Spanish + Canadian = Spanadian

Spanish + Canadian = Spanadian
Los inviernos canadienses son mundialmente conocidos por la nieve que cubre el suelo durante casi medio año

viernes, 1 de julio de 2016

La despedida

No, nunca dije adiós. Hice el gesto con la mano, y me perdí en un mar de abrazos y lágrimas. Pero esa palabra, esa maldita palabra, nunca me atreví a decirla en alto. No es en lo que piensas cuando dejas atrás... una vida. El concepto de decir adiós es impensable cuando llevas un año, ¡un año!, viviendo en un lugar al que puede que nunca volverás, con gente a la que probablemente estés dejando atrás para siempre. Pospones el momento de decir adiós, asumiendo erróneamente que así nunca llegará. Luego vienen los abrazos, seguidos de cerca por las lágrimas. Es curioso cómo quince minutos antes de pasar los controles de seguridad (donde dices adiós a todo el mundo) todos estamos aparentemente bien. Desmoronándonos por dentro o sin creernos que el día de decir adiós haya llegado, pero mirándonos a la cara, sería imposible adivinar el caos de emociones en el que nos estamos hundiendo. Al final, todos acabamos llorando. En la cola para los controles de seguridad, era facilísimo identificar a los estudiantes internacionales. Todos teníamos los ojos rojos y llenos de lágrimas.

Yo no fui un caso distinto. Después de tantas veces en el aeropuerto de Halifax (cuando llegamos a Canadá, al irme y volver de New York, ida de Montréal y vuelta de Ottawa, llevando a Isaure al aeropuerto la semana pasada), era fácil pensar que aquello no era más que una visita. Pero en el momento en el que Sophia vino por detrás, sin previo aviso, y me abrazó diciendo "I will miss you", te echaré de menos, no pude contener las lágrimas. Solía pensar que en momentos así, te pones a llorar hasta que te quedas sin lágrimas y luego todo sigue su curso natural. Me equivocaba. Empiezas a llorar, te recompones, caes de nuevo, te recuperas, vuelves otra vez, lo haces parar... Y así, intermitentemente, el grifo de lágrimas parece no agotarse nunca.

Primero fueron los abrazos. De acompañamiento, lágrimas repartidas en intervalos indefinidos. Después, Tara tuvo la brillante idea de sacarnos fotos. Le dije que para el año que viene, con su siguiente internacional, se acordaran que primero van las fotos, y luego los abrazos. Vía libre para llorar. Unos minutos antes, al llegar al aeropuerto, el host father de Irache le preguntó a Tara, mi host mother, si había traído una caja de pañuelos. Tara dijo que no, y el host father de Irache respondió "Ah, es vuestra primera internacional, ¿verdad?".

Después de las fotos, más abrazos. Empezaba a hacerse tarde, tenía que irme. Pero no podía. De quien más me costó despedirme fue de Sophia. Será cabezota y bastante mandona de vez en cuando, tendrá esa manía de irse a Sophieland, en otras palabras, estar en las nubes, la mitad de las veces que le estoy hablando. Pero ahora, después de todo lo que hemos pasado juntas, ya no diría que es como mi hermana. Diría que es mi hermana.

Cuando Tara consiguió separar a Sophia de mí (o a mí de Sophia, no lo tengo muy claro), entré en la cola de seguridad. Otras tres personas entraron justo detrás, y después Aitana, otra Spanadian de Nova Scotia, llegó llorando. Cuando una niña de no mucho más de metro y medio, abrazando un peluche y llorando, se te cuela diciendo entre sollozos "Necesito un abrazo", lo último que se te ocurre es decirle que respete la fila. Cuando Aitana llegó hasta mí y me abrazó, las dos nos echamos a llorar de nuevo, murmurando cosas como "Esto es una mierda", y otras variantes de la expresión. Antes de la despedida, casi todos los españoles hablábamos en inglés los unos con los otros. Pocos minutos después, el idioma en que llorar más a gusto era español.

Así, con lágrimas intermitentes, llegué a la puerta de embarque. En el vuelo, hablar con otra gente fue el único modo de mantener las lágrimas a raya. Una de las azafatas, en un vuelo entre dos ciudades canadienses, era madrileña. Una vez en Toronto, encontramos a otros Spanadians. A algunos los recordaba de Madrid, de otros me sonaba el nombre o la cara, y unos pocos tenía la seguridad de que no los había visto en mi vida.

¿Cuáles son las posibilidades de encontrarse con una gallega en un avión de Toronto a Madrid? No muchas. ¿Y a una lucense? Menos todavía. Pues la mujer sentada a mi lado en el vuelo era de Palas de Rey, aunque llevaba ya bastantes años viviendo en Canadá. Viajaba a España para visitar a su hijo.

En el avión, esas infinitas horas, hice mil y un cosas, menos dormir. Tras ver una película o documental basada en la vida de Malala, me puse a escuchar música. De entre todas las canciones tristes que tengo, la que me hizo llorar no fue otra que Deutsche Bahn, una canción que intenta ser divertida, burlándose de los trenes alemanes. Fue Luca quien me la enseñó, y creo que fue más su recuerdo que la canción lo que me hizo llorar. O quizá fue un Spanadian bilbaíno sentado al otro lado del pasillo que se echó a llorar antes de mí. La Spanadian canaria y una niña madrileña intentaron consolarlo. En cuanto él paró de llorar, empecé yo. Puede que no fuera culpa de la canción, al fin y al cabo.

