuando empiezo a ir a la piscina y a la playa), y los mosquitos me han acribillado varias veces. 

Hace un mes que no publico nada en el blog. La razón principal probablemente sea que no paso mucho tiempo en casa, y cuando estoy, o leo o estudio, sobre todo historia. Quién me iba a decir a mí, que siempre he odiado las ciencias sociales, que mi punto de vista cambiaría tanto. ¿Será Canadá, la distinta perspectiva, lo que me ha hecho cambiar de opinión? ¿Será conocer a personas reales de esos países de los que me he hartado de estudiar? ¿O simplemente habré madurado o cambiado o algo por estilo, algún tipo de fenómeno que iba a pasarme a los 16 años, independientemente de dónde estuviera? No lo sé, probablemente nunca lo sepa. Quizá fue estudiar sociología en el primer semestre lo que me abrió los ojos, e historia canadiense este semestre lo que me hizo entenderlo todo. A veces me paso horas viendo vídeos sobre la historia de algún país del que nunca he oído hablar, vocabulario básico de idiomas que no hablo, o las razones por las que empezó la Primera Guerra Mundial. Mis amigas probablemente estén hartas de mis "fun facts" con los que llego cada día a clase. Hoy descubrí que Andorra le declaró la guerra a Alemania en la Primera Guerra Mundial, pero nunca enviaron ningún soldado. Por eso y porque son un país tan pequeño, nadie se acordó de pedir su firma en el Tratado de Versalles. Técnicamente, Andorra ha estado en guerra con Alemania desde 1914 hasta 1957, cuando algún espabilado se debió de dar cuenta de que estaría bien firmar la paz, por si acaso. Ayer descubrí que Liechtenstein envió 80 soldados en su última acción militar, en el siglo 19, y volvieron 81. Aparentemente, hicieron un amigo en Italia.

Quiero contar una pequeña anécdota que me ocurrió el otro día. En mi distrito escolar hay dos coordinadoras que se ocupan de que no haya problemas con la familia y todo eso. Mi coordinadora se llama Brenda, es con la que estuve los dos primeros días cuando llegué, pero la coordinadora de mis dos mejores amigas es la otra, Carolyn. Brenda organizó una cena para todos sus estudiantes hace dos semanas, y como ninguna de mis mejores amigas iba, pensé que sería un aburrimiento. Para después de la cena, Brenda tenía pensado poner un micrófono para que quien tuviera algún talento lo mostrara, o por si alguien quería decir algo. Antes de cenar me preguntó si quería contar algo sobre mi experiencia, y yo me puse nerviosa. No quería decir que no, pero tampoco quería decir que sí. Brenda dijo que no pasaba nada, que no tenía que hacerlo, y no contesté. Pensé sobre ello toda la cena, y cuando llegó es postre, le dije que sí lo iba a hacer. 

En el momento en el que Brenda me llamó, con el micrófono en la mano, tras decir algunas palabras de agradecimiento, el miedo me paralizó. Me di cuenta entonces de que me había condenado a lo que más temía, hablar frente a un grupo considerablemente grande de personas (entre 50 y 100), y lo peor de todo, ¡lo había hecho voluntariamente! Voy caminando hacia Brenda, que me sonríe. La gente espera pacientemente a mi llegada. Los veinte metros más largos que he caminado en mi vida. Sin embargo, tras el miedo, nerviosismo y desesperación, hay algo más... Una variante extraña de la alegría convencional. Algo así como "Sí puedo, es mi momento, aquí y ahora". Al coger el micrófono y girarme hacia la multitud, tuve la extraña sensación de que llevaba esperando aquel momento toda mi vida. Había pensado en lo que iba a decir durante la cena, y las palabras no me jugaron malos tragos, ni lo olvidé todo con los nervios. Por primera vez, estaba delante de un público nurmeroso, y lo tenía todo bajo control. Entonces, empecé a hablar.

Creo que mis primeras palabras fueron una especie de disculpa por los errores de pronunciación y gramática que probablemente iba a cometer. Después, una pequeña confesión: mi timidez y miedo à hablar delante de gente, la de esfuerzo que me estaba costando hacer aquello, pero que aun así, quería hacerlo. Entonces empezó la verdadera historia. Empecé hablando de cómo mi tía me habló de la posibilidad de estudiar un año en el extranjero el día de mi decimoquinto cumpleaños. De cómo mis padres no apoyaban la idea, de cómo todo parecía tan lejano. De cómo aún me quedaba un año, aún me quedaban cien días, aún me quedaba una semana... aún me quedaba esperar a que llegará el tren. Conté cómo fue en aquel momento, en el andén de la estación, donde me di cuenta de que estaba diciendo adiós, de que al subir a aquel tren, no volvería a ver a nadie conocido durante un año. *Pausa melodramática*. Luego hablé sobre la confusión de las primeras semanas, cómo todo era tan nuevo y raro. Hablé de las constantes amenazas sobre el invierno, la de veces que la gente me hablaba del invierno pasado y se preocupaban por la supervivencia de una niña española en clima canadiense. "Y al final, aquí estoy, sobreviví al invierno y no fue para tanto. ¡Si hasta jugué al hockey!", dije, tras lo que Tara, mi host mother, se levantó y empezó a aplaudir, haciendo que todo el comedor estallara en aplausos. Cuando pararon, Tara añadió: "No solo jugó al hockey, sino que además jugó en el primer equipo de hockey femenino de la historia de Bridgewater High School." Más aplausos. Seguí contando mi historia, hasta que llegué al presente. Exliqué cómo no sabía si quería volver a España o no, cómo al volver con mi familia y amigos, dejaba atrás a mi familia y a mis amigos. Me pregunté si decir adiós a Canadá se parecería en algo a decir adiós a España. Y acabé con una pequeña reflexión, diciendo que después de tanto tiempo, tantas experiencias, tantas cosas que quedarán para siempre en la memoria, haber aprendido inglés (que sí, había aprendido bastante) me parecía una de las cosas menos importantes. 

Acabé de hablar, y volví a sentir el suelo y el aire a mi alrededor. No me había puesto colorada, al menos no demasiado. Esperé un par de segundos, pero nadie se movía. Todos miraban en mi dirección, ¡me miraban a mí! Nadie estaba hablando o con el móvil, tenía la atención de todo el mundo. "Eso es todo", añadí, caminando hacia Brenda para que cogiera el micrófono. El comedor estalló en aplausos. Mientras volvía a mi sitio, muchos me miraban, sorprendidos, como si nunca me hubieran oído hablar en inglés o algo así. Me sentí como en una nube. Max se me acercó y me dio un abrazo. Es curioso cómo a Max y a Sophia quiero matarlos o abrazarlos dependiendo del día, a veces dependiendo del momento del día. Max se levantó explicando que quería decir algo, y sus padres le miraron con cara de querer matarlo, y una mirada que claramente decía "No sé lo que pretendes, pero más te vale ser breve." Y lo fue. Contó cómo cuando llegué le pareció interesante tener a alguien en su casa del otro lado del mundo, y cómo debía de odiarlo por todas esas veces que él se ponía a hablar de cosas que no me importan, sobre todo reptiles. Me entraron ganas de levantarme y decirle que cuando le odio, o es precisamente por el tema de conversación, que ya me he acostumbrado. Mencionó un par de cosas más, y que al final iba a echarme de menos. Se quedó ahí parado, sonriendo, como esperando algo. "Venga, ve a abrazale", dice Camille a mi lado. Me levanto y abrazo a Max. Luego vuelvo a mi sitio con él. 

Al acabar la cena, cuando nos estábamos despidiendo, Martina me dijo que le había hecho llorar dos veces. La primera, cuando hablé. La segunda, cuando me levanté a abrazar a Max. Brenda me miraba con satisfacción, como si supiera de adelanto que lo iba a hacer tan bien. Quizá sí lo sabía, y me había pedido que hablara prediciendo que no haría el ridículo. No solo no hice el ridículo, Brenda. He aprendido algo nuevo sobre mí. Me gusta compartir mis pensamientos, mi opinión, mi punto se vista... sea en forma escrita, o si es necesario, oral. 

martes, 26 de abril de 2016

Menos de 100 días

La cuenta atrás vuelve a comenzar, pero esta vez no cuento los días que faltan para vivir una aventura. No, esta vez, cuento los días que faltan para que acabe. 
En March break se cumplió un año desde que me dieron la beca. Yo ni siquiera lo sabía, hasta que Paula me dio una abrazo deseándome feliz cumpleaños Spanadian. Días después, me enteré de que solo me quedaban 100 días en Canadá. 
Cuando no tengo nada que hacer, pienso en el futuro. Mi plan de verano, con mis dos mejores amigas en Francia (ya acordamos que el año que viene toca España y al siguiente Alemania), turismo con mis padres, el pueblo de mis abuelos... Este es un verano bastante prometedor.
A veces pienso en cómo será mi último día en Canadá. ¿Será algo parecido al primero? Confusión, cansancio, no saber si reír o llorar y al final no hacer nada, tan solo estar ahí, y esperar... Dos días antes de mi decimoséptimo cumpleaños cogeré un avión. Otra vez. En los últimos ocho meses he visitado más aeropuertos de los que me importa recordar. Madrid, Toronto, Halifax, Nueva York, Montréal, Ottawa. Varios de ellos repetidos. Iré a tres de esos aeropuertos, para subir en otros dos aviones. Entre las horas de vuelo, la espera donde hacemos escala, y el cambio de hora, llegaré a España unas 24 horas después. El día de Canadá. ¿Será el primer día de vuelta en "casa" igual que el primer día en el lugar al que ahora llamo hogar? Y cuando mi abuela me hable en gallego, ¿me enteraré de algo? ¿Estaré más triste por lo que dejo atrás que feliz por lo que recupero? Probablemente. Siempre supe que España seguiría ahí, esperándome, pero no tengo ninguna garantía de volver a Canadá. 
Al día siguiente será mi decimoséptimo cumpleaños. Y dos meses y medio después, empezará el curso. Segundo de bachillerato.
Cuando era pequeña, la gente solía preguntarme qué quería ser de mayor. Nunca lo tuve claro. Tenía ideas, opciones, pero ningún plan. En mis primeros años de secundaria, la pregunta era algo más seria. ¿Hacia dónde quieres dedicar el resto de tu vida? Nunca tenía respuesta. Desde el año pasado, la pregunta me persigue, insistentemente. Que si tengo que escoger ya, que si tengo que empezar a hacer planes, que si es mi futuro... Ocho meses atrás, me pondría nerviosa ante esa pregunta, y me mentiría a mí misma repitiendo que queda mucho tiempo. Hoy, aún no tengo una respuesta precisa, pero sí una perspectiva más clara. Dejad que me explique.
Todo empezó en el primer semestre, cuando escogí Sociología como una de mis asignaturas, sin saber qué estaba haciendo. Una de las mejores decisiones de mi vida. Aprendí tantas cosas... Y lo mejor de todo, cosas que me importan. Primera pista: me interesa entender la sociedad, el mundo a mi alrededor, las diferentes culturas, la influencia de la humanidad en una sola persona... Una de las unidades que estudiamos trataba sobre criminología. Por qué los criminales son criminales, la influencia de su personalidad y su experiencia en sus decisiones; segunda pista. En el segundo semestre, cogí francés, y creo que mi nivel está mejorando bastante. Además, lo bueno de tener amigos de todas partes del mundo es que aprendes vocabulario en todos los idiomas. Sobre todo alemán, que aunque no sé mucho, lo poco que sé lo aprendo rápido, y suma y sigue. Ahí va la tercera pista, me gustan los idiomas. En historia canadiense, aparte de estudiar hechos, aprendemos a preguntarnos por qué ocurrieron. Una de las que más me sorprende es la razón por la que los seres humanos creamos guerras, que al parecer tienen su parte "positiva". Por fin empiezo a tener una opinión en muchos hechos históricos, sobre todo del siglo pasado, tan marcado por las Guerras Mundiales. Incluso en temas tan controvertidos como por qué sentirse o no orgulloso de ser español. Que en ese tema, por cierto, no estamos solos, nos acompaña el resto de Europa. Mi teoría se basa en hechos históricos recientes y antiguos, pues si algo tiene Europa que sitios como Norteamérica (donde todo el mundo es patriota) no tienen, es historia. No creo que haya una cuarta pista por aquí, salvo quizá que me interesa la historia, sobre todo la historia moderna. Sobre todo, me gusta escribir basándome en hechos históricos. El relato del que hablo en la última entrada (ese del que estoy tan orgullosa) está basado en el Muro de Berlín.
No sé qué quiero estudiar, o en qué quiero trabajar, pero tengo una irrefrenable curiosidad por las culturas. Quiero viajar y ver cada rincón del mundo. Quiero aprender un montón de idiomas y utilizarlos en mis viajes. Quiero conocer a personas que dejen huella en mí, y dejar huella en ellos. Quiero escribir desde perspectivas que nadie haya visto antes. Quiero analizar y estudiar hasta entender en qué somos iguales y en qué diferentes. O qué hace a una buena persona y qué a una mala persona. Qué hace a un criminal romper la ley. Y con temas como estos podría seguir para rato, pero creo que son suficientes para hacerse a la idea.

El jueves y el viernes, la temperatura subió hasta llegar a 25-30 grados, y con sol. La gente estaba tan contenta que eran hasta demasiado educados para ser canadienses. De verdad, tres personas distintas en diferentes lugares me dijeron que les gustaba mi pelo. Solo duró dos días, y el sábado por la noche cayó una tormenta increíble, y lo dice una gallega. Sophia y yo sacamos a pasear a los perros (Mollie, una labrador de 12 años, y Eddie, un cachorro que tenemos desde hace poco más de un mes, no llega a tener medio año) en el peor momento. Al abrir la puerta, Mollie no dudó en salir corriendo. Eddie, sin embargo, se lo pensó dos veces, y hasta que Sophia lo llamó desde fuera, no se movió del umbral de la puerta. Como de costumbre, Sophia y Eddie tomaron la delantera, corriendo. Mollie se tomó su tiempo, y yo seguí su ritmo. Cuando alcanzamos a Sophia, la niña gritaba el nombre de Eddie. Había soltado la correa un momento, y cuando se dio cuenta, el perro había desaparecido. Le dije que yo le daría una vuelta al lago para buscar a Eddie y le pedí que se llevara a Mollie a casa y comprobara si Eddie había vuelto. Al final, el perro, caribeño de nacimiento, había huido de la lluvia, volviendo a casa. Gritando su nombre, corriendo alrededor del lago bajo la lluvia, me puse a maldecir en español. Independientemente de lo bueno que sea tu inglés, sabes que estás enfadado de verdad cuando maldices en tu primer idioma. 

Atletismo empezó por fin fuera. Las pistas dejan bastante que desear, para empezar porque no son pistas. No hay tartán para correr, ni arena para saltar, ni círculos ni nada para lanzar. Es sencillamente la forma de una pista de atletismo, pero con tierra, y un campo de rugby en el centro. Al menos ahí podemos lanzar jabalina; en la pista interior tenían hierba artificial, por lo que no podíamos. Pero que entrenemos fuera no significa que la primavera haya llegado. Técnicamente estamos en primavera, pero es más bien estilo canadiense. Si bien el jueves y el viernes subíamos de 25 grados, el sábado cayó un diluvio y el domingo y el lunes estuvo nublado, hoy le ha dado por nevar. Caminando a casa, me di cuenta de que empezaba a hacer frío, y de repente, se puso a nevar. No, me dije, esto no está pasando. Estamos prácticamente en mayo. Sin embargo, durante las últimas horas, no ha parado de nevar. Hace seis meses, me emocionaría y saldría corriendo a la calle. Ahora mismo, río por no llorar. ¿Por qué?, me pregunto, ¡si ayer estaba entrenando en manga corta!

jueves, 7 de abril de 2016

Empieza la... ¿primavera?

Después de la excursión, las cosas volvieron a bajar el ritmo. Nos acercamos a la mitad del semestre y pronto nos darán los report cards de mid term, pero no sé qué van a evaluar, pues entre March break, Easter y festivos por en medio, casi no hemos hecho nada. 

La semana pasada, Lea, una amiga de Luca, vino a visitarla. Me pregunto cómo será que tus dos mundos se choquen. No me gustaría que ni amigos ni familia vinieran a visitarme, sencillamente porque aquí tengo otra vida con otra familia, otros amigos y hablando otro idioma. Es como tener dos universos paralelos. De vez en cuando, en los diez días que estuvo, Lea acababa hablando en alemán con Luca, o hablando en inglés de "stuff back home", cosas que tienen en común en Alemania de las que yo no sé nada. En esos momentos, me sentía algo olvidada, pero luego me acordaba de que Lea solo estaría aquí diez días, y obviamente en estos siete meses Luca y ella se habían echado de menos. Que nadie me malinterprete, Lea y yo nos llevamos bien desde el primer momento, es solo que... pertenece al pasado de Luca. Bueno, y al futuro, cuando se acabe el curso en verano. Pero no al presente. De vez en cuando, Luca y yo recordaríamos alguna anécdota de la excursión a Montréal y Ottawa, o hablaríamos de atletismo, softball, esgrima, clase de inglés... o alguna cosa más que tengamos en común donde Lea o bien no tenía nada que decir o directamente no nos entendía. Esta mañana, Lea fue a Halifax a coger el vuelo de vuelta. Luca fue también, y se quedó allí el resto del día, pues una estudiante internacional francesa que vivirá con ella en los tres meses que quedan llegaba esta tarde.

 Los últimos dos eventos de internacionales fueron cancelados, por eso tengo la sensación de que llevo sin ver a los internacionales de Park View o de otros colegios del distrito bastante tiempo. La primera actividad, a finales de febrero, consistía en montar en trineo, y lo cancelaron porque no había nieve. La segunda, ya en marzo, era ir al a bolera... y lo cancelaron por una tormenta de nieve. Mañana nos llevan a una "granja" donde tienen montones de arces, y nos explicarán el proceso de obtención del sirope de arce. Y, lo que es más importante, muestras gratis.

El clima es un tópico interesante. La última vez que nevó fue hace una semana, y ayer llegamos a 18 grados, un récord desde el día de Navidad. Sin embargo, por la mañana había unos veinte grados menos. La temperatura sube y baja aleatoriamente; la semana que viene se supone que va a nevar, y a partir de la siguiente las temperaturas mejoran. En dos semanas, empezaré a guardar toda la ropa de invierno en una caja para enviar de vuelta a España.

Hay días en que quiero dejar de escribir en el blog. No dejar de escribir por completo, solo dejar el blog, porque no puedo explicar nada... Solía pensar que todo se puede explicar con palabras. Nunca me había quedado sin ellas. Experiencias y sentimientos, todo cabía en palabras. 
Antes de venir, alguien dijo que aquí aprendería lo que no se lee en los libros. Me pareció ridículo, pues si alguien había vivido alguna vez algo así, tendría que haberlo escrito, ¿no? 
Pues no.
Puede que no lo pueda explicar porque ni siquiera lo acabo de entender. Probablemente. Quizá sea como las adaptaciones cinematográficas de libros. Todo lo que ves en la gran pantalla es la punta del iceberg; la película nunca muestra la plenitud del libro. En ocasiones, sin embargo, la película es mejor que el libro. No ocurre con mucha frecuencia, y solo pasa cuando se suprimen las partes correctas de la historia original o se añaden detalles que mejoran la trama. (Acabo de buscar en Internet como se dice "plot"(=trama) en español). Pero en este caso, esa extraña excepción no se cumple. Para entender esta experiencia, leyendo todo lo que he escrito en el blog explicaría menos que entrando quince segundos en mi cabeza.

...

Han pasado unos días, y fuimos a la "granja" de sirope de arce. Maple syrup farm suena mejor... Lea volvió a Alemania y Pauline, una francesa un año más pequeña, vino a nuestro colegio para los tres meses de curso que quedan, y vive con Luca. Pauline es bastante tímida, y al igual que los demás, su primera semana está siendo... pues eso, extraña. La primera semana no tiene sentido; diría que el primer mes en general es una montaña rusa. Me gustan las montañas rusas, pero lo malo de esta es que no sabes cuándo toca subir... ni cuándo llega la bajada. 

Hoy ha sido un día inolvidable para mí. A primera hora, tuve test de Historia canadiense que me salió genial. Después del recreo, tuvimos una asamblea en el gimnasio, por ser mitad del semestre. Mencionaron todos los logros deportivos del colegio de los últimos meses, y los deportistas se ponían de pie cuando su deporte era mencionado y sus victorias aplaudidas. Nuestro equipo de hockey fue mencionado, por supuesto, y lo que más me gustó fue que dijeran que en cierto modo habíamos hecho historia en el colegio, creando el primer equipo de hockey femenino del colegio en toda su historia, que no es poca.
Después, los profesores escogieron a un puñado de alumnos que cumplen con el lema del colegio: We are responsible, we are respectful, we strive for success (Somos responsables, somos respetuosos, nos esforzamos para truinfar). Los alumnos seleccionados se levantan de las gradas y sostienen un cartel con la parte del lema que les toca, delante de todos, y la directora saca una foto. Sorprendentemente, mi nombre fue llamado en We are responsible, al igual que Luca y Boom. Luego me di cuenta de que probablemente había sido la orientadora quien nos había escogido, por el grupo de voluntariado en horas extraescolares que empezamos. Creo que no lo había mencionado hasta ahora. Básicamente, somos Boom, Luca, un puñado de niñas de Grade 7 (1 de la ESO) haciendo manualidades.
Unos minutos después de la asamblea, cuando estaba a punto de entrar en clase de francés, me llegó un mensaje de mi padre. Es curioso que hace un par de semanas me planteé la idea de una segunda parte, y hace dos días empecé a traducir al inglés aquel relato... Os saltadores do Muro, en gallego, o Los saltadores del Muro, en español... y hoy me dicen que lo van a publicar. Hace un año y medio, gané un concurso provincial de relatos cortos en gallego, pero hasta hoy nunca habían mencionado esa palabra: publicar. Sé que probablemente sea parte de un libro de relatos cortos ganadores de ese concurso durante otros años o algo por el estilo, pero aun así... ¿No es cuando consigues publicar algo cuando tienes derecho a considerarte escritor? Mi nombre y algo que he escrito yo aparecerán en un libro. Un libro que no mucha gente leerá, pero un libro al fin y al cabo. Y si hay un modo de volverse inmortal, de dejar huella, es ese: un libro.

martes, 22 de marzo de 2016

Cultural trip: Montréal and Ottawa

Prefiero llamarla "Cultural trip" y no "Excursión cultural" porque ya no significa lo mismo. Igual que decir "Thank you" ya nunca será "Gracias", o jamás diré "Perdón" tanto como aquí digo "Sorry". Las palabras son solo palabras, hasta que les das significado. Pero con tanta distancia, y no me refiero a kilómetros, entre el lugar en el que solía hablar español y en el que hablo ahora inglés, es imposible pensar en lo mismo con dos palabras tan diferentes. Tendrán la misma definición, pero para mí "Homesick" ya nunca será "Morriña".

Morriña. Nostalgia. O "homesick", si nos empeñamos en dejarlo en inglés. No es que haya olvidado lo que implica echar de menos un hogar. El problema es que ahora tengo más de un hogar, más de un lugar al que llamar casa, más de una familia, amigos de más de una (en realidad, de unas cuantas) nacionalidades. Me gusta vivir aquí, me gusta el colegio, mis amigos, el idioma, mi familia... No significa necesariamente que no eche de menos España. Pero... solo a veces. Y cuando pienso en volver y dejar mi vida en Canadá, olvidada para siempre... me entran ganas de llorar. Ya sé que me quedan más de tres meses, que tengo que disfrutar y no llorar ni el último día. Pero en esto consiste ser un estudiante internacional, ¿no? Divides tu corazón en mil pedazos y sueñas con que algún día vuelvan a juntarse. Como bien decía Stephen Chbosky, el tiempo pasa, los amigos se van, y la vida no para por nadie.

March break, el equivalente canadiense a la Semana Santa española, fue del 12 al 20 de marzo. El viernes 11 de marzo tuvimos snow day, así que técnicamente duró un día más. Del 15 al 20, cultural trip. Por mucho que me esforzara en intentarlo, jamás podría mencionar todo lo que pasó en cinco días. Montréal y Ottawa son fascinantes, y las actividades que hicimos divertidas, pero no quiero darle tanta importancia a un simple itinerario como a las pequeñas cosas que surgieron. Como Gabriella, el fantasma que nuestra habitación, pues aparecía en la lista y debería haber estado conmigo y Luca pero no aparecía, y acabamos por descubrir que no existía. O, más bien, que no había venido a la excursión. Un nombre sobre el papel. O nuestro "cookie boy", Ivo, un chico alemán que pese al cumplir los estereotipos de alto, rubio y ojos azules, me parece italiano. He conocido a varios alemanes y me han caído bien, Ivo era el único que cumplía los estereotipos físicos y todos con los que hablé eran majos y tenían sentido del humor. Otro estereotipo en el que ya no creo.
Nunca olvidaré "dog sledding", que no sé cómo llamarlo en español. ¿Ir en un trineo tirado por perros? Aquello sí que fue divertido, incluso cuando nuestros huskies perdieron el norte y atravesaron un montón de troncos, y Luca y yo casi volcamos el trineo. O la basílica de Notre Dame en Montréal (no es un plagio de la parisina, muchas ciudades francófonas tienen una), lo impresionante que era y las increíbles fotos que sacó Luca. En una de ellas, parezco un fantasma translúcido. Y las conversaciones con Paula Spanadian (que desde algún lugar perdido en el norte de la provincia, espero que lea esto), que empezaban en inglés por estar con más gente, cambiaban a español cuando los demás se iban, volvían al inglés cuando nos costaba encontrar una palabra en español, y seguían cambiando. En el avión de vuelta, me llevó varios minutos recordar que "take off" en español se dice despegar. 
El día que hicimos snowshoeing (como caminar con una especie de raquetas de nieve) y dog sledding, no nos dejaron tiempo para cambiarnos el calzado y subimos al autobús para una hora de viaje. Después de cenar, volvimos a las habitaciones, y no es difícil imaginar cómo olerían nuestros pies mojados y sudados por aquel entonces. El olor siguió allí hasta el último día. Sin embargo, Luca dijo: "Estoy segura de que nuestra habitación no es de las peores. Me refiero, hay habitaciones de chicos. Y los chicos huelen mal". Aquella se convirtió en la frase del día.
Visitamos un museo en el que aprendí que los vikingos no eran tan bárbaros como los pintan las películas, apreciaban el arte, y exploraban territorios para encontrar un lugar mejor en el que vivir. En uno de esos viajes, encontraron Norteamérica, y el primer niño europeo nació en América siglos antes de que Cristóbal Colón la "descubriera". 
Vimos un partido de hockey de la NHL (National Hockey League), Ottawa Senators contra Montréal Canadiens. El estadio en Ottawa era inmenso, me impresionó más que el Bernabéu, supongo que porque estoy acostumbrada a ver estadios de fútbol pero no de hockey sobre hielo. Estaba lleno, no había asientos vacíos, incluso había gente de pie. Y nosotros, en antepenúltima, penúltima y última fila. A mí me tocó última. Al final, Ottawa ganó 5-0.
Visitamos un edificio antiguo con aspecto de castillo, Royal Canadian Mint, donde se fabrican las monedas de dólares y centavos canadienses. Aprendí un montón de cosas interesantes, como que el borde de las monedas está en relieve porque cuando eran planas la gente solía quitar el borde y venderlo, y con el borde en relieve puedes saber si están enteras; que en la última versión de las monedas canadienses, vigente durante los últimos 15 años o así, la reina de Inglaterra aparece sin corona para que los canadienses la sintieran más cercana, pues muchos no están de acuerdo con que siga siendo representante de Canadá; cada vez que cambian de monarca, el rostro en las monedas mira hacia el lado contrario para que la gente se de cuenta de que ya no es el mismo; las monedas de coleccionista bajan a la mitad de su valor cuando las sacas del plástico...
Hicimos muchas otras cosas, como ir de compras, a un zoológico, al Parlamento... No tengo ni el tiempo ni la paciencia para contarlo todo.

Luca solo ha estudiado un año español, sin embargo, me sorprende cada vez que dice cualquier cosa. El alemán y el español no tienen una estructura tan similar, pero por alguna razón, comete pocos errores. Dice que se le ha olvidado mucho, pero si hablo despacio casi siempre me entiende, y sabe responder a casi todo si le dejas tiempo para pensar. En la excursión, de vez en cuando hablaba en español con Paula, y aunque ella parecía no estar escuchando, cada vez que decía "Madre mía", se reía. Parece ser que me he acostumbrado a decirlo cada vez que algo me sorprende, indigna, asombra... No tenía ni idea de que lo decía con tanta frecuencia hasta que se empezó a burlar y a repetirlo cada vez que lo digo.

Como es bien sabido, en las excursiones y en las competiciones no se duerme mucho. Y el último día nos tuvimos que levantar a las 4:45, pues el avión salía por la mañana. Así que ayer decidí irme a dormir temprano, y a las diez o diez y media ya había apagado la luz. Sin embargo, olvidé poner el despertador. No recuerdo qué soñé, pero sí que era algo largo y tedioso, y volvía a España. En mi sueño, lloraba y lloraba, me negaba a aceptar que la aventura se había terminado. No sería más que un sueño, pero sé que voy a llorar, y mucho, cuando vuelva. 
Por la mañana, no sonó el despertador. De hecho, no lo puse la noche anterior. Abrí los ojos y miré el reloj. Las 12:15. Cogí el teléfono y confirmé mis sospechas: snow day. El sexto en lo que va de invierno.

Deshaciendo la maleta, me hace ilusión ver un par de souvenirs que compré y colocarlos en la estantería. Sin embargo, sé que los recuerdos más importantes no están en la maleta.

viernes, 11 de marzo de 2016

March break

Hace no mucho tiempo, solía pensar que la vida es una cuestión de prioridades. Tienes 24 horas al día para hacer lo que quieras, como todo el mundo, y tú decides en qué convertirlas. Si tu prioridad son los deportes, no te pierdes un entrenamiento ni por el cumpleaños de un amigo ni por estudiar para un examen. Si tu prioridad es estudiar, el colegio es lo primero. Por supuesto que la mayoría de la gente tiene más de una prioridad, pero siempre habrá algo en primera posición y lo demás en segunda, tercera... Sin embargo, me equivocaba.

Ahora sé que la vida es una cuestión de prioridades y oportunidades. Y en oportunidades incluyo amenazas y posibilidades, el lado positivo y el lado negativo de todo el entorno exterior. Prioridades son las oportunidades que aprovechas y las que ignoras. Pero no puedes aprovechar una oportunidad que no tienes, y las oportunidades no las pides, solo las recibes y las aceptas. Llámalo azar, suerte, dios o destino, pero tú no lo controlas.

Esta mañana, al despertarme y leer un mensaje en el móvil de que hoy no había clase, volví a apagar la luz y dormí otras tres horas. Sobre las diez y media subí a desayunar, y comprobé que, en efecto, estaba cayendo una buena nevada. De pronto caí en la cuenta de que era viernes 11 de marzo, y hoy empezaba March break. Por lo tanto... ¡no tengo clase hasta el 21 de marzo! Desde el día 15 hasta el día 20 estaré, además, de excursión con otros internacionales de la provincia (entre ellos mis dos mejores amigas) en Montréal y Ottawa. Hay montones de actividades planificadas, en lo que será sin duda un March break para recordar.

Desde que los deportes de primavera empezaron, debo reconocer que me he pasado y me he apuntado a demasiadas cosas. Esgrima sigue hasta mayo, hockey se ha acabado (pero por fin tengo mi sudadera, que es lo que cuenta, ¿no?), y me he apuntado a badminton intramural (no competitivo), softball (parecido al béisbol pero con una pelota ligeramente más grande y blanda, pero que aun así duele bastante si te golpea), y track and field (atletismo). Sin embargo, districts (campeonato del distrito escolar), regionals (regionales) y provincials (provinciales) coinciden exactamente las mismas fechas en softball y en atletismo. Por tanto, tendré que dejar uno. 

El miércoles tuvimos otra excursión a esquiar. Como en la de enero, volví a escoger snowboard, y no me arrepiento de ello. Pese a algún que otro contratiempo, acabé en la pista más alta con Luca, también en snowboard, e Isaure, esquiando. Al ser una pista bastante larga, de vez en cuando alguna se caía o simplemente parábamos a sacarnos una foto. En snowboard, para levantarte tienes que atar ambos pies a la tabla e impulsarte para incorporarte. Pero yo no doy. Cada vez que lo intento, me caigo de culo. Luca no tiene más experiencia que yo, pero sí que se da incorporado. Y cada vez que yo no me daba levantado, dejaba su tabla de lado para venir a ayudarme.
En las películas, los alemanes siempre son los malos. Luca es alemana, de un pueblo a las afueras de Múnich, y es una de las mejores personas que he conocido nunca. Y es increíblemente inteligente. No es rubia ni tiene ojos azules, apenas es un par de centímetros más alta que yo. De hecho, un profesor solía pensar que ella era española y yo alemana. Isaure es francesa, parisina, y la moda le da exactamente igual. Nunca había visto a nadie que vista tan extravagante como ella (y aquí hay mucha gente que si la temperatura es positiva vienen a clase en chanclas con calcetines); no tiene vergüenza, y aunque es la que peor inglés tiene de las tres, la mayoría de las veces acaba hablando por nosotras. Y yo... pues eso, todos conocemos el estereotipo de español: vago y fiestero. No creo que ninguno de los dos se me puedan aplicar en ningún contexto. 
Es una amistad interesante, la nuestra. Históricamente, los franceses y los españoles no nos llevamos bien, y los alemanes y los franceses son enemigos. Me encanta romper estereotipos, cambiar las expectativas. Desafiar las leyes de lo que debe o no debe ser. No nacemos condicionados por nuestros genes para ser fiesteros, serios, tímidos, presumidos, trabajadores, vagos... La sociedad nos enseña a actuar de acuerdo con lo que se espera de nosotros, las expectativas que otros tienen. Para no ser "raros". Pues que viva la rareza y la insatisfacción con los estereotipos, porque si algo he aprendido en Canadá, es que nunca se cumplen.

jueves, 3 de marzo de 2016

Fin del hockey Parte 2: Play offs

El martes salimos de clase una hora y media antes para ir a Lunenburg. Como cada vez que anunciaban por megafonía "All the senior girls hockey players please come to the lobby now", y yo me levantaba, toda la clase se me quedaba mirando preguntándose lo mismo pero sin atreverse a decirlo en alto. ¿Qué hacía yo, una estudiante internacional, jugando al hockey sobre hielo? El deporte más famoso de Canadá, el orgullo e identidad del norte... ¿y que una española formara parte de ello? No tenía sentido, pero ya nada lo tenía. Ni siquiera el hecho de que hubiera "sobrevivido al invierno". La de gente que no se creía que los que venimos de climas "cálidos" (todos los internacionales menos los del norte de Europa, vaya) podríamos convivir, e incluso disfrutar, con la nieve.
A lo que iba, el martes teníamos el partido de playoff para clasificarnos para el campeonato regional. Ni siquiera recuerdo el nombre del equipo; en cierto modo me alegra haberlo olvidado. El entrenador de los chicos seguía usando en cada ocasión la nueva palabra que había aprendido, y las últimas palabras que le oí decir antes del partido y desde entonces, fueron "Kick their culo". Nuestro entrenador nos recordó que ya estábamos haciendo historia para el instituto presentándonos a un partido de playoff... que ya habíamos hecho historia creando el primer equipo femenino de hockey sobre hielo que Bridgewater High School ha tenido jamás, en sus más de 100 años de historia.
Desde el momento en que encontramos el edificio donde estaba el rink de hockey, no pude evitar pensar que por fuera parecía abandonado. Y por dentro, mucho peor. Hasta los locales decían que debía de haber fantasmas. Hacía frío, de hecho más frío que fuera, los vestuarios olían mal, las duchas daban miedo, las gradas estaban a medio destruir... Y para entrar en el hielo había un escalón de un metro de alto. Al principio no lo vi, y no fue hasta que estaba de segunda para bajar cuando me di cuenta de lo alto que era. Por si fuera poco, la parte de arriba también era resbaladiza y no había de dónde agarrarse. Sin tiempo para pensar, me vi resbalando y cayendo de culo en el hielo sobre mi botella de agua, que explotó. No pude evitar reír, pero no porque hubiera sido gracioso (que lo había sido) sino porque estaba terriblemente nerviosa. Aquel podía ser mi último partido de hockey sobre hielo durante el resto de mi vida y había empezado de culo. Emma me había visto caer y aterrizar sobre mi botella, y le pidió a su madre (que también me había visto caer, creo que todo el mundo lo vio), que la fuera a rellenar. Les di las gracias a las dos, pero Emma no me miraba como miras a una amiga a la que se ha caído de culo y ayudas a levantarse (aunque es mi amiga, me caí de culo y me ayudó a levantarme). Me miraba con una mezcla de pena, decepción, impaciencia y algo que no lograba identificar. No sé por qué, pero Emma, pese a ser un año más pequeña que yo, siempre me ha hecho sentirme pequeña a su lado. Físicamente es mucho más alta que yo, algo a lo que no estoy acostumbrada, pero aparte de eso... es como si llevara veinte años en el instituto y lo conociera todo, como si nada pudiera sorprenderla. Nunca la he visto asustada por nada, ni siquiera por la derrota. Lo acepta, frunce el ceño brevemente, y se guarda cualquier comentario para sí misma. Y es una de las mejores del equipo (es una de las mejores en todo lo que le he visto intentar), así que podría decirse que no perdemos por su culpa.
Por alguna extraña razón, mi nombre estaba en la alineación inicial. Lo entiendo cuando tenemos un banquillo de tres personas, pero ese día nos las habíamos arreglado para reunir a todo el equipo. 
Lo noté desde el primer momento, pero traté de convencerme de que no estaba pasando. Las heridas de los pies del fin de semana habían empeorado. Una de ellas se había infectado. Me costaba patinar, y aunque lo daba todo por mantener el ritmo, estaba siendo lenta. Sin embargo, nadie me dijo nada, nunca me dijeron las cosas que no hacía, sino las que hacía bien, y modos de mejorar. Supongo que no había tiempo para crear un equipo decente y querían que me llevara una buena sensación. O me vieron en el primer entrenamiento y se dieron cuenta de que había mejorado tanto que no había ninguna razón para quejarse en aquel último partido.
No gracias a mí, marcamos el primer gol. Creo que fue Emma, o Maddie, puede que Rachel. Las chicas del otro equipo eran buenas. He de decir que posiblemente mejores que nosotras. En el segundo tiempo empataron, y en el tercero nos volvimos a poner por delante. Creo hablar en nombre de todo el equipo cuando digo que ya estábamos soñando con los regionales. Íbamos ganando 2-1 y apenas quedaban un par de minutos, ¿qué podía pasar? ¿Que nos empataran? Imposible. Pero lo hicieron.
Al acabar 2-2, los árbitros acordaron con nuestro entrenador y el del otro equipo jugar una prórroga de cinco minutos con cinco jugadoras, contando la portera, por equipo. Muerte súbita. Las primeras en marcar se llevaría la victoria. Aquello iba en serio, y lo sabíamos, por eso no protestamos cuando el entrenador escogió a las mejores jugadoras. Por alguna razón, me acordé de aquella serie policíaca que solía ver en España, Castle, y cómo la madre de una de las protagonistas había sido asesinada en un callejón, tras una vida llena de gloria. O de los héroes de las series que veía de pequeña, cuánto querían morir por todo lo alto. No podía evitar pensar que un estadio así es al que un equipo solo va a una cosa... a morir. 
Por mucho que intenté quitarme la idea de la cabeza, no pude. Y acabó por hacerse realidad. Ni siquiera llegué a jugar en aquella prórroga, en aquel "ganar o morir", ni pude ver el gol que supuso nuestro fin como equipo. Supongo que no fue culpa de Katie por no parar ese tiro a tiempo, ni de Emma por no llegar a defender, ni mía por no haber jugado mejor antes, ni siquiera de la jugadora del equipo contrario que marcó ese último y decisivo gol. No era culpa del otro equipo celebrar aquella victoria. Había sido para ellas una remontada, no tenían por qué compartir nuestra perspectiva, habían aprovechado su oportunidad y habían ganado. Pero sigo buscando un culpable. Lo hace más fácil, más llevadero. Y más cobarde. Por eso me alegro de no recordar el nombre del equipo, y de no haberle visto la cara a la la chica que marcó el gol decisivo. 
En el vestuario, el entrenador nos intentó animar diciendo que ahí fuera habíamos sido un equipo. Dijo que era difícil de creer que el grupo de chicas que se había presentado en el primer entrenamiento fuéramos nosotras. Dijo que deberíamos sentirnos orgullosas de haber llegado tan lejos. Y no creo que se lo estuviera inventando ni lo dijera para hacernos sentir mejor. Creo que hablaba en serio.
No sólo a mí me costaba creer que aquello fuera todo, que se hubiera terminado. Cuando el entrenador mencionó devolver las camisetas, nos pilló por sorpresa. 
-Pero... ¿no podemos jugar un último partido? ¡Quiero volver a jugar contra Park View! -dijo Kelsey.
-¡Sí, sí! La hermana mayor de una niña que me cae mal juega en el equipo de Park View, ¡quiero que sienta la derrota! -exclamó Rachel. A sus doce años, es la más joven del equipo, y una de las mejores jugadoras.
-Además -añadió Kelsey-, tenemos que estrenar las sudaderas.
Las sudaderas, lo único que nos mantendría como parte del equipo una vez devolviéramos las camisetas. Las sudaderas, que deberían haber llegado antes del torneo de Barrington, pero no llegaron a tiempo para ningún partido.
El entrenador nos miraba, sin contestar.
-Lo intentaré, pero no prometo nada -dijo por fin. A día de hoy sigo sin saber nada de las sudaderas ni del posible partido contra Park View.

El miércoles, en clase, todo se había  acabado. Era tan obvio... Veía a las chicas de mi equipo por los pasillos, pero ninguna me saludaba, o sonreía, o hacía cualquier mínimo movimiento para mostrar que me había visto. No. Seguían mirando al móvil o al suelo. En clase de francés, estábamos jugando a "El pueblo duerme", o como quiera que se llame el juego, y acusé a Maddy de ser el lobo solo para que me mirara de una vez. Lo conseguí, me miró, pero parecía que no me conociera. No como si se hubiera acabado la temporada de hockey, sino como si nunca hubiera tenido lugar. A medida que pasaron los días, la cosa mejoró ligeramente, pero no volvimos a compartir esa camaradería que teníamos antes. Supongo que es como los amigos del colegio con los que te dejas de hablar cuando se cambian de instituto. Básicamente porque todo lo que teníais en común era el edificio en el que estudiábais.

Afortunadamente, no tuve tiempo para echar de menos los deportes. Lo único que no va por temporadas es esgrima, pero porque no es una actividad del colegio. Además, es solo un día a la semana. Así que aunque cada martes desde octubre hasta mayo vaya a esgrima, eso no me llega. El jueves empezó bádminton "intramurals", solo por diversión, no competitivo. Tuvimos un par de entrenamientos y me gusta el ambiente. No tenemos un entrenador propiamente dicho, es solo un profesor supervisando, no sé ni si sabe de bádminton. Tampoco me preocupa. Voy con mis amigas, las deportistas y las que se cansan con subir las escaleras, las que se lo toman en serio y las que solo van a pasarlo bien. El lunes, en nuestro segundo entrenamiento, el profesor (que parece ser, sabe de bádminton), nos preguntó si nos gustaría competir. Yo no dudé en decir que sí, no porque me encante el bádminton ni porque crea que juego muy bien, sino porque sentí que necesitaba rodearme de otros deportes lo antes posible. Las competiciones durarían el mes de abril, y si hay más chicas de nuestra edad que quieran ir, tendríamos que jugar contra ellas y las mejores irían a competir, pues hay límite de participantes por colegio.
Ayer, durante los "anouncements"... No sé cómo traducirlo. ¿Anuncios? ¿Noticias? Es algo que no tenemos en España. A primera hora, suena el timbre y ponen el himno, y después alguien lee los anouncements por megafonía, cosas como cuándo son las pruebas para cierto deporte, qué venden ese día en cafetería a la hora de la comida, victorias de el equipo del colegio de cierto deporte... Pues eso, que en los anouncements dijeron que este domingo sería el primer entrenamiento de atletismo. No me lo podía creer. Me habían dicho que siempre empezaban después de March Break (vacaciones de primavera, como en España Semana Santa pero coincide un par de semanas antes) o más tarde si todavía quedaba nieve. Pero resulta que estamos teniendo un invierno inusualmente "cálido". No sé si "cálido" comparado con el año pasado, ese invierno tan duro del que todo el mundo habla, o comparado con el promedio de invierno que suelen tener. La verdad, si no tenemos más tormentas de nieve, he de decir que mi "Canadian winter" ha sido decepcionante.
En nuestra hora libre, Luca y yo fuimos a preguntarle al profesor de educación física y entrenador de atletismo, si tenían todas las pruebas. Las nombró, y creo que salvo lanzamiento de martillo, salto de pértiga y marcha, las dijo todas. 
¡Ah, y softball! Había olvidado que me he apuntado a las pruebas de softball. Ahora que tengo bádminton y atletismo, no creo que softball sea lo mío. Softball, por cierto, probablemente tenga una traducción al español que ignoro. Viene siendo béisbol con una pelota más grande y blanda, básicamente. Supongo que probaré al principio, por si se da un hipotético caso en el que me gusta, pero las competiciones de atletismo y softball coinciden casi siempre, así que llegados a cierto punto tendría que escoger.

martes, 1 de marzo de 2016

Fin del hockey Parte 1: Torneo de Barrington

Mi vida como jugadora de hockey duró mucho menos de lo que me hubiera gustado. No sería la mejor del equipo, ni siquiera habré marcado un solo gol, pero disfrutaba con cada entrenamiento, con cada partido. Y sentía que mejoraba. Que al luchar por el pock lo conseguía más y más veces. Que entendía las jugadas y tácticas que empleábamos. Que sabía lo que tenía que hacer. No puedo ni explicar cuánto voy a echarlo de menos.

El fin de semana pasado tuvimos un torneo en Barrington. Somos un equipo pequeño, muy pequeño, y ni siquiera todas las jugadoras vinieron al torneo. Estábamos bajo mínimos, literalmente, no sé por qué nos dejaron jugar. Deberíamos ser más de 10; éramos 9. El resto de lo equipos rondaban 15 jugadoras, pues aunque solo una portera y cinco jugadoras están en el hielo, en el hockey se hacen cambios constantemente. Es un deporte muy intenso y casi sin pausas. Cada 2-5 minutos, cambiamos de jugadoras. Pero siendo tan pocas, los cambios son más largos y los descansos más cortos. Y por si fuera poco, tuvimos tres partidos en el mismo día.

El primer partido no era una amenaza. Contra Barrington, el equipo anfitrión, ya habíamos jugado antes, y ganado por goleada. No nos costó demasiado volver a hacer lo mismo. El resultado: 0-5. Como anécdota, Darla consiguió una penalización. Otra vez, al igual que la última vez que jugamos contra ellas. Lo irónico es que juega más o menos como yo, pero sus habilidades como patinadora... diría que le queda por mejorar. Pues allí iba Darla, cogiendo velocidad hacia la portería contraria, esperando un pase que nunca llegó... y al ir tan rápido, no le dio tiempo a frenar y se llevó por delante a una defensa. Creo que le cayeron tres minutos de penalización.

Después del primer partido fuimos a comer a una pizzeria. Quién nos iba a decir que en un pueblo en medio de ninguna parte podría haber restaurantes. Mientras esperábamos por la comida, Emma y alguien más estaban hablando de atletismo. Emma decía que ella se negaba a correr, que lo que le gustaban eran los lanzamientos. No creía haber oído bien, por lo que le pedí que se explicase. 
-El atletismo se divide en carreras, saltos y lanzamientos.
-No me digas -respondí, riéndome. Probablemente supiera bastante más de atletismo que ella, pero Emma solo me había visto en un deporte, hockey, y en el primer entrenamiento no sabía ni cómo coger el stick. Probablemente se diera cuenta entonces de que yo sabía de lo que hablaba, pues fue directa al grano.
-¿Qué prefieres?
-Lanzamientos -dije sin dudar. Ella sonrió.
-A mí me gusta el lanzamiento de disco. Peso es aburrido, no se mueve nada... Y jabalina me da miedo darme en la espalda o algo...
-Yo prefiero el lanzamiento de martillo. Pero sobre los demás, igual que tú.
-No tenemos lanzamiento de martillo -dijo Emma-. Al menos no que yo sepa...
Sonreí y dije que no pasaba nada, aunque aquello me entristeció bastante. Días después pregunté a alguien más y recibí la misma respuesta: no al lanzamiento de martillo.

Por la tarde jugábamos nuestro segundo partido. Al igual que yo, el resto de mis compañeras de equipo estaban cansadas. "Y aún nos quedan otros dos partidos...", pensábamos todas. Al salir al hielo, me di cuenta de que los patines empezaban a hacerme daño. Aquello me costaría una ampolla en poco tiempo. Empezó el primer periodo y nos despertamos de golpe. Nunca habíamos jugado contra un equipo tan bueno, y de algún modo, pese a ser un periodo jugado entero en nuestro campo y con infinitos disparos a nuestra portería, conseguimos mantener el marcador a ceros. Fue gracias a Katie, nuestra portera, hermana de Emma. Katie tendrá tan solo catorce años, pero es bastante más alta que yo. Y Emma tendrá quince, pero puede que sean más de quince los centímetros los que me saca. Emma juega de defensa, y a veces las jugadoras del otro equipo se acercan a nuestra portería y empujan o intentan tirar a Katie. Es una estrategia para dejar nuestra portería desprotegida, pero nunca les funciona. Porque en ese momento veo a Emma llegar y plantarse en medio, amenazadora, protegiendo a su hermana pequeña, protegiendo a nuestra portera. Nunca sé por qué razón se la ve tan segura plantando cara, aunque ella insiste en que sea quien sea la persona que cubre nuestra portería, una de las labores de ser defensa es proteger a la portera.

En el descanso tras el primer tiempo, el entrenador de los chicos (que es bastante mejor entrenador que el nuestro) intentaba ser optimista.
-Son un gran equipo, ¡y todavía no nos han marcado! Están perdiendo la paciencia, ¡ahora es nuestra oportunidad!
Pero se equivocaba. No es que se equivocara, tan solo nos contaba una mentira piadosa. Sabía perfectamente que las chicas del otro equipo controlaban el partido. También era consciente de que ellas lo sabían. Y de qe en cualquier momento lo inevitable iba a pasar.

Estábamos cansadas. Nos faltaban fuerzas para impedir lo inevitable. Pero ni Katie es invencible ni Emma llegaba siempre a tiempo para ayudarla. En el segundo tiempo, el verdadero partido empezó. Uno tras otro, las chicas de Middleton empezaron a marcar goles. Nunca había tenido que defender tanto siendo ala, no defensa, y por fin entendí la razón por la que llevamos tantas protecciones. Un codazo me dejó un moratón que aún no se me ha pasado y cuando una delantera lanzó el pock y me golpeó en el cuádriceps, pese a llevar pantalones acolchados con los que no sientes nada al caer, ese pock me dolió bastante más que cuando Sara accidentalmente lanzó un disco de metal contra mi pierna el año pasado.

El partido acabó en un desmotivador 7-0. El tercer tiempo no estuvo tan mal, y varias veces estuvimos cerca de marcar un gol. El entrenador de los chicos empezó a animarnos para que jugáramos de forma ofensiva y no defensiva. Logré escuchar cómo nuestro entrenador le preguntaba en privado que para qué, si el partido ya estaba perdido. Él dijo que era bueno para nuestra autoestima estrenar el marcador. Nunca lo conseguimos.

Entre el segundo y el tercer partido no había mucho tiempo, por no decir casi nada. Intentamos animarnos un poco, pero estábamos bajo presión. Ganar significaría pasar a la final. Perder, final de consolación. En los primeros minutos de partido, quedó claro que Hans East no era Middleton. Tenían un par de buenas jugadoras, pero eso era todo. La mayoría eran de nuestro nivel, o incluso algo peores. A los pocos minutos, marcamos el primer gol. Desde ese momento supe que íbamos a lograrlo. Nos empataron e incluso llegaron a superarnos 2-1, pero pronto remontamos. En el descanso, el entrenador de los chicos propuso la idea de que les insultara en español. Yo me negué, y él pareció olvidarlo, pero al rato me preguntó cómo se dice "butt", y me pregunté si sería más apropiado algo como trasero o culo. Llegué a la conclusión de que nunca conseguiría que pronunciaran trasero, así que me limité a decir culo. Se pasó el resto del partido diciendo "Take your culo out there and beat them" (Sacar vuestro culo ahí fuera y a ganar), "Kick their culo!" (Patearles el culo), "Move your culo" (Moved el culo)... Según Jessica, su hija, que también juega en el equipo, se pasó todo el fin de semana repitiendo la dichosa palabra. Desde mi corta experiencia jugando al hocket, fue el mejor partido que he jugado jamás. El resultado, 2-5, pasamos a la final.

Llegué a casa cansada y emocionada por partes iguales. Me fui a dormir con una sonrisa de satisfacción. Había sido un día muy largo, y al día siguiente tendríamos que enfrentarnos otra vez a Middleton. Sabíamos que íbamos a perder, pero salir ahí y perder con dignidad nos dejaría en segundo puesto, no parecía mal trato. Por la mañana, cuando sonó el despertador, creía no haber dormido nada, pese a que habían sido al menos nueve horas seguidas. Intenté levantarme y me dolía todo, desde ampollas en los pies hasta dolor de cabeza. Cogí el móvil para ver si tenía mensajes y vi un email del entrenador. El partido había sido suspendido. No teníamos gente suficiente para jugar, y debo admitir que me alegré. Era una victoria fácil para Middleton, tendríamos que habérselo puesto más difícil, pensé. Pero por otro lado, éramos muy pocas y no conseguiríamos de ningún modo un resultado mejor que el del sábado. De haber jugado, hubiéramos tenido suerte si nos caían menos de diez goles a cero. El lunes, en el instituto, me enteré de que al retirarnos la victoria era para Middleton, obviamente, pero el "resultado" había sido 5-0. Bromeamos entre nosotras diciendo que lo habíamos hecho mejor que el sábado, que solo nos habían marcado cinco goles. En teoría, habíamos ganado la plata. Aún hoy estamos esperando esas medallas.