Spanish + Canadian = Spanadian

Spanish + Canadian = Spanadian
Los inviernos canadienses son mundialmente conocidos por la nieve que cubre el suelo durante casi medio año

martes, 29 de diciembre de 2015

Vacaciones de Navidad

El despertador suena a las 2:30 de la madrugada, y me resulta sorprendentemente fácil levantarme. Me visto, cojo la maleta y la mochila y subo al coche. De camino a Halifax me quedo dormida, y en los trámites del aeropuerto parezco una momia. Finalmente llegamos al avión sin problema, subo y vuelvo a quedarme dormida. Una luz de un naranja intenso me despierta dos horas más tarde. La luz del amanecer entra por la ventana, iluminándolo todo, y cuando me giro para ver la salida del sol, veo algo más que eso. Bajo nosotros se halla la gran ciudad estadounidense, la gran manzana, Nueva York. 

Esa era la soprpresa, el motivo por el que estaba nerviosa: vacaciones de Navidad en Nueva York. Antes de ayer, después de dormir... ¿llegué a dormir en algún momento? La verdad es que no me acuerdo. Siendo optimista tal vez cuatro o cinco horas. Aún con falta de sueño caminamos 8 kilómetros por Downtown Manhattan. Nuestro hotel está en Broklyn, así que para ir a Manhattan cruzamos el famoso puente de Brooklyn. Nada más doblar la esquina para subirnos al puente, Nueva York apareció ante mí de golpe. En nuestro camino desde el aeropuerto, había visto montones de casas unifamiliares en barrios ordenados, y casas viejas y desvencijadas en barrios pobres. Pero desde el puente de Brooklyn, la imagen que todos tenemos en mente de la Gran Manzana surgió de golpe. Los rascacielos, las masas de gente de todas partes del mundo, la estatua de la libertad a lo lejos... Brooklyn no está nada mal, y también goza de numerosos rascacielos, pero Manhattan te deja boquiabierto.

El día 26 caminamos desde Brooklyn hasta Manhattan y por todos los puntos de interés de Lower Manhattan. Comimos en un café que lleva funcionando más de 200 años donde al parecer Abraham Lincoln comió alguna que otra vez, visitamos el puerto, las cataratas del memorial del 11-S donde un día se alzaron las Torres Gemelas... Después de caminar 8 kilómetros y sacar 300 fotos, decidimos coger el metro de vuelta al hotel.

Ayer, día 27, cogimos el metro hasta la gran Central Station, que me impresionó más que la Victoria Station de Londres, caminamos un pequeño tramo de la Fifth Avenue (o Quinta Avenida), nos perdimos entre las masas de gente en Times Square, paseamos por el Central Park... Después fuimos a tomar algo con mi prima Lucía y su marido, que casualmente vinieron a Nueva York al mismo tiempo que nosotros.

Hoy decidimos que no queríamos caminar demasiado. Menos mal, porque si llegamos a tener ganas, volvíamos andando a Canadá. Ya sé que no debería quejarme porque estoy en Nueva York y todas esas cosas, pero mis pies sufren igual, ajenos a lo bien que me lo pase. Cometí el gran error de ponerme botas en vez de zapatillas deportivas el primer día (el de la Gran Caminata, ese), y ahora voy cargando con ampollas y heridas en mis pobres pies enrojecidos. Cuando volvamos a casa, no salgo de ahí hasta que haya que ir a clase. A no ser que nieve, que entonces el dolor se pasa.

Hablando de climatología, en ese aspecto estamos teniendo mucha suerte por aquí. Se suponía que iba a llover constantemente todos los días, y quitando esta tarde-noche (en inglés diría evening) que granizó bastante, los otros dos días cayeron dos gotas por la mañana. 

El gran fallo que tuvimos hoy fue el metro. Y yo que pensaba que ya lo íbamos entendiendo, pues no. Cogimos la línea equivocada que nos dejó como a cinco manzanas del museo de Nueva York, donde pasamos toda la mañana y parte de la tarde. Salimos de la estación y pensé que nos habíamos teletransportado a Sudamérica, pues el barrio estaba lleno de restaurantes mexicanos, banderas de Chile, carteles en español y gente hablando en dicho idioma. Subimos una infinita cuesta para llegar a nuestro destino. Nunca pensé que en un museo aprendería sobre graffitis como arte moderno, neoyorquinos sin hogar y las medidas que toma el gobierno, los motivos por los que una pequeña aldea se transformó en esta gran metrópolis... El museo está situado en la Fifth Avenue, pero en la parte donde no hay tiendas. Central Park llega hasta ahí, pero cabe recordar que es inmenso. Cogimos el bus en línea recta hasta el otro extremo del parque, sin salir en ningún momento de la misma avenida, hasta llegar al la zona de las tiendas caras, donde nos bajamos y paseamos por la zona, viendo los extravagantes escaparates con la decoración navideña. Donde haya tiendas que no falte Zara, y en efecto ahí estaba, pero no en la zona de las de lujo. Cenamos en Eataly, que se pronuncia igual que Italy y es básicamente un edificio inmenso con montones de restaurantes, bares y supermercados de comida exclusivamente italiana. Al volver a casa, cogimos el metro equivocado, y tuvimos que bajarnos en la siguiente estación. Al coger el correcto, nos pasamos de estación y el metro dio la vuelta, llevándonos de nuevo a Middle Manhattan. Tuvimos que bajar, preguntar, volver al mismo metro una parada más hasta la estación donde había una conexión con la línea que nos llevaría al hotel, aunque en realidad nos dejó como a diez manzanas. De noche y bajo el granizo, preguntamos por la calle de nuestro hotel y nos dijeron que debíamos seguir recto. Preguntamos un poco más adelante y recibimos las mismas instrucciones. Vimos un mapa y comprobamos que haciéndoles caso nos alejábamos del hotel, así que dimos la vuelta.

Si tengo que decir algo que me esperaba pero al mismo tiempo no me esperaba de Nueva York es la multitud de culturas que se juntan en una misma ciudad. Diría que cuatro de cada diez personas son sudamericanos, tres de cada diez afroamericanos y uno de cada diez asiáticos. Los dos de cada diez restantes son los de raíces europeas. Por la calle, escucho más conversaciones en español que en inglés, y es mucho más frecuente de lo que me esperaba entrar en un restaurante donde los empleados se dirigen al los clientes en inglés pero hablan en español entre ellos. 

¿Que si eso es todo? Ni de lejos. La de cosas que podría contar que no he contado todavía... Pero si estoy en Nueva York es para vivirlo, no para escribir. Todavía me quedan dos días completos que no pienso desaprovechar, por mucho que llueva, por mucho que mis pies protesten; sé que es bastante probable que nunca más vuelva a Nueva York, así que, a vivirlo que son dos días, literalmente.

jueves, 24 de diciembre de 2015

¡Feliz Navidad!

Hace no mucho tiempo solía creer que los esfuerzos de un desconocido jamás llegarían a ojos u oídos de nadie. Pensaba que solo los escritores de renombre publicaban buenos libros, que solo los artistas famosos cantaban bien, que cualquier pintor con talento es conocido. Por eso escribía en mi blog con el único propósito de saciar mi ansia por escribir, no por alegrarle el día a ningún lector. Hasta que escuché una canción desconocida de un chico desconocido en YouTube, un vídeo con muy pocas visitas que no aumentaron con el tiempo, una canción que simplemente me encantó. Y hay días en que quiero huir de toda la música que está de moda, y escuchar esa canción, de alguna manera, me llena por dentro. Fue así como me pregunté si a alguien le pasaría lo mismo con mi blog. Si algún día se hartaría de tanto libro famoso, de tanta historia ficticia, de todos los finales felices que no existen en la vida real... y optaría por leer mi blog, esa imperfección tan real que sigue mi vida, los puntos y comas en lugares equivocados, las frases que parecen no acabar nunca, los puntos suspensivos solo para crear algo de tensión... ¿O es acaso melancolía lo que creo? ¿Nostalgia, tal vez? Y así se suceden las palabras, construyendo frases que forman una entrada. Una tras otra, como los capítulos de un libro, pero sin fin. En la vida no hay finales felices; el único final es la muerte, que no es ni feliz ni afecta a todos al mismo tiempo. Mi experiencia tiene fecha de caducidad: 30 de junio del 2016. Pero eso no significa que vaya a dejar de escribir cuando vuelva a España. 

Anoche soñé que volvía a Lugo y empezaba segundo de bachillerato, pero no me parecía estar en segundo de bachillerato. Insistía en que seguía en cuarto de la ESO. A fin de cuentas, dejé el colegio en el que he estado desde los 3 años en cuarto de la ESO, y aquí estoy en Grade 11, que aunque equivalga, no es primero se bachillerato. Me daba cuenta de repente de que solo me quedaba un año de instituto y ni siquiera sabía qué quería estudiar. Quiero ir a la universidad pero no quiero ir a la universidad. No todavía. No estoy preparada.

Ayer fuimos a ver un coro en Mahone Bay, un pueblo no muy lejos de aquí. La iglesia (de madera, al igual que todos los edificios de por aquí) estaba pintada de blanco y negro por fuera, pero por dentro tonos rojos y marrones se mezclaban dando un aspecto de calidez. Nada que ver con la imagen de iglesia de piedra totalmente gris que tengo yo. Al parecer, es una de las más antiguas de la zona, aunque en España sería de las nuevas. Aparte de los elementos modernos, como una señal fluorescente en la salida diciendo "Exit" como en los cines, baños públicos en la planta baja, y una biblia en cada asiento, había algo que no cuadraba, algo que no debería estar ahí. No fue hasta que el coro empezó a cantar cuando me di cuenta de lo que era: el árbol de Navidad. Un inmenso pino adornado justo al lado del altar. Nunca había visto tal cosa en una iglesia católica, pero aquella era anglicana, así que supongo que cosas de ese tipo varían. Volviendo a casa, a pocos kilómetros de llegar, estábamos cantando Feliz Navidad cuando Michael frenó el coche de repente. Mientras repetía, con esa característica educación canadiense, "Sorry guys" infinitas veces, acerté a ver tres ciervos en medio de la carretera, justo delante de nosotros. El más grande iba primero, y nos miraba, ignorando el peligro de cruzar una carretera tan transitada como aquella. Los otros dos eran solo cervatillos, y se escondían tímodamente tras el mayor. En cuanto nuestro coche se detuvo, los tres prosiguieron su camino, y saltaron ágilmente el quitamiedos para sumergerse de nuevo en el otro lado del bosque.

Llevo varios días escribiendo esta entrada, y pretendía publicarla bastante antes de Navidad. Pero ya es Nochebuena, y mañana Navidad, así que debería desearos ya a todos felices fiestas. Esta vez no hay reflexión (o filosofada, como me gusta llamarla a mí) al final de la entrada. No hay ninguna de esas demostraciones de cuánto me gusta escribir, porque más que nada no hacen falta, si no habéis cogido la idea a estas alturas, ya no hay nada que pueda hacer. En estos últimos días del año, la emoción por la Navidad y los nervios positivos por el viaje que se acerca y los negativos por los exámenes finales de enero me persiguen. Pero hoy es Nochebuena, mañana Navidad, y pasado mañana... creo que mejor os dejo con la duda. ¡Feliz Navidad!

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El domingo y sus consecuencias

La peor sensación en la que nos vemos una vez a la semana es la del domingo por la noche. La amenaza del lunes, tan cercano y abrumador, nos asusta, y nos hace preguntarnos cómo fuimos capaces de ser tan felices el viernes, conscientes de estar a tan solo dos días de distancia de esta tortura. Pero el lunes llega, sobrevives, te vas a la cama y te das cuenta de que no fue para tanto. De que, al fin y al cabo, lo has hecho, como cada lunes, una vez a la semana. Pues es peor la sensación de miedo por el futuro que la de verse en el presente, en la situación. Nos paraliza la amenaza, lo alta que se ve la montaña, pero una vez en la cima, sonríes y te dices que podrías hacerlo de nuevo. Y lo haces, siete días después.

"Guess" es uno de los verbos que aprendí en Canadá que más uso últimamente. Normalmente significa adivinar, creer o suponer, dependiendo del contexto. "Guess what?", por ejemplo, significa "¿Sabes qué?". Es infinitamente útil, y se ha convertido en una de la palabras a las que recurrir cuando me veo escasa en vocabulario, junto a "stuff" (cosas) y "awesome" (increíble, fantástico, asombroso... You know, all that stuff).

Creo que olvidé mencionar que a principios de diciembre me acabé las golosinas de Halloween. Sorprendente, ¿verdad? A Max y a Sophia, que tenían más que yo, se les acabaron en una semana. Mis padres, cuando era pequeña me decían que hacía lo mismo con el dinero: guardarlo cual ardilla recolectando nueces, temerosa del cercano invierno. Supongo que en determinadas circunstancias no es tan mal defecto.


El domingo por la tarde, mientras Mike y Sophia iban a la playa y Tara y Max a dar un paseo, yo fui a "dar una vuelta en bicicleta". Eso fue lo que le dije a mi host family, pero me llevé una mochila y la cadena para dejar la bicicleta a la puerta del centro comercial. La Navidad se acercaba y yo no había comprado ningún regalo. Primero di una vuelta, en busca de inspiración, pues no sabía qué regalar a nadie. Me acordé de haber estado hablando una semana atrás con Tara sobre La ladrona de libros. Es uno de mis libros favoritos, sin duda alguna, y ella dijo que estaba pensando en leerlo. ¿Por qué no regalárselo por Navidad? Me acerqué a la librería y lo busqué, en vano. Tuve que esperar la cola de caja para preguntar por él, y cuando la dependienta fue a por el libro, yo la seguí. 

-Aquí tienes -dijo la mujer, estirando el brazo para hacerme llegar el ejemplar de La ladrona de libros que acababa de coger de una estantería. Pero yo no la estaba mirando a ella, sino a otra mujer que tenía delante, ojeando libros, junto a un niño de doce años que me conozco demasiado bien. Tara y Max.

-Hola -dijo Tara, con una amplia sonrisa.
Abrí mucho los ojos y cogí el libro que la dependienta se hartaba de sostener. No sabía qué hacer, qué decir, todo lo que podía pensar era "¿Qué demonios hacéis vosotros aquí?".

-Pensé que habías ido a dar una vuelta en bicicleta -dijo ella, rompiendo el silencio.

-Pensé que habíais ido a dar un paseo -repuse yo-. Qué casualidad, ¿no? Yo voy a dar una vuelta en bicicleta, vosotros a pasear y nos encontramos en la librería.

-Sí, qué casualidad. Bueno, nos vemos.

-Sí, nos vemos.

Me alejé con una sonrisa nerviosa, intentando en vano mantener la calma. ¿Habría visto mi libro? Al salir, pasé al lado de Shoppers, la tienda en la que trabaja Leanne, una amiga canadiense (y la hija de mi profesora de inglés). Aquí más de la mitad de los estudiantes de quince, dieciséis y diecisiete años trajaban, dos o tres tardes a la semana. Me saludó con tanta efusividad que creo que hasta me asusté. El lunes en clase dijo que salté del susto. Al llegar a casa, ya de noche, me acerqué a Tara para intentar aclarar las cosas.

-Eh, estooo, hoy en la librería... bueno, ya sabes, estaba nerviosa y tal... Puede ser que hipotéticamente estuviera... ummm... ya sabes, la Navidad se acerca...

-Yo no sé nada -dijo.

-Vale, pero ¿viste el libro que tenía en la mano?

-No. ¿Tú viste el libro que tenía yo en la mano?

-No.

Me había parecido ver algo en su mano, un libro, probablemente. Pero con los nervios no se me ocurrió mirar. 

-Perfecto. Entonces no hay problema.

No pude evitar reírme. Las dos habíamos ido a la librería intentando que nadie más lo supiera, nos encontramos allí, comprando un regalo la una a la otra... pero ninguna de las dos vio el suyo.


Hoy nevó por primera vez desde que se fueron los colombianos y los estudiantes que se quedaron tres meses. El último día que estuvieron aquí, a finales de noviembre, nevó, y muchos de ellos vieron nieve por primera vez en su vida. Desde su partida empezó a hacer frío, mucho frío, y a llover continuamente, como si el cielo también estuviera triste de que se hayan ido. Estábamos en clase de inglés, leyendo The wave, cuando Showbie se levantó de su silla y gritó: "¡Está nevando!". Todos miramos inmediatamente a la ventana, para comprobar, unos con fascinación y otros con repugnancia, como millones de pequeños copos blancos impedían ver mucho más allá del árbol del patio al que enfoca nuestra ventana. Por un momento pensé que podríamos quedarnos encerrados en el colegio, pero la tormenta apenas duró unos minutos. Después, se pasó el resto del día nevando solo a ratos. Showbie siempre se sienta al lado de la ventana. Viene conmigo a inglés y a sociología, y es el tipo de persona al que le interesan más bien poco sus notas. Parece que no le importe de verdad nada en la vida, pero cuando vio la nieve vi algo más tras aquel salto, aquella sonrisa, aquella excitación sin precedentes. Había ilusión, esperanza, alegría, quizá. Puede que hasta la persona más pasiva del mundo tenga una razón para levantase por las mañanas.

sábado, 12 de diciembre de 2015

The Wave

En cada experiencia, en cada día rutinario, en cada sorpresa inesperada, en cada triunfo, fracaso, ridículo o superioridad, aprendo un poco de mí, de los demás y del mundo entero. Poco a poco me voy dando cuenta de que todo lo que creía saber no es necesariamente verdad, o al menos no lo es siempre, que lo que dicen los libros solo ocurre en determinadas circunstancias. Sé que todo esto suena demasiado teórico, irreal, una filosofía que queda bien sobre el papel pero nunca se cumple. No puedo pedir que me entendáis porque a veces ni siquiera yo me entiendo. Pero algo en el fondo de un lugar recóndito en mi mente que nunca había explorado me dice que es verdad.

Estos cinco días de tour por las universidades de Nova Scotia han sido emocionantes, aburridos, interesantes, monótonos, hiperactivos y cansinos al mismo tiempo. He tenido tiempo para aburrirme, pero no para decir que me aburro. He visto lo que esta provincia me puede ofrecer, y me ha gustado... pero no me convence. Me convencen las instalaciones, los programas, las oportunidades y las salidas al mercado laboral. Creo hasta haber encontrado lo que realmente quiero estudiar... pero si pudiera pagar la universidad aquí, no sabría si quedarme en Canadá. Estudiar como internacional durante un año no es venir de vacaciones, pero en cierto modo se parece. Sigues siendo de tu país (española, en mi caso), y Canadá no es más que una etapa de tu vida. Pero si cruzas la frontera de la edad adulta y te quedas aquí en la universidad... Tengo la sensación de que eso te convertiría en canadiense. Después de la universidad las estadísticas dan por hecho que encontrarás un trabajo aquí y ya no volverás a tu país más que de vacaciones. No sé en el resto de Canadá, pero en Nova Scotia los estudiantes internacionales tienen muy fácil conseguir un visado para quedarse durante la universidad, y tras graduarse con la Canadian citizenship (¿se traduce como ciudadanía canadiense?) les ayudan desde la universidad. Eso se llama emigrar, y no me gusta.

Últimamente me encuentro en una situación de extraña estabilidad, un casi imposible equilibrio en que no tengo motivos para llorar de tristeza pero tampoco para llorar de alegría. De vez en cuando echo de menos a mi familia, a mis amigos, pero muchas otras veces me sorprendo preguntándome por qué habrá sido de gente a la que apenas conocía. Qué habrá sido de aquel chico o chica de piragüismo o de atletismo que acabó el instituto y se fue a la universidad fuera de Lugo, o se cambió de equipo, o sigue con su vida igual que hasta ahora. O mis antiguos compañeros de clase, cuántos quedan en Pepas, cuántos se han cambiado de instituto, qué tal les va a todos ellos y si alguno, alguna vez, se ha preguntado qué tal me va a mí. Probablemente suene egoísta, pero quiero creer que alguien, algún día, habrá dedicado diez segundos de su ajetreada vida a preguntarse por mí.

También me acordé de Casasola, ese minúsculo pueblo abulense que, por mucho que me cueste aceptarlo, se acerca al eclipse, al abandono, al fin. Cada vez queda menos gente, y aunque sé que mientras mis abuelos vivan pasaré allí parte del verano y Navidad (excepto este año, claro), ¿qué pasará después? Cuando doble la edad que tengo ahora, quizá ya tenga familia, quizá ya tenga trabajo, pero quizá ya no tenga pueblo. Los momentos, amistades y recuerdos que viví bajo el abrasador sol de agosto, la gélida nieve navideña, la bóveda celeste con el perfecto panorama estrellado y la luna con su pálida luz plateada que se ve tan única lejos de la contaminación... todo quedará atrás, olvidado en otro pueblo fantasma. 

Desde el día que llegué, he aprendido que juzgar a alguien por su nacionalidad es casi tan ridículo como inútil. Que si los chinos se marginan, que si los alemanes no tienen sentido del humor, que si los brasileños solo piensan en fiesta... Por muy alto que sea el porcentaje de personas en ese país que se comportan de acuerdo con estereotipos, los estudiantes internacionales son casi siempre los más raros, y por eso le he dado una oportunidad a todo el mundo, aunque más de uno pensó que yo tenía un toro de mascota, no me pasaba el día bailando sevillanas por modestia y vivía al lado de una playa donde nunca se escondía el sol.

El primer día que fui al centro comercial, encontré una moneda de diez centavos. Qué bien, pensé, una moneda de la suerte. Días más tarde, volví a encontrar una moneda idéntica casi en el mismo sitio. Desde entonces, me he encontrado dinero en el colegio y en la calle, hasta una moneda de un euro a la puerta del instituto. Creo que puedo contar con las manos los europeos de mi instituto que han podido perder ese euro. Mi arsenal de monedas de la suerte consiste en dos monedas de diez centavos, un euro, tres monedas de cinco centavos y una moneda de un cuarto de dólar americano.  En total, siete monedas de la suerte.

Justo después de Acción de Gracias, todo se llenó de decoraciones para Halloween. Tras Halloween, Navidad. Pero no fue hasta diciembre cuando todo se llenó de verdad, cuando todas las casas empezaron a vestir de colores, cuando la gente te empezó a desear feliz navidad, cuando en todas partes la música que suena es navideña. El otro día, en el centro comercial, pusieron la canción de "Feliz Navidad", mitad en español, mitad en inglés. Pensé que era una bonita coincidencia; más tarde descubrí que todo canadiense que se precie se la sabe de memoria. 

El otro día, en Sociología, vimos una película llamada The Wave. The Wave, en español La Ola, resultó ser el libro de lectura obligatoria para inglés, como supe dos días después. Al principio de la película, un profesor de historia intenta explicar a sus alumnos estadounidenses el nazismo y, en particular, las Juventudes Hitlerianas. Pero los alumnos no se creen que, sabiendo los horrores por los que pasaban millones de personas por culpa del nazismo, ningún alemán se levantara contra Hitler. El profesor, en un intento por descubrir la verdad, decide hacer un experimento. Un experimento que llega demasiado lejos. Basado en la historia real de un profesor de historia que crea un movimiento experimental llamado The Wave, en Palo Alto, California, en 1969, de igual modo que en la adaptación literaria y cinematográfica, la moraleja de la historia es tan dura como real, atacando la debilidad de los humanos como individuos libres y la necesidad de pertenecer a un grupo en el que ser aceptados. A toda costa. Tan solo dos personas en la clase de historia descubren que lo que están haciendo no está bien, que han dejado de ser personas para convertirse en una masa, en un número, en soldados. Cuando The Wave sale de la clase de historia y empieza a extenderse por todo el colegio, la lealtad y la unidad del grupo se transforman en odio y rencor hacia los que vayan en su contra, o incluso hacia los que no decidan apoyarlos. Me pregunto qué tendrán esos dos adolescentes que los demás no tenían, o que tenían los demás que ellos dos no tuvieran, para darse cuenta de lo que estaba pasando. No eran los más rebeldes, no eran los más inteligentes, no eran los más sociables, ni los más tímidos, ni nada especial. Eran un par de estudiantes cualquiera.

Vender tu libertad por aceptación social, por sentirte parte de un grupo, de un movimiento, de algo importante. Libertad, ese preciado tesoro del que no todos los humanos gozamos... ¿a qué precio venderías la tuya?