Durante el vuelo, todas las canciones me hacen llorar. Es deprimente. O me recuerdan a Canadá y todo lo que dejé atrás, o me recuerdan a España y todo lo que echo de menos. No hay punto intermedio, porque el viaje de vuelta es un lapsus temporal. Pierdes todo lo que has conseguido este año, pero aún no recuperas lo que dejaste atrás el año pasado. Necesitas aferrarte a algo, y el único apoyo que tenemos es los unos a los otros. Nunca había agradecido tanto viajar en un grupo, pero la ayuda de los Spanadians fue vital en el viaje de vuelta. Nos ayudamos y nos entendemos unos a otros. España parece mucho más pequeña cuando hay alguien en cualquier provincia que te entiende. Cuando aterrice en Madrid, la gente me dirá que entienden mi dolor, pero se equivocan. Pueden imaginarse lo que significa dejar una vida atrás, pero no pueden entenderlo sin vivirlo. Yo no lo entendía antes de venir. Antes de volver.

miércoles, 29 de junio de 2016

Último día

Ignorad la experiencia, el aprendizaje de un idioma, las incontables anécdotas y cuánto se madura en un año. Si hay algo que se aprende siendo un estudiante internacional, es a hacer maletas. Haciendo las maletas en España, hace diez meses, era duro porque había que decidir qué llevar y qué no. Pero hacerlas ahora, es imposible. Las cosas que no cabían en la maleta de ida quedaban en España, pero las que no caben ahora quedan olvidadas. Libros leídos y por leer, ropa que no aprecio tanto, ficheros del colegio... quedan atrás. 

El otro día hablamos por Skype con el estudiante alemán que vivirá con mi host family el año que viene, durante el primer semestre. Su hermana mayor estudió aquí, en Bridgewater, hace 8 años. Los tres (el niño, la madre y la hermana) hablaban buen inglés, aunque con bastante acento. El niño cumple 15 años este verano, y al parecer comparte varias aficiones con Max, como los libros de fantasía y pasión por los reptiles. El niño es el hermano pequeño, y por la forma en que su madre hablaba de él, me recordaba a mi madre y mi hermano. Cuando colgamos, Mike (mi host father, quien nació en Canadá pero cuyos padres son alemanes, por lo que tiene bastante familia en Alemania) dijo "Vaya, este chaval es una anormalidad. ¡Un adolescente alemán con personalidad!". Estoy en contra de las generalizaciones y los estereotipos, pero aun así, me reí. El único chico alemán de nuestro instituto nunca me ha caído demasiado bien. Sin embargo, la única chica alemana es mi mejor amiga. Fifty fifty.

Sigo sin creerme que mañana será mi último día aquí. Iré a recoger las notas y pasaré el día con mi host family y con Luca. Dormir con las maletas al lado de la cama, las paredes desnudas, sin mis dibujos y pinturas... es la cosa más rara del mundo. Debe de notarse que no me lo creo, pues mi host mother me recuerda que me queda un solo día, me pregunta si necesito ayuda haciendo las maletas. Yo digo que soy consciente de que no hay tiempo, que lo tengo todo preparado, que estoy organizada... pero no. Ni de lejos. 

En PowerSchool, la plataforma digital del colegio, algunos profesores subieron las notas de los exámenes finales. En inglés saqué un 90%, una clara mejoría comparado con el 78% del primer semestre, pero aun así, esperaba lograr una nota algo más alta. En francés, al contrario, pues saqué un 92,5%, y no me esperaba más de un 80%. Al fin y al cabo, se me da bastante mejor el inglés que el francés, ¿no?

Esta tarde me pasé horas jugando al badminton y al fútbol con Max y Sophia. Entre tanto correr, el calor, la humedad y los mosquitos, deseé que ojalá tuviéramos una piscina. La piscina pública no la abren hasta este sábado. Me pregunto por qué, pues llevamos tres semanas con temperaturas de más de 25 grados casi todos los días.

Hace una semana planeaba las comidas para mi primer día de vuelta en España. Que sí, que echo de menos a mi familia y a mis amigos y todo eso, pero la comida española no tiene comparación. Soñaba con chocolate con churros para desayunar, pues llegamos temprano por la mañana al aeropuerto, y tortilla, paella, jamón serrano, croquetas, empanadillas, empanada... cualquiera de esas cosas de comida y cena. Pero creo que todo será tan extraño que no me daré cuenta de lo que estoy comiendo. Escuchar español en todas partes, ver a toda esa gente que dejé hace un año de nuevo, los euros a los que ya no estoy acostumbrada... En la excursión de Montréal y Ottawa, Hiro, un chico japonés de mi instituto, nos enseñó algunas monedas japonesas. Después, Luca sacó un puñado de monedas, y Paula y yo nos quedamos mirándolas, sin reconocerlas. Me parecían tan diferentes a lo que recordaba... Hasta que presté atención a los dibujos y palabras en relieve, no me di cuenta de que eran euros. 

Intento llevarlo todo con normalidad, manteniendo como mi mayor preocupación el peso de las maletas. Como si importara. Pienso en cosas prácticas, como qué llevar y qué dejar aquí. Como si importara. A veces pienso en el futuro, en la de cosas que tengo que hacer en España, en cuando me encuentre con mis dos mejores amigas en Francia y la de planes que queremos hacer para otras vacaciones. También pienso en el pasado, en todo lo que he hecho este año y dónde dejé mi vida el verano pasado. Pero nunca pienso en el presente. Entiendo que dejo Canadá atrás y vuelvo a España. Pero el trámite, el viaje, el momento de decir adiós... me parecen lejanos, como de un sueño, algo que nunca ocurrirá. Algo que no ocurrirá mañana. Una vez más, me pregunto si me acordaré de decir adiós.

domingo, 26 de junio de 2016

Mil veces más

Al salir del colegio tras acabar mi último examen, no pude evitar recordar el mismo momento, hace un año, cuando salí del colegio el último día de curso pensando que pasaría un año hasta que volviera a entrar allí. Esta vez me entristeció un poco más saber que no volvería. Van a convenirlo en un par de años en Junior high school, en vez de Junior/Senior high school, lo que venía siendo hasta ahora. La diferencia es que Junior abarca desde 1 hasta 3 de la ESO, mientras que Senior es desde 4 hasta 2 de bachillerato. En un par de años, el equipo de hockey femenino que fundamos desaparecerá, nadie se graduará en Bridgewaer High School, tendrán que irse a Parkview para terminar su educación. Es bastante triste pensar en ello... 

En fin, el momento pasa pero la memoria dura, ¿verdad? El recuerdo queda. Y lo que toca ahora, en esta semana antes de marcharme, es celebrar. Pasarlo bien con mis amigos, sacar montones de fotos, asegurarme de que tengo el Skype, correo electrónico, número de teléfono, Facebook... de todos, y cuantas cosas hagan falta para nunca perder el contacto. Me darán las notas el día 29, el día antes de marcharme, pero ya me imagino cómo serán. Vuelvo a España con buena media, buen inglés, y mogollón de anécdotas que contar. El año que viene me dará la risa con todo lo que tendré que estudiar, pero ahora, que me quiten lo bailao. 

Isaure vuelve a Francia este sábado, y Luca y yo vamos a la ciudad con ella, primero de compras y luego al aeropuerto. El domingo hay un festival multicultural en Lunenburg, al que iré con mi host family y con Luca, y el lunes y el martes se pasarán volando. Me pregunto si recordaré estos últimos días más que el resto del año, o este último mes por encima de los demás. Me pregunto si me acordaré de decir adiós.

Ayer celebramos mi cumpleaños con una barbacoa y tarta. Al soplar las velas, Sophia me recordó "Make a wish!", "¡Pide un deseo!". Ahora que lo pienso, nunca antes había pedido mi deseo de cumpleaños en inglés. Por la noche, creía haber visto una estrella fugaz, pero era una luciérnaga. Luca la atrapó, y me di cuenta de que nunca había visto una tan de cerca. Era mucho más pequeña de lo que pensaba, pese a que su luz se ve desde tan lejos.

Dos días más tarde:

Volviendo de Halifax después de llevar a Isaure al aeropuerto, me di cuenta de que la próxima vez que hiciera esa ruta en coche, no habría viaje de vuelta. He ido un montón de veces de Bridgewater a Halifax, y de Halifax a Bridgewater, pero la próxima vez, no solo será la última. Será un viaje solo de ida.

Apenas me dio pena decirle adiós a Isaure. No me podía creer que aquello estuviera pasando, y que sería yo quien se marcharía cinco días más tarde. Es difícil hacerse a la idea, pues llevo tanto tiempo aquí que la idea de marcharme se me hace inconcebible. Afortunadamente, en un mes volveré a encontrarme con Isaure y Luca, en el sur de Francia. Por eso mi intento de despedida se limitó a un abrazo y un "Bon voyage".

Mañana vamos a un festival multicultural en Lunenburg. El lunes o el martes puede que vaya con Luca y su host family a recoger fresas. En un campo de fresas. Obviamente. 
El miércoles voy por última vez al colegio, a recoger las notas. Y el jueves... Parece imposible, como si esto no me estuviera pasando a mí. La simple idea de marcharse suena surrealista. Hace unos meses, mi host mother me preguntó si, de tener la oportunidad, otra beca o algo así, estudiaría segundo de bachillerato aquí. No supe qué decir, y me limité a explicar que aún no sabía. Ahora mismo sé que sí, lo haría. Quiero pasar el verano en España, eso sí, pero ¿volver el año que viene? ¿Ahora que sé de todas las asignaturas que hay, de todos los clubes, deportes y oportunidades de las que no sabía el pasado septiembre? ¿Ahora que, aunque mis dos mejores amigas vuelven a Alemania y Francia, conozco a mogollón de gente maravillosa y se me da mucho mejor conocer a gente nueva y hacer amigos? ¿Ahora que mi host family y yo nos entendemos mejor que nunca? Si pudiera acceder a la universidad en España sin hacer la Selectividad (o revalida), si tuviera la misma oportunidad que este año para el año que viene, no lo dudaría. Diría que sí. Lo volvería a hacer mil veces más.

jueves, 16 de junio de 2016

Cómo no enseñar historia y otras historias divertidas

En invierno, había días en que hacía tanto frío que no se aguantaba fuera. Si no tenía esgrima o hockey o algo así, del colegio a casa, de casa al colegio. En esos días solía hacer planes para la primavera. Recuerdo mirar al 30 de junio como un futuro lejano, improbable, casi imposible. Como si en vez de pensar en "cuando me vaya", la cuestión fuera "si me voy". En dos semanas me voy. En dos semanas estaré de vuelta en España. Es la sensación más controvertida que he tenido nunca. Nunca lo menciono, pero en cierto modo echo de menos a mis amigos, a mi familia, a mi tierra en general. A mi manera, no lo reconozco, pero no me deprime lo más mínimo volver a Galicia. No, lo que me entristece es dejar Canadá. Es imposible tener ambas cosas, lo sé, por eso duele.

Mañana es el último día de clase. Después, tengo exámenes el viernes, el lunes y el miércoles. Tengo organizados o estoy organizando montones de actividades para la última semana. No sé si lo hago porque es la última oportunidad para hacerlo o porque quiero mantener la mente ocupada y no pensar en el 30 de junio. También hago planes para el verano, asegurándome de que no pierdo el tiempo en mi último verano en edad escolar, mi último verano antes de cumplir 18. Pero bueno, antes de cumplir 18 tengo que cumplir 17, el día después de aterrizar en España.

Luca, Isaure y yo tenemos un nuevo pasatiempos. A veces, cuando vamos caminando a algún sitio y no surge ningún otro tema de conversación, hacemos planes, el tipo de planes que probablemente nunca se cumplan. "Planeamos" reencontrarnos en Italia en tres o cuatro años. Isaure y yo llegaríamos en avión, y Luca iría en coche (el coche que su abuela le prometió para su decimoctavo cumpleaños) y así tendríamos medio de transporte por el país. Después de las dos semanas juntas en Francia que ya son una realidad para este verano, planeamos hacer el Camino de Santiago (Luca quería hacerlo desde Múnich hasta que se dio cuenta de que le llevaría medio año y se conformó con la frontera entre España y Francia), una visita a Lugo, Múnich y París, esquiar en Andorra... Probablemente llevemos al cabo la mayor parte de ellos, pero en un futuro algo lejano. De eso se trata, de seguir en contacto año tras año, tanto tiempo como podamos. 

Hace casi diez años, por el día del árbol planté un pequeño abolito en nuestra finca. Parecía tan frágil... Durante meses, comparé su altura con la mía, hasta que me superó. Y siguió creciendo, metros y metros hacia el cielo. Siempre me olvidaba del nombre de la especie de árbol, no me parecía importante. El verano pasado descubrí que se trataba de un arce. El arce es el símbolo de Canadá. La bandera de Canadá tiene una hoja de arce roja en el medio. Aquí, la mayoría de los árboles son o arces o pinos. Vaya coincidencia...

Cuando estuve en Londres, hace dos años, esos mismos días mi host mother estaba allí. Puede que me la haya cruzado por la calle, sin caer en la cuenta de que la próxima vez que la viera, sería en Canadá. Mis host parents se conocieron en España, en un curso de español, el mismo año que yo nací. Les encanta la historia, sobre todo los romanos, y ya han planeado una visita para Arde Lucus el año que viene. Una de mis mejores amigas vive en el centro de París, probablemente pasara en frente de su casa cuando estuve en la ciudad, sin pensar en las grandes experiencias que viviría a su lado. Mis padres llevaban algún tiempo queriendo visitar Alemania, y a mí nunca me convencía. Puede que estuviera esperando a conocer a mi otra mejor amiga y tener a alguien a quien visitar en Múnich. También gané un concurso de relatos cortos con una historia basada en Alemania, un país en el que nunca había tenido ningún interés. El país del que vendrían mi host father y mi mejor amiga. Lo que cambian las cosas en un año...

Hoy, 16 de junio, es un día un tanto especial. Cierto enano que ya debe de ser de mi misma altura cumple 14 años. No estoy ahí para tirarte de las orejas, pero ya tendré la oportunidad en dos semanas. Feliz cumpleaños, David.

Tras esta breve interrupción de mi deber como hermana mayor, vuelvo a mi deber como estudiante internacional. Envié a mi casa, la de España, una caja con la ropa de invierno y los patines. No me he atrevido a meterlo todo en la maleta y luego pesarla para ver si voy bien de espacio, porque me deprime el simple hecho de ver una maleta. Lo que no quepa en la maleta quedará atrás. A veces me gustaría poder llevarme mi habitación entera. Otras veces querría volver con las manos vacías, para que nada me recordara a Canadá. Sé de sobra que ninguna de las dos opciones es viable.

Durante el semestre, Luca, Isaure y yo hemos recolectado frases graciosas del profesor de historia. Las juntamos en un documento y acabamos con un libro de 13 páginas, llamado How not to teach history and other funny stories (Cómo no enseñar historia y otras historias divertidas). Mr Stewart es el profesor más gracioso que he tenido nunca. A veces dice cosas que no tienen nada que ver con el tema, otras veces la forma en que explica hechos históricos es simplemente desternillante. No sabría explicarlo, así que me voy a limitar a mencionar un ejemplo, uno de mis favoritos. Hace un par de semanas, explicando la situación de Europa antes de la Segunda Guerra mundial:

"So Hitler being Hitler sits on the table and says 'Hey yo, I'm taking Czechoslovakia' and everybody else was like 'Oh, no, you Hitler with your brown uniform and your fancy moustache... yeah, sure, take Czechoslovakia'." Andrew Stewart

"Así que Hitler siendo Hitler se sienta a la mesa y dice 'Hey, voy a invadir Checoslovakia' y el resto del mundo estaba en plan 'Oh, no, Hitler, tú con tu uniforme marrón y tu bigote extravagante... sí, sin problema, quédate Checoslovaquia'." Andrew Stewart

lunes, 30 de mayo de 2016

Peggy'S Cove

Sentada en el autobús de vuelta a Bridgewater, escuchando música compartiendo un par de auriculares con Isaure, me acuerdo del proyecto final de derecho que aún tengo que terminar, del libro de inglés que tengo que leer, del test de francés para el que tengo que estudiar... Recuerdo que quedan dos semanas para los exámenes, que llevo tres días seguidos saliendo de casa antes de las ocho de la mañana y volviendo más tarde de la hora de la cena, pasando bastante frío y sentándome solamente en el bus que nos llevaba de un sitio a otro. Me duelen los pies e Isaure se queda dormida, usando mi hombro de almohada. Le acabo de decir adiós a un amigo al que probablemente no vuelva a ver. Y sin embargo, no puedo evitar pensar en lo feliz que soy. 

El viernes tuvimos el campeonato regional de atletismo. Quedé séptima en disco, mejorando mi marca unos tres metros. Luca quedó sexta, pero con 10 centímetros más hubiera quedado cuarta y habría avanzado a provinciales. En realidad, la cuarta y la quinta estaban separadas por un centímetro. Compitiendo, éramos tres Marías, a una de las otras dos la había conocido en el tour de las universidades, en noviembre. El juez se liaba con los nombres, e incluso pronunciaba Luca "Lusha". Hacía tanto frío que podíamos ver nuestro propio aliento, no solo por la mañana, sino durante todo el día. El jueves Luca y yo habíamos comprado chocolate alemán y yo ya sabía decir "mi" y "alemán" en alemán, por canciones. Le pregunté cómo se dice chocolate, y cuando me lo dijo, cojí la tableta de chocolate y eché a correr gritando "Meine Deutsche Schokolade", pronunciado según la fonética española algo así como "maine doiche shocolare". El viernes, después de competir teníamos frío, por lo que fuimos a comprar un chocolate caliente. Creo que nunca he contado la historia de cómo hace cosa de un mes intenté pedir un helado de chocolate pero la camarera no me entendía porque lo pronunciaba "cho-co-let" en vez de "cho-clet". El viernes, intenté pedir un hot chocolate, que me salió "shocklet", y el dependiente tampoco me entendía. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, mezclando inglés y alemán, un idioma que ni siquiera hablo, no pude evitar echarme a reír. Luca estaba conmigo, y también se dio cuenta de lo que había pasado. Ante la confusión del dependiente, las dos nos echamos a reír, sin poder siquiera repetir Hot chocolate. Cuando conseguimos el dichoso chocolate caliente, una niña de nuestra edad o un poco más pequeña se acercó al preguntarnos "Where are your accents from?", que se traduce en algo así como "¿De dónde son vuestros acentos?". Al principio no sabía qué contestar, y estuve por preguntarle si se refería a de dónde somos nosotras. Di por hecho que era así, y respondí que España y Alemania. Volvimos a las gradas, y como era nuestro último día de atletismo (ninguna de las dos se había clasificado para provinciales), habíamos traído nuestras banderas para que nuestros compañeros de equipo las firmaran. Creo que tampoco he mencionado que hace un mes compré una bandera de Canadá para que todos mis amigos la firmen o escriban algo antes de irme. La compré demasiado tarde para tener las firmas de los internacionales que se fueron en noviembre y en febrero, pero al menos tengo las de la gente de esgrima y atletismo. Como iba diciendo, habíamos llevado nuestras banderas, y cuando Michaela la firmó, en una parte decía "I'm so happy I met you" (Estoy tan contenta de haberte conocido) y tenía una letra tan pequeña que lo que leí fue "I'm so happy I'm not you" (Estoy tan contenta de no ser tú). Nos pasamos unos buenos 10 minutos riendo de tal tontería.

Hoy visitamos Peggy's Cove, uno de los lugares más emblemáticos de Nova Scotia. El paisaje lleno de rocas y hierba amarillenta me recordaba inevitablemente al pueblo de mis abuelos, en Ávila. Sin embargo, Peggy's Cove está en la costa. De hecho, lo "emblemático" es el faro. Las rocas ennegrecidas son golpeadas por olas constantemente. Muchos turistas van a las rocas negras, inconscientes del peligro, y al menos un turista al año muere ahí. La semana pasada murió una mujer. Antes de bajar del autobús, nos dieron una charla sobre lo peligroso que era, aunque en todas partes había carteles. Ahora ya sé cuánto tardaría en morir (menos de 5 minutos) y cómo sería mi muerte si fuera a las rocas negras (probablemente una ola vendría y me caería al mar y entonces, o bien a) me golpearía contra las rocas y muerte inminente, b) me ahogaría por las olas o c) el agua helada me paralizaría y también moriría ahogada. La tercera opción sería la más probable). Cuando acabaron de darnos la charla sobre mil y una maneras de morir en Peggy's Cove, repitieron el slogan de "Id a las rocas blancas. No os acerquéis a las rocas negras." Algún chaval desde el fondo del bus gritó "¡Eso es racista!".

Pese a lo racista que sonaba, nadie se acercó a las rocas negras y todos sobrevivimos a Peggy's Cove. Sin embargo, Martín tuvo la brillante idea de saltar desde una roca de dos metros a un grupo de rocas desiguales. Creo que nunca he hablado de Martín. Es un chico de Colombia que vino a nuestro instituto durante un mes. Llegó al principio de mayo y se va mañana, ya no vendrá a clase. Los primeros días, no hablaba con casi nadie, pero no parecía tímido. Tampoco parecía ir de esnob, se pasaba casi todo el tiempo escuchando música. Como vivía cerca de Juan (el catalán de mi instituto) y ambos compartían primer idioma, Mitch (director del programa y host father de Martín) le pidió a Juan que fuera con él y tal, al menos mientras no conocía a nadie. Fue idea de Luca decirle a Martín que viniera a comer con nosotros un día que estaba solo. Me pasé la dos primeras semanas hablándole siempre en inglés, hasta que un día Juan y él estaban jugando al ajedrez, Martín hizo un movimiento estúpido y yo comenté lo ridículo que era en español. El chaval se me quedó mirando como si el español no fuera el segundo idioma más hablado del mundo, y me preguntó de dónde era. Dije que España, y me preguntó por la zona. Por alguna razón, Martín sabía que Galicia está en el norte de España. Al parecer, tiene familia en España. 
Martín también se apuntó a atletismo, allí fue donde lo conocí. Tras una semana sin hablarle, la segunda semana Luca y yo le empezamos a explicar la teoría básica de cómo lanzar jabalina y disco. En teoría tenemos un entrenador, pero en la práctica solo aparece en la mitad de los entremamientos, y se pasa todo el rato con el móvil o hablando con gente. La tercera semana, cuando Martín ya sabía que soy española, me preguntaba directamente en español, pues su inglés no era precisamente perfecto y le costaba entender nuestras explicaciones en inglés. 

Como iba diciendo, el inteligente de Martín saltó de una gran roca y cayó en una superficie desigual, apoyando mal el pie. Juan, que estaba con él, le preguntó si estaba bien. Con el orgullo por delante, como siempre, Martín dijo que sí e intentó caminar, pero casi se cae en el intento. Juan y yo le ayudamos a caminar hasta un banco. Mitch le preguntó si quería ir al hospital, pero Martín seguía insistiendo en que ya se le pasaría, que no era gran cosa. Bromeamos diciendo que mañana no podría coger el vuelo y tendría que quedarse una semana más. Después tuvimos un paseo en barco por la costa de Halifax, donde aunque hacía bastante frío, lo pasamos bien. Además, yo tenía sudadera y cazadora. No me quiero imaginar el frío que Juan y Shuji (Japón) pasaron en manga corta. Martín firmó mi bandera y la de Luca. En la mía escribió, cómo no, en español. Al final de las típicas dedicatorias de que lo había pasado bien siendo mi amigo, que me iba a echar de menos y todo eso, puso que le recordaba a su hermana. Al bajar del barco, teníamos tiempo libre. El pie de Martín no mejoraba, y Mitch le dijo que había que ir al hospital. En el puerto, Martín esperaba sentado en un banco, mientras Pauline (Francia), Shuji, Isaure, Luca y yo esperábamos de pie, a su lado. Él seguía insistiendo en que nos podíamos marchar, pero nosotros no queríamos. Independientemente de quién de nosotros se hubiera hecho daño, no lo habríamos dejado tirado, y menos en su último día en Canadá. Quiero pensar que él hubiera hecho lo mismo por nosotros. Mitch y los otros coordinadores discutían a unos metros de nosotros a qué hospital llevarle y ese tipo de cosas. Juan vino a despedirse de Martín. Se abrazaron y se despidieron en español, Martín le dio las gracias por haber estado ahí desde el principio, por haber sido tan buen amigo, y Juan dijo que lo había pasado bien aquel mes. Sonaban sinceros, y no pude evitar pensar que en verdad se iban a echar de menos. Cuando Mitch dijo que era hora de llevarlo al hospital, el momento de decir adiós llegó, un abrazo y un "Suerte en el hospital y cargando con las maletas mañana" fue mi despedida. Creo que lo dije en inglés, no estoy segura. Al fin y al cabo, ¿acaso importa?

Después de cenar, le envié un mensaje a Martín preguntando por su pie. Al parecer, no rompió ningún hueso, pero dañó ligamentos. Le dije que si algún día le daba por visitar el noroeste de España, me enviara un mensaje. Su respuesta fue "Seguro que sí". Como si Galicia fuera el sitio perfecto para ir de vacaciones, como si no hubiera un océano entre Colombia y España.  

viernes, 27 de mayo de 2016

Paper planes

Hoy hace cuatro años, tuve mi primer campeonato gallego de atletismo, en el que además conseguí medalla. Me acuerdo de cuando pasar de provinciales me parecía imposible, y de cómo tres años después un segundo puesto en el campeonato gallego no me parecía suficiente. Supongo que será porque ya lo había conseguido a los 12 años, y lo había mejorado a los 13, consiguiendo representar a Galicia en el campeonato de España. Por alguna razón, pensé que tendría que seguir mejorando al mismo ritmo, o si no sería la peor atleta del mundo o algo así. Mañana tengo el campeonato regional de atletismo, en el que solo me he clasificado para lanzamiento de disco. Es muy poco probable, más bien imposible, que me llegue a clasificar para el provincial, que equivaldría a un campeonato autonómico en España. Es curioso cuánto han cambiado mis estándares.

El día que me enteré de que mi relato iba a ser publicado, probablemente en un libro de relatos cortos junto a otros cuentos ganadores, no pude evitar ir a contárselo a Luca, mi mejor amiga. Me preguntó de qué iba mi relato, y no sabía cómo explicarlo sin hacer spoiler, así que me limité a decir que era complicado. Es interesante, si no irónico, que escribiera un relato ambientado en Alemania sin haber estado nunca allí ni conocer a ningún alemán, y cuando se publicó fui corriendo a contárselo a mi mejor amiga, alemana, sin caer en la cuenta de que mi historia ocurría en su país.
Luca no insistió en querer saber de qué iba mi relato, pero la conozco lo bastante bien para saber que se quedó con curiosidad.

El cumpleaños de Luca se acercaba, e Isaure y yo queríamos organizar algo. Sin embargo, las semanas pasaban, el 20 de mayo de acercaba, y ninguna idea venía a nuestra cabeza. Fue entonces cuando tuve la idea. 

Traducir algo del inglés al español no me resulta tan difícil. Al fin y al cabo, tengo un vocabulario bastante más amplio en mi lengua materna, y mi inglés es, por lo general, bastante informal. Traducir del español (o peor aún, del gallego) al inglés no es nada fácil, pero aun así, sentí que tenía que hacerlo. Traducir mi relato. Luca tenía derecho a leerlo y yo quería que lo leyera. De "Os saltadores do Muro" (en español, Los saltadores del Muro) pasó a llamarse "Paper planes" (Aviones de papel). Lo imprimí y... voilà! Un regalo de cumpleaños.

En ningún momento de la historia menciono que sea Berlín, pero todos los indicios llevan a darlo por hecho. Al fin y al cabo, un muro que separa una ciudad en mitad este y mitad oeste recuerda inevitablemente al Berlín de hace no tantas décadas. Luca será del sur, de Múnich, y solo habrá estado en Berlín un par de veces, pero no hace falta ser alemán para saber del Muro de Berlín. En la última página del relato, menciono a dos soldados de la Unión Soviética. Cualquier duda desaparece con esa aclaración; el relato está ambientado en el Berlín de los años 60.

Tras leerlo, Luca no me dijo que si le había gustado o no. Simplemente, no dijo nada. Pero al día siguiente llegó al colegio y me enseñó una fotografía en su tablet. Estaba en blanco y negro, y lo primero que vi fue a la niña. Una niña de unos doce o trece años de edad, pelo castaño y ropa oscura, da la espalda a la cámara. Parece que mira a lo alto. Unos árboles en frente es lo único que parece haber en esa dirección. Tardo en darme cuenta de un detalle importante: el muro. Un muro de unos tres metros de altura se alza a su izquierda. Lo que más tiempo me lleva reconocer es el avión de papel. Un avión de papel volando por encima del muro, hacia la niña. Luca me explicó que era un montaje hecho con diferentes fotografías, basado en mi relato. Si no me lo hubiera dicho, yo me habría creído que era una fotografía real. Entonces fue cuando me dijo que le había gustado mi relato. 

jueves, 26 de mayo de 2016

Hoy hace tres años

Hoy hace tres años estaba compitiendo en Málaga, con la Selección Gallega de atletismo. Uno de los mejores días de mi vida. Quedé sexta, con una marca que me llevó dos años superar. Solía recordar esa fecha, 25 de mayo, con orgullo y esperanza de algún día hacer algo parecido. Este año olvidé la fecha, y si no fuera por una foto en Facebook que colgó una amiga de atletismo que también estuvo allí, no me habría acordado. Me pregunto en qué momento memorias más importantes sustituyeron el recuerdo de aquel fin de semana. 

De vez en cuando me sorprendo a mí misma aceptando que me quedan menos de dos meses en Canadá, de hecho poco más de un mes. Comprando un lápiz de memoria para pasar las fotos del iPad prestado del colegio que tengo que devolver cuando acabe el curso, organizando los planes de verano, recolectando documentos de voluntariado... Hace un par de meses, me agobiaba la idea de irme, porque me quedaban tantas cosas por hacer... No es que desde que empezó la primavera haya hecho todas esas cosas, es difícil de explicar. Supongo que he aceptado que no lo voy a hacer todo, que ante una disyuntiva, más de una opción puede ser la respuesta correcta. Cuando escogí atletismo en vez de softball, dejé una experiencia positiva para vivir otra experiencia positiva. Cualquiera de las dos opciones hubiera sido un acierto. Y hablando de atletismo, tuve el campeonato de mi distrito escolar el lunes y el martes de la semana pasada. Lancé jabalina, disco y peso, y me clasifiqué en disco para los regionales.

5 semanas, eso es todo. Podría quejarme de que todo haya pasado tan deprisa. O recordar las buenas (y malas, aunque no tantas) experiencias de las que he aprendido. O proponerme darlo todo para hacer de esta primavera la mejor de mi vida. Sin embargo, lo que quiero hacer ahora es dar las gracias. A todos. A Amancio Ortega por organizar becas para estudiar en Canadá. A Red Leaf por organizarlo todo tan bien y guiarme durante todo el año. A mis padres por dejarme venir y apoyarme incondicionalmente en todo momento. A mis host parents por tratarme como a una hija más. A mis host brother y host sister por hacer que quiera matarlos y abrazarlos varias veces al día. A Brenda, la coordinadora de host families e internacionales en mi zona, por apoyarme y creer en mí desde el primer día. A todos mis amigos, canadienses e internacionales, sobre todo a Isaure y a Luca, por enseñarme que no importa de dónde seamos o qué idioma hablemos, todos compartimos los mismos problemas. A mis amigos españoles, por soportar los días cuando no contesto a ningún mensaje porque estoy viviendo alguna aventura, o peor, cuando soy yo la que les llena el WhatsApp de audios contando mis problemas. A mis profesores, compañeros de clase, equipo de hockey, esgrima y atletismo, por hacer esta experiencia más enriquecedora. Y a todos los que me he dejado por el camino, cuya aportación pasa desapercibida para mí hasta que me falta.

Tuve el campeonato de mi distrito de atletismo y me clasifiqué para regionales en lanzamiento de disco, este fin de semana. Se acabó la temporada de esgrima y recibí el diploma de nivel amarillo. El tiempo mejoró tanto que paso más tiempo fuera que en casa, ya tengo la marca de la manga corta y los pantalones cortos (bendito sea mi "bronceado" desigual del que me avergüenzo cuando empiezo a ir a la piscina y a la playa), y los mosquitos me han acribillado varias veces. 

Hace un mes que no publico nada en el blog. La razón principal probablemente sea que no paso mucho tiempo en casa, y cuando estoy, o leo o estudio, sobre todo historia. Quién me iba a decir a mí, que siempre he odiado las ciencias sociales, que mi punto de vista cambiaría tanto. ¿Será Canadá, la distinta perspectiva, lo que me ha hecho cambiar de opinión? ¿Será conocer a personas reales de esos países de los que me he hartado de estudiar? ¿O simplemente habré madurado o cambiado o algo por estilo, algún tipo de fenómeno que iba a pasarme a los 16 años, independientemente de dónde estuviera? No lo sé, probablemente nunca lo sepa. Quizá fue estudiar sociología en el primer semestre lo que me abrió los ojos, e historia canadiense este semestre lo que me hizo entenderlo todo. A veces me paso horas viendo vídeos sobre la historia de algún país del que nunca he oído hablar, vocabulario básico de idiomas que no hablo, o las razones por las que empezó la Primera Guerra Mundial. Mis amigas probablemente estén hartas de mis "fun facts" con los que llego cada día a clase. Hoy descubrí que Andorra le declaró la guerra a Alemania en la Primera Guerra Mundial, pero nunca enviaron ningún soldado. Por eso y porque son un país tan pequeño, nadie se acordó de pedir su firma en el Tratado de Versalles. Técnicamente, Andorra ha estado en guerra con Alemania desde 1914 hasta 1957, cuando algún espabilado se debió de dar cuenta de que estaría bien firmar la paz, por si acaso. Ayer descubrí que Liechtenstein envió 80 soldados en su última acción militar, en el siglo 19, y volvieron 81. Aparentemente, hicieron un amigo en Italia.

Quiero contar una pequeña anécdota que me ocurrió el otro día. En mi distrito escolar hay dos coordinadoras que se ocupan de que no haya problemas con la familia y todo eso. Mi coordinadora se llama Brenda, es con la que estuve los dos primeros días cuando llegué, pero la coordinadora de mis dos mejores amigas es la otra, Carolyn. Brenda organizó una cena para todos sus estudiantes hace dos semanas, y como ninguna de mis mejores amigas iba, pensé que sería un aburrimiento. Para después de la cena, Brenda tenía pensado poner un micrófono para que quien tuviera algún talento lo mostrara, o por si alguien quería decir algo. Antes de cenar me preguntó si quería contar algo sobre mi experiencia, y yo me puse nerviosa. No quería decir que no, pero tampoco quería decir que sí. Brenda dijo que no pasaba nada, que no tenía que hacerlo, y no contesté. Pensé sobre ello toda la cena, y cuando llegó es postre, le dije que sí lo iba a hacer. 

En el momento en el que Brenda me llamó, con el micrófono en la mano, tras decir algunas palabras de agradecimiento, el miedo me paralizó. Me di cuenta entonces de que me había condenado a lo que más temía, hablar frente a un grupo considerablemente grande de personas (entre 50 y 100), y lo peor de todo, ¡lo había hecho voluntariamente! Voy caminando hacia Brenda, que me sonríe. La gente espera pacientemente a mi llegada. Los veinte metros más largos que he caminado en mi vida. Sin embargo, tras el miedo, nerviosismo y desesperación, hay algo más... Una variante extraña de la alegría convencional. Algo así como "Sí puedo, es mi momento, aquí y ahora". Al coger el micrófono y girarme hacia la multitud, tuve la extraña sensación de que llevaba esperando aquel momento toda mi vida. Había pensado en lo que iba a decir durante la cena, y las palabras no me jugaron malos tragos, ni lo olvidé todo con los nervios. Por primera vez, estaba delante de un público nurmeroso, y lo tenía todo bajo control. Entonces, empecé a hablar.

Creo que mis primeras palabras fueron una especie de disculpa por los errores de pronunciación y gramática que probablemente iba a cometer. Después, una pequeña confesión: mi timidez y miedo à hablar delante de gente, la de esfuerzo que me estaba costando hacer aquello, pero que aun así, quería hacerlo. Entonces empezó la verdadera historia. Empecé hablando de cómo mi tía me habló de la posibilidad de estudiar un año en el extranjero el día de mi decimoquinto cumpleaños. De cómo mis padres no apoyaban la idea, de cómo todo parecía tan lejano. De cómo aún me quedaba un año, aún me quedaban cien días, aún me quedaba una semana... aún me quedaba esperar a que llegará el tren. Conté cómo fue en aquel momento, en el andén de la estación, donde me di cuenta de que estaba diciendo adiós, de que al subir a aquel tren, no volvería a ver a nadie conocido durante un año. *Pausa melodramática*. Luego hablé sobre la confusión de las primeras semanas, cómo todo era tan nuevo y raro. Hablé de las constantes amenazas sobre el invierno, la de veces que la gente me hablaba del invierno pasado y se preocupaban por la supervivencia de una niña española en clima canadiense. "Y al final, aquí estoy, sobreviví al invierno y no fue para tanto. ¡Si hasta jugué al hockey!", dije, tras lo que Tara, mi host mother, se levantó y empezó a aplaudir, haciendo que todo el comedor estallara en aplausos. Cuando pararon, Tara añadió: "No solo jugó al hockey, sino que además jugó en el primer equipo de hockey femenino de la historia de Bridgewater High School." Más aplausos. Seguí contando mi historia, hasta que llegué al presente. Exliqué cómo no sabía si quería volver a España o no, cómo al volver con mi familia y amigos, dejaba atrás a mi familia y a mis amigos. Me pregunté si decir adiós a Canadá se parecería en algo a decir adiós a España. Y acabé con una pequeña reflexión, diciendo que después de tanto tiempo, tantas experiencias, tantas cosas que quedarán para siempre en la memoria, haber aprendido inglés (que sí, había aprendido bastante) me parecía una de las cosas menos importantes. 

Acabé de hablar, y volví a sentir el suelo y el aire a mi alrededor. No me había puesto colorada, al menos no demasiado. Esperé un par de segundos, pero nadie se movía. Todos miraban en mi dirección, ¡me miraban a mí! Nadie estaba hablando o con el móvil, tenía la atención de todo el mundo. "Eso es todo", añadí, caminando hacia Brenda para que cogiera el micrófono. El comedor estalló en aplausos. Mientras volvía a mi sitio, muchos me miraban, sorprendidos, como si nunca me hubieran oído hablar en inglés o algo así. Me sentí como en una nube. Max se me acercó y me dio un abrazo. Es curioso cómo a Max y a Sophia quiero matarlos o abrazarlos dependiendo del día, a veces dependiendo del momento del día. Max se levantó explicando que quería decir algo, y sus padres le miraron con cara de querer matarlo, y una mirada que claramente decía "No sé lo que pretendes, pero más te vale ser breve." Y lo fue. Contó cómo cuando llegué le pareció interesante tener a alguien en su casa del otro lado del mundo, y cómo debía de odiarlo por todas esas veces que él se ponía a hablar de cosas que no me importan, sobre todo reptiles. Me entraron ganas de levantarme y decirle que cuando le odio, o es precisamente por el tema de conversación, que ya me he acostumbrado. Mencionó un par de cosas más, y que al final iba a echarme de menos. Se quedó ahí parado, sonriendo, como esperando algo. "Venga, ve a abrazale", dice Camille a mi lado. Me levanto y abrazo a Max. Luego vuelvo a mi sitio con él. 

Al acabar la cena, cuando nos estábamos despidiendo, Martina me dijo que le había hecho llorar dos veces. La primera, cuando hablé. La segunda, cuando me levanté a abrazar a Max. Brenda me miraba con satisfacción, como si supiera de adelanto que lo iba a hacer tan bien. Quizá sí lo sabía, y me había pedido que hablara prediciendo que no haría el ridículo. No solo no hice el ridículo, Brenda. He aprendido algo nuevo sobre mí. Me gusta compartir mis pensamientos, mi opinión, mi punto se vista... sea en forma escrita, o si es necesario, oral